Velada social

1195 Palabras
Velada social ¿Era posible sentir tales emociones con el mero contacto de una mirada? Una mirada que suele ser tan fría, tan distante... La palabra "gracias" había sido difícil de sacar de la boca de Lucía, y Vincenzo, demasiado consciente de su efecto sobre ella, sonrió satisfecho. _ Estoy encantado de que hayas podido liberarte y venir esta noche... dijo Giuliani con descarado buen humor. _ ¿De verdad me has dejado elegir? suspiró el joven. _ ¿No querías venir? preguntó Fabien, falsamente sorprendido. Estoy muy decepcionado. Y yo que pensaba mencionarte en mi discurso, por ser mi ejemplo, el primo mayor, el hermano, al que siempre quise seguir. _ ¿Por qué no te dejas de tonterías -dijo el joven, arqueando una ceja-? Dime exactamente lo que quieres. ¿Qué tipo de contrato es y quién es el cliente? _ No es absolutamente nada -se defendió Fabián-. El abuelo sólo quería que estuvieras allí con nosotros. Además, Lucía no se quedará sola toda la noche. _ No creo que mi mujer necesite una niñera -cortó Vincenzo, cuyo enfado empezaba a notarse. _ No te preocupes por mí -intervino Lucía, que había bajado de su nube y no deseaba ser vista como una carga a los ojos del hombre al que amaba, a su pesar. De todos modos, había planeado visitar la galería que mencionaban en el folleto. Al parecer, iba a haber una pequeña exposición de jóvenes artistas. _ Sí, las obras son realmente hermosas. Iba a llevarte allí un poco más tarde, pero puedes ir ahora, mientras no haya nadie -le animó Fabián-. La galería está arriba. _ Bueno, en ese caso, te dejo... La gente se había espesado muy rápidamente. La sala estaba ahora llena, y una algarabía se mezclaba con la música de fondo. Lucía se dirigió a la escalera del fondo. No tenía paciencia para buscar los ascensores. La paz y la tranquilidad. En realidad era bastante relajante oírse a sí misma pensar. La planta estaba vacía y las luces eran más tenues. Sin esperar, siguió hacia un pasillo grande y ancho, seguramente la galería estaba por allí. Tras un minuto de búsqueda, no encontró nada, salvo puertas de oficinas cerradas y algunas habitaciones vacías. _ ¿Buscas la galería? la llamó una voz masculina, tranquila y modulada, cuando se dio la vuelta. _ Sí. Contestó, volviéndose hacia el desconocido. ¿Puedes decirme dónde...? _ De hecho, te has equivocado de camino -explicó él-. ¿No has visto el mapa de la entrada? _ El mapa... -dijo ella avergonzada. _ No es nada. Yo también voy allí, sígueme... _ Gracias, es tan grande que me habré equivocado de camino -explicó Lucía. _ De hecho, había señales que indicaban el camino, pero quizá estabas demasiado absorta en tus propios pensamientos para verlas. Eso parecía. Piensar era lo único que sabía hacer estos días. Sobre todo después de ver a Vincenzo. _ ¿No te había visto antes? ¿Quizá eres uno de los jóvenes artistas de la exposición? _ Oh, no, no tengo tanta suerte -corrigió-. Sólo soy una invitada. _ Ya veo, pareces una persona apasionada. _ ¿Por qué dices eso? preguntó Lucía, intrigada. _ Es porque te venidos aquí para alejarte de la cháchara mundana y del ajetreo de intercambiar tarjetas de visita. Una de dos. O eres una completa desconocida en este mundo estirado y rehuyes la recepción, o eres una apasionada admiradora que no ve la hora de descubrir el trabajo de los jóvenes talentos. Lucía sonrió. El análisis era bueno, aunque respondiera a ambas preguntas. El hombre siguió su ejemplo, seguramente satisfecho de haber dado en el clavo. _ Eres perspicaz -admitió ella-. ¿Y debo concluir que tú estás en la misma situación? _ A decir verdad, no. Pero quería estar sola un rato. _ Entonces puedo dejarte -dijo Lucía, avergonzada por perturbar el retiro de la desconocida-. Volveré más tarde... _ No es necesario. Además, la exposición está abierta a todos los invitados. Aquí estamos... Los ojos de Lucía se abrieron de par en par al contemplar la inmensa sala que servía de galería. No se parecía en nada a las galerías que había visitado en su pequeña ciudad; esto estaba más cerca de un museo. La oportunidad de ver su obra colgada aquí debía de ser una consagración. Es magnífico... -se desmayó, sus ojos brillaron de admiración al contemplar las esculturas y pinturas iluminadas. Luego, tras unos pasos vacilantes, dijo: "Debe de ser estimulante exponerse en un lugar así... al menos yo habría saltado de alegría. _ Entonces, ¿por qué no participaste en la selección? _ La selección... La mirada ligeramente confusa de Lucía intrigó al hombre. _ No lo sabías, lo cual es sorprendente para alguien del sector. _ En realidad, aún no estoy en el dominio, iba a empezar a estudiar arte. _ Ah, eso tiene más sentido -sonrió el desconocido-. Así que estás empezando. _ Solía pintar cuando era más joven, pero hace tiempo que no cojo un pincel. _ Pintar... luego mirarse sus manos. Debería haberlo sabido... Puede que ya no pintes, pero sigues dibujando. _ Sí, lo hago -dijo, mirándose los callos de los dedos de la mano derecha-. Sigo garabateando en mi tiempo libre. Me permite practicar. _ Un día de estos tendrás que enseñarme una de tus obras... Luego, masajeándose la sien, lo siento, llevo un rato hablando contigo y ni siquiera me he presentado. Me llamo Roberto, Roberto Lombardi. ¿Y el tuyo? _ Lucia Cer..., Vitt..., luego sonrió ante su disonancia cognitiva, de hecho, me llamo Lucia Caruso. La mirada del hombre, que debía de rondar la treintena, se tornó intrigada, pero continuó como si nada. _ ¿Y de dónde eres, Lucía? Tu italiano es bueno, pero tu acento dice que no eres de aquí. _ Sí -asintió ella-, crecí en Francia, pero nací en Sicilia, en Siracusa para ser exactos... Era sorprendente, no conocía a este hombre de nada, pero ahora se encontraba dándole detalles de su vida sin sentirse incómoda. Era tan tímida y distante con los hombres en general... _ Sarausa es un lugar excepcional -dijo, deteniéndose ante una escultura de metal cincelado-. De hecho, organicé una exposición en el Palazzo Bellomo hace dos años... ¿Lucía oyó lo que dijo? ¿Este hombre organizaba exposiciones? Realmente era su suerte, estaba conociendo a otra persona del mundo del arte, aparte de Fabián. _ Si quieres, puedo dejarte mi número -le ofreció Roberto, viendo cómo se le iluminaban los ojos y comprendiendo su admiración-. Puedes enviarme fotos de tus estudios y bocetos, y te daré mi opinión... _ Estaré encantada -sacó el móvil del bolsillo y empezó a escribir lo que él le dictaba. Pero qué... No tuvo tiempo de terminar la serie de números antes de que le arrebataran el teléfono de la mano. _ ¿Puedo preguntarte qué te pasa? interrumpió Roberto, mientras Lucía se volvía hacia su marido con los ojos redondos. _ Me pasa que no quiero verte hablando con mi mujer -advirtió Vincenzo con una mirada maligna. Y en cuanto a ti -dijo a Lucía, cogiéndola del brazo y llevándola lejos-, sígueme...
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