EL DOLOR QUE NOS SEPARA

843 Words
[ZAED] El café sigue siendo un refugio seguro, escondido entre calles laterales que apenas reciben tráfico. Nadie podría imaginar que aquí, entre mesas de madera y luces cálidas, se encuentra la hija de Donato Marchesi con el hombre que cambió su vida cinco años atrás. Alya me mira con ojos que lo dicen todo: deseo contenido, rabia silenciosa y dolor que aún no ha sanado. Me duele verla así, a la defensiva, como si quisiera levantar un muro entre nosotros y yo no supiera cómo derribarlo. —Alya… —comienzo, bajando la voz para no romper la intimidad—. Hoy vine porque… necesito que me escuches. No puedo dejar que este silencio nos destruya más. Ella aprieta los labios y aparta la mirada, como buscando fuerza en algún punto del café. Sus manos se aferran a la taza de café y sus dedos temblorosos delatan que, aunque intenta mantener la compostura, cada palabra mía la desarma un poco más. —Zaed… —dice finalmente—. Escuchar no significa… aceptar. No significa que voy a olvidarlo, ni que voy a… —traga saliva—. que voy a permitir que esto nos arrastre de nuevo. —Lo sé —respondo, con un hilo de voz—. No quiero forzarte, Alya. Solo quiero que sepas que nunca fue abandono. Nunca fue desprecio. Solo miedo… miedo a hacerte daño. Sus ojos se abren, sorprendidos, y un estremecimiento recorre su cuerpo. Aun así, mantiene la barrera invisible que me separa de ella. —¿Miedo? —replica, la voz cortante—. ¿Cinco años de distancia fue tu “miedo”? —Su enojo emerge, mezclado con dolor—. Te fuiste, Zaed. Me dejaste sola con todo lo que estaba pasando, y yo… yo todavía no entiendo por qué. Bajo la mirada, incapaz de sostener la suya por completo. La culpa me consume. —No sabía cómo decírtelo… —susurro—. Mi padre… él sospechaba de nosotros. Creía que si me quedaba, podría arriesgar tu futuro, tu seguridad. Yo… no podía soportar la idea de que te lastimara por mis decisiones. Así que me fui. El silencio pesa entre nosotros. Alya juega con la cucharita de su café, evitando mirarme directamente. Sé que lo que le digo no calma su dolor, no borra los años de abandono que sintió. —Siempre supiste cómo justificarte —responde finalmente, con un hilo de risa amarga—. Siempre con tus razones, tus miedos, tus verdades a medias. ¿Y yo? ¿Dónde quedo yo en todo esto? —Tú siempre estuviste —le digo, inclinándome apenas hacia ella—. En cada recuerdo, en cada decisión, en cada segundo de mi vida que no podía olvidar. Sus ojos finalmente se encuentran con los míos. Por un instante, la distancia entre nosotros desaparece, y el aire se carga de la electricidad que siempre nos unió. La deseo tanto que duele, pero ella aún se mantiene firme, evitando que mi presencia la arrastre a lo que ambos saben que podría volver a despertar. —Aún así… —dice, bajando la mirada—. Hay cosas que no puedo decirte, Zaed. Cosas que me duelen demasiado y… que no puedo compartir contigo. Siento un nudo en la garganta. Sé que habla de lo que aún no he descubierto, pero respeto su silencio. No puedo presionarla, no todavía. —Lo sé —murmuro, suavemente—. No te pediré que lo hagas ahora. Solo quiero que sepas que estoy aquí. Que no me voy a ir otra vez. Alya suspira, y puedo ver cómo lucha internamente: entre el deseo que aún me tiene atrapado y la rabia por los años de abandono, entre la atracción y el miedo de abrirse. —Esto… esto es peligroso, Zaed —dice, finalmente—. No deberíamos… jugar con lo que quedó atrás. —No estoy jugando —respondo, la voz firme—. Solo quiero enfrentar esto. Contigo, sin máscaras, sin mentiras. Ella me observa, y por un instante, por un instante solo, quiero cruzar la mesa y tomar su rostro entre mis manos. Pero me contengo. Respeto su dolor, su distancia, su derecho a decidir. El café permanece silencioso alrededor nuestro, como si el mundo hubiera decidido no intervenir. Sus manos tiemblan ligeramente, sus labios se muerden, y cada gesto suyo me dice más que mil palabras. Todavía hay fuego, todavía hay historia, todavía hay nosotros. Pero también hay un muro que no puedo derribar de un día para otro. —Zaed… —murmura, finalmente—. Hablaremos… pero no prometas que esto será fácil. —No lo será —le digo, y por primera vez en años, permito que mi voz muestre la mezcla de deseo, culpa y esperanza que siento—. Pero nada que valga la pena lo es. Mientras nuestras miradas se cruzan, sé que el verdadero desafío apenas comienza: abrirnos, confesar, enfrentarnos al pasado y al presente, y descubrir si lo que quedó entre nosotros puede sobrevivir al dolor que aún nos separa.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD