No llores, has empezado
La joven no se atrevió a decir nada delante de Roberto, pero en cuanto estuvieron en el pasillo de arriba, intentó liberarse. Pero fue en vano. Vincenzo tenía puño de hierro.
_ ¿Qué te pasa? ¿Por qué haces esto? protestó ella mientras dejaba de caminar.
La única respuesta que le dio el hombre fue una mirada negra y un tirón.
_ Me haces daño, ¿me oyes?
La ignorancia que mostraba ante sus gritos y su aire de determinación asustaron a la joven. Daba la impresión de ser totalmente impermeable a la razón y, para colmo, ya ni siquiera la miraba. Ella podía gemir y retorcerse de dolor, pero a él no le hacía ningún efecto.
Cuando llegó a las escaleras, se resignó a cooperar. No quería que la arrastrara así delante de todos. No habría sido bueno para el ambiente general de la velada.
_ Puedes soltarme, te seguiré.
Debió de ser bastante convincente porque él la soltó inmediatamente.
Lucía no entendía su actitud. ¿Qué tenía de desagradable? Sólo estaba charlando con aquel hombre, nada más. ¿Y cuánto más? Era libre.
Cuando llegaron a la sala de recepción, él le rodeó la cintura con la mano y la acompañó a la salida.
Los siguieron miradas curiosas y envidiosas, pero Vincenzo no les hizo caso. Acercó un poco más a Lucía y continuó hacia la salida.
Para alguien que no quería tener nada que ver con ella, lo encontraba bastante entrometido. El marido celoso por excelencia.
Por qué iba a estar celoso -intervino amargamente su conciencia-, es un aguafiestas de primera. Cuando pienso que estabas conociendo a un galerista, seguramente uno de renombre. Por una vez podrías haber tenido un ojo experto en tu trabajo.
_ Sube -le ordenó tras abrirle la puerta del acompañante de su coche.
_ ¿Adónde vamos? preguntó ella, preocupada al verle aún tan indignado.
_ Pronto lo sabrás.
Lucía frunció el ceño y accedió a regañadientes. Ni siquiera les había dicho a Giuliani y Fabian que se iban.
_ Al menos deberíamos decirles...
_ Les enviaré un mensaje -la interrumpió mientras se colocaba al volante y arrancaba-.
_ No es muy decente irse como lo hicimos...
_ ¿Vas a sermonearme? preguntó Vincenzo con sarcasmo. Una mujer casada que se aísla con otro hombre y coge su número, ¿es eso lo que llamas "ser correcta"?
_ ¿De qué estaba hablando exactamente? ¿Qué eran esas acusaciones sin pies ni cabeza?
Lucía no podía creerlo. ¿Era éste el hombre que la había abandonado en mitad de la noche para ir a encontrarse con otra mujer dándole lecciones? Amigo o no, en aquel momento se había cuidado de no darle ningún tipo de explicación.
_ Yo... no me aislé... y este tipo me dio su número para que le enviara unos bocetos... se justificó.
_ ¿Bocetos? Por supuesto", bromeó.
Así que, si ella lo había entendido bien, él podía aplicar las condiciones de su contrato a su antojo y, cuando lo hizo, le negó sus derechos. Peor aún, se burlaba de ella.
Creía que todos éramos libres de vivir nuestras propias vidas fuera de la mansión. le recordó exasperada.
Inmediatamente se arrepintió de su rebelión inicial. Vincenzo detuvo furioso y apresurado el coche aparcado en doble fila.
Quiso decir algo para calmar los ánimos, pero el pánico la paralizó. Como cada vez que tenía que lidiar con el excesivo mal humor de Vincenzo.
Sin mediar palabra, le desabrochó el cinturón, la agarró por la nuca y, sin que ella pudiera hacer nada, la besó.
Puso tanta fuerza en su beso que Lucía sintió que su labio se partía dolorosamente. ¿La estaba castigando por exigir los mismos derechos que él? ¿Se había vuelto loco?
Furiosa, quiso apartarlo, zafarse de su abrazo, pero él era demasiado fuerte para ella. En ese momento, maldijo su impotencia. Lágrimas de frustración y rabia rodaron por sus mejillas, enrojecidas por el exceso de emociones.
Entonces, inexorablemente, la boca del hombre cedió ante la suya. Una vez más...
Se avergonzó de su débil actitud. ¿Cómo podía traicionarla así su cuerpo? ¿Cómo podía sentir deseo por alguien que la trataba así?
Sin embargo, se había prometido a sí misma no caer en la trampa del amor estúpido y ciego. Conocía demasiado bien las decepciones y el daño que causaba.
¿Qué iba a ser de ella ahora?
_ No llores -dijo Vincenzo suavemente, sin soltarle la cara y secándole las lágrimas con la punta de los dedos-. Tú empezaste...