Esa tarde, el sol pronto se metería, y nos estaba regalando un esplendoroso color anaranjado en la fantástica vista a la que Maurice me había llevado. Aún no sabía nada de Christopher, ni de Andrés, y ya habíamos dejado muy atrás a la familia de Maurice. Pero, mientras más lo conocía, parecía que más se asomaba su verdadera esencia. Me sorprendió que Maurice fuera un ser tan emotivo y con tanta inspiración poética. Simplemente oírlo hablar hacía que mis vellitos se erizaran. Yo no sabía si él se estaba esforzando por impresionarme, o si él realmente veía la vida con esos ojos. Llegamos a un frondoso árbol, en la cima de una prominente barranca. El cielo se veía tan cerca y un valle aterciopelado se percibía hacia abajo. Daba la impresión de que si caías de ese barranco, un confortable c