Milano
Aquella tarde con Fabián había sido muy esclarecedora para Lucía.
Sabía mucho más sobre Vincenzo y su historia con la tal Celia.
Por extraño que pareciera, sintió una profunda lástima por él. La ruptura debió de ser un duro golpe, y no era de extrañar que se hubiera vuelto tan desagradable con otras mujeres.
Desde luego, no era excusa, pero comprendía mejor su actitud.
Llevaba casi dos meses con los Caruso y sólo había visto a Vincenzo tres veces. Tres veces en las que se había dejado caer muy deprisa, y en las que le había dicho muy poco.
Sólo unas palabras.
Sólo para hacerle saber que no necesitaba nada y que no dudara en pedírselo si lo necesitaba. También le había dejado varias tarjetas de crédito, pero ella se negaba a depender de los Caruso para sus gastos personales. Ayudaban a su abuelo y eso era suficiente.
Estaba muy lejos de la convivencia que ella esperaba. O más bien de la que secretamente esperaba.
Afortunadamente, estaba Giuliani. Se aburría menos en su compañía.
No había día en que él no le propusiera una salida o una pequeña actividad. Volvía a sentirse como una niña cuando estaba con él. Una niña a la que él intentaba mantener ocupada lo mejor que podía.
En el fondo, a Lucía no le importaba. Durante años, había sido ella quien cuidaba de su madre enferma, su infancia truncada por las responsabilidades de su situación familiar, así que verse mimada de este modo le hacía bien.
Giuliani también llevaba regularmente a Lucia a visitar a su abuelo, que vivía a una hora de Sarausa (Siracusa), y los tres pasaban muchas tardes felices jugando a la briscola.
No es que a Lucia le gustaran los juegos de cartas, pero el ambiente que los acompañaba le traía recuerdos tranquilos y lejanos.
No era sólo Vincenzo el que se hacía el remolón; no había visto a Fabián desde su picnic en la playa.
Giuliani le había dicho que se disponía a abrir su primera sucursal en Milán.
De hecho, el viejo había sido invitado a la inauguración, pero no sabía si podría llevar a la joven con él.
_ Esperaba la aprobación de Vincenzo.
Milán debe de ser una ciudad maravillosa -le dijo ella soñadoramente.
_ Escucha -se comprometió él-, vendrás conmigo, aunque Vincenzo no quiera que vayas a la inauguración, le diré a Natale o a Simón que te lleven un rato por los alrededores. ¿Qué te parece?
¿De verdad? Me encantaría.
Giuliani era un hombre de palabra, y a la semana siguiente aterrizaron en el aeropuerto de Malpensa.
Lucía estaba encantada. Iba a visitar Milán, una ciudad mítica, pero también a ver a Fabián y ser testigo de la consagración de sus años de trabajo. Vincenzo no se había opuesto a que fuera.
_ Es muy caro -le susurró a Natale mientras leía las etiquetas de unos vestidos-. ¿No podemos encontrar otra tienda?
_ El caballero me pidió que te llevara al Cuadrilátero de la Moda para que encontraras un vestido para esta noche -le recordó el hombre-. No sé si sería apropiado que eligieras tu atuendo en una boutique ordinaria de prêt-à-porter.
_ Lo comprendo, pero no puedo permitírmelo...
_ Vamos, tú no pagas la cuenta, así que coge lo que te guste sin preocuparte del resto.
_ Lo siento, pero no puedo aceptar. Intentaré encontrar algo más asequible.
Lucía cruzó la puerta bajo la mirada interrogante de Natale.
El hombre no entendía por qué la mujer de su jefe se desvivía por pagar algo de lo que podría haber prescindido.
Al ver que trataba con un espécimen testarudo, tuvo una idea. Se escabulló discretamente y fue a reunirse con el propietario.
_ Es un modelo precioso -dijo ésta al cabo de unos minutos, acercándose discretamente a Lucía mientras cogía un magnífico vestido de encaje malva oscuro.
_ Eh, sí. Muy bonito -dijo ella, avergonzada por no haber tenido tiempo aún de ver el precio-.
_ Sabes, tenemos otros modelos parecidos un poco más baratos -ofreció la dependienta con aire comprensivo-, pertenecen a la colección antigua, ¿te gustaría verlos?
A Lucía se le iluminaron los ojos, y la ganga llegó en el momento justo.
_ Sí, me encantaría.
Natale, satisfecho con su pequeño truco, se felicitó interiormente.
Había acertado al pedir ayuda al gerente, de modo que la nuera de su jefe se llevaría, sin saberlo, un nuevo modelo que aún no se había puesto en las estanterías. Para pagar la diferencia, la casa le enviaría la factura, pues los Caruso no eran ajenos al local.
Hacia las seis, a petición de Giuliani, se reunieron con Lucia en su habitación de hotel una maquilladora y una peluquera.
Un poco más tarde, cuando la sesión de belleza aún estaba en curso, se les unió un representante de una empresa de joyería.
Su ayudante llevaba en la mano un pequeño baúl compartimentado que colocó sobre el escritorio. En cuanto le dieron la orden, lo abrió.
_ ¿Qué es? preguntó la joven con ojos interrogantes.
_ Hemos seleccionado varios conjuntos para ti, con la esperanza de que te gusten -le explicó el representante sin entrar en más detalles-. Sólo tienes que elegir.
Lucía no sabía qué decir, no quería llamar la atención vistiéndose como una duquesa, pero desde luego no quería ofender a Giuliani.
Así que, con espíritu de sobriedad, optó por un par de pendientes de perlas y diamantes a juego con su pulsera...
Al llegar ante el hermoso edificio que albergaba la casa de subastas, Lucía echó un largo vistazo a la fachada.
"Es maravilloso hacer realidad tus sueños."
No tuvo tiempo de emocionarse demasiado cuando Giuliani la invitó a bajar del coche.
El salón de recepciones era enorme y ya había llegado mucha gente.
Fabián los vio nada más entrar, se disculpó con la gente con la que estaba charlando y se acercó a recibirlos, todo sonrisas.
_ Lucía, estás irreconocible... estás guapísima.
_ Gracias -dijo tímidamente la joven.
_ Abuelo. Me alegro mucho de que hayas podido venir.
_ ¿Creías que me perdería un acontecimiento como éste? dijo Giuliani con aire falsamente serio. Enhorabuena, hijo, lo has hecho muy bien.
_ Gracias, lo dicho, te debo mucho, sin tu apoyo...
_ Vamos, ¿qué he hecho? Si no creer en tus capacidades.
_ ¿Y yo? ¿Me han olvidado? preguntó una voz profunda y hermosa detrás de ellos, una que Lucía nunca había esperado oír aquí.
Al darse la vuelta, su corazón empezó a latir como nunca, y sus ojos no podían apartarse de él y de su sonrisa.
Era tan guapo y ella le había echado tanto de menos...
_ Veo que Milán ejerce una buena influencia sobre ti -dijo Vincenzo, inspeccionándola de pies a cabeza-. Estás muy guapa esta noche...
Lucía se sonrojó antes de musitar un tímido agradecimiento.
¿Qué le había pasado?
No la había tocado. No la había besado. Entonces, ¿por qué ese intenso calor empezaba a recorrer su cuerpo? Casi siguiendo el camino de la atenta mirada de su marido...