Eso era lo último que quería escuchar, pero que sabía era inevitable. Emma no estaba siendo grosera, no me estaba rechazando porque no le importase, sus ojos me decían que lo hacía porque no quería que me hiciera ilusiones, estaba siendo honesta. Su mirada, la manera en cómo sus ojos me transmitían confianza, era todo lo que podía pedir en este momento, en su situación. La invité a subir al auto, dejando el tema al aire, ¿qué podía decir? Ambos sabíamos que no estaba de acuerdo con su manera de pensar, sin embargo, no podía simplemente pasar por encima de sus decisiones, ella es demasiado valiosa para mí como para no respetar su opinión; en conclusión, nadie habló durante todo el camino de regreso. Sí, había hecho toda una payasada para obtener su sangre y, en el proceso quedar como