El viento golpea mi rostro mientras la miro, pero no siento la brisa. Todo mi ser está concentrado en ella, en sus palabras que acaban de romperme por dentro: “Zaed… tuve un bebé… tu bebé. Pero… lo perdí.”
Siento que la tierra se tambalea bajo mis pies. Cada ola que rompe contra la orilla parece llevarse un pedazo de mi corazón. La culpa me consume como un fuego que no puedo apagar. Cinco años intentando construir una vida lejos de ella, perfeccionar mi carrera, conquistar mis miedos… y todo eso parece una mentira frente al dolor que he causado.
—Alya… —susurro, con la voz temblorosa y lagrimas amenazando con escaparse de mis ojos—. No tienes idea de cuánto lo lamento… de cuánto deseé estar allí para protegerte, para abrazarte, para no dejarte sola.
Ella baja la mirada, tratando de contener las lágrimas, tratando de que no vea lo rota que está. Pero lo veo. Lo siento. Cada músculo de su cuerpo grita por la mezcla de rabia, dolor y amor que todavía nos une.
—Cinco años… —susurra, con la voz quebrada—. Cinco años esperándome… sola… y tú… simplemente te fuiste.
Cada palabra es un golpe directo a mi pecho. No sabe todo lo que escuché esa noche, todo lo que temí, todo lo que me obligó a marcharme. Miedo a mi padre, miedo a perderla, miedo a que alguien la dañara. Cada decisión que tomé estuvo marcada por el terror y la necesidad de protegerla, aunque ella nunca lo supiera.
—No podía quedarme… —murmuro, acercándome con cuidado—. Escuché algo que me hizo temer por ti, Alya. Escuché cómo mi padre hablaba con alguien que… que nos habría seguido, nos habría separado… incluso habría “eliminado el problema”. No podía arriesgarme a que te hicieran daño.
Su cuerpo tiembla, y siento cómo mi confesión la atraviesa como un cuchillo. No puedo imaginar todo lo que ha sufrido, lo sola que estuvo, cómo cada día sin mí se volvió un tormento silencioso.
—Zaed… —dice, su voz rota—. ¿Y eso justifica… todo? Tu silencio, tu ausencia, tu vida en Italia mientras yo estaba aquí… sola… sufriendo.
Las lágrimas bajan por sus mejillas, y yo siento que cada sollozo es un pedazo de mi alma que se quiebra. La tomo suavemente de la mano, intentando transmitirle que estoy allí, que siempre estuve en espíritu, que nunca dejé de pensar en ella, aunque la distancia nos separara.
—Nunca quise que sufrieras sola —susurro—. Nunca. Cada día sin ti fue un tormento.
Ella cierra los ojos, y siento cómo la tensión entre nosotros se vuelve casi insoportable. Cada recuerdo, cada instante robado en la oscuridad, cada caricia furtiva de nuestro pasado… todo se mezcla con el dolor del presente.
—Zaed… —susurra de nuevo—. No sé si puedo… perdonarte.
La culpa me atraviesa como una lanza. Todo lo que creí haber construido en estos cinco años —mi carrera, mi vida, incluso mi relación con Isabella— parece una mentira frente a la devastación que me revela con cada palabra.
—No te pido que me perdones ahora —respondo, con voz grave y quebrada—. Solo quiero que sepas que todo lo que hice fue por ti… intentando protegerte, incluso de mí mismo.
La miro a los ojos y veo a la mujer que amé desde el primer instante, la que me enseñó lo que significa desear y temer al mismo tiempo. Sus lágrimas brillan bajo la luz de la luna, y mi corazón se rompe al ver cuánto ha cargado sin que yo estuviera allí.
—Alya… —susurro, con voz ahogada por la emoción—. Esto… nosotros… nunca se rompió por completo. Todavía estamos aquí, todavía sentimos.
Ella me observa, pero su mirada es un torbellino de miedo, rabia y amor. Un amor que no puede negar, pero un miedo que la paraliza.
—Zaed… —murmura, finalmente—. No sé si podemos… empezar de nuevo.
Mi pecho duele. Cada palabra, cada pausa, cada lágrima suya me recuerda que he fallado como protector, como amante, como hombre. Y sin embargo, no puedo dejarla ir.
—No estamos empezando de cero, Alya —digo, con el corazón a punto de estallar—. Esto… lo que sentimos… nunca desapareció. Solo necesitamos enfrentarlo, juntos.
El murmullo del mar y el roce de la arena parecen testigos de nuestra tragedia, de nuestro deseo, de nuestro amor que se niega a morir. Sé que la tormenta que se avecina no solo viene de nosotros, sino de nuestros padres, de los secretos del pasado, de la historia que nos une de manera peligrosa.
Y mientras la observo, mientras siento su dolor y el mío fusionarse en la noche, sé que nada volverá a ser igual. Todo cambió en un instante, en una confesión, en una lágrima, en un “tu bebé… pero lo perdí”.
El pasado, el presente y el futuro se mezclan en la arena, en las olas, en nosotros. Y mientras la noche nos envuelve, sé que la verdadera prueba apenas comienza.
Porque ahora ya no solo luchamos por nosotros, sino contra todos los secretos, culpas y tragedias que nuestras familias han escondido durante décadas.