Capítulo XXI Historia de una mujer que se tortura Tengo la mala suerte de no ser idiota. Desde muy pequeña he sabido ver lo que quienes me rodeaban creían ocultarme. Si hubiera podido acostumbrarme a las imposiciones de los demás, en vez de acostumbrarme a descubrir la verdad, podría haber vivido en la tranquilidad en que vive la mayoría de la gente idiota. Pasé la infancia con una abuela, es decir, con una señora que desempeñó ese papel y que se atribuyó ese título. No tenía ningún derecho a él, pero no sospeché nada, porque por entonces aún era un poco tonta. Esta señora acogía en su casa a algunas niñas de su familia y a algunas niñas de otras personas. Ni un solo chico; en total diez, contándome a mí. Vivíamos juntas; nos educamos juntas. Debía de tener unos doce años cuando empecé