Meso mis cabellos una vez más, sintiendo que voy a quedarme calvo de tanto jalonear los mechones. Es imposible que pueda respirar más despacio y que de mi mente desaparezcan las teorías más trágicas que se me han ocurrido armar respecto al paradero de mi Leilah, de mi mujer, de mi razón de ser. —No soy un paranoico, no soy un paranoico —susurro para mí mismo, sintiendo que mis manos tiemblan. Mi garganta parece atravesada por una enorme bola de softbol—. No lo soy, tengo que calmarme. Tengo que hacerlo, tengo que serenarme. Resulta que no solo no he podido hablar con mi esposa, sino que mi hermano Peter está desaparecido desde el día anterior, y aunque puedo imaginar que el motivo es Gina, la incertidumbre me está matando. Le envío un mensaje a Peter corto y conciso, un «¿En dónde te

