- Lucía, ¿verdad? preguntó el hombre apuesto, cruzando sus largas piernas mientras se recostaba en el banco.
- Yo... lo que oíste cuando llegaste fue...
- Vamos, no te preocupes por eso -la tranquilizó el hombre, señalando con la mano el asiento de al lado-. Haré como si no hubiera oído nada...
Sintiéndose obligada a obedecer, se sentó, pero a una distancia prudencial. Mirando fijamente a su interlocutor, que se presentó como Fabián, trató de percibir sus intenciones.
- No sé lo que has oído, pero no es lo que piensas -explicó Lucía con torpeza-. Mi matrimonio con Vincenzo no puede ser más real.
- Bueno, eso se nota -dijo con una sonrisa burlona-.
- Realmente lo es.
Fabián se inclinó hacia ella, con aire falsamente serio:
- De acuerdo, te creo. Además, no me gustaría disgustar a una chica tan guapa.
Ante estas palabras, la joven se sonrojó violentamente y se puso en pie.
- Perdone, pero tengo que irme a casa. Todavía tengo que deshacer la maleta...
- Bueno, entonces nos vemos en la cena...
¿Cena? ¿Significaba eso que el chico formaba parte de la famosa familia que iba a visitarles esa noche? Tras una breve inclinación de cabeza, la joven se apresuró a volver a casa.
Por el amor de Dios, esperaba con todas sus fuerzas que aquel "primo" tuviera un mínimo de discreción, de lo contrario se metería en un buen lío. La forma en que la miraba la hizo sentirse incómoda.
Debían de ser las nueve cuando una camarera vino a decirle que bajara. La esperaban en el pequeño salón, que en realidad no era tan pequeño.
Giuliani quería presentarla. Así que había hecho un pequeño esfuerzo con su ropa, para hacerle honor. Nada extravagante. Un vestido sencillo, azul claro, que Josie le había comprado antes de salir de París.
Te quedará bien -le dijo, encantada de verla abrir el paquete-. Pensarás en mí así...".
También había hecho el esfuerzo de recogerse el pelo en un moño y había resaltado sus grandes ojos negros con una línea de kohl. Al mirarse en el espejo, se sintió satisfecha con el resultado, aunque distaba mucho de la sofisticación de la tal Laure.
Entró en la sala donde estaba sentada la familia de Vincenzo. Los hombres estaban tomando un aperitivo, sentados alrededor de una mesita baja, y las mujeres charlaban en otra parte del salón.
El estrés de encontrarse con aquella gente la puso nerviosa, pero afortunadamente su ropa era de algodón ligero, de lo contrario se habría manchado de anillos.
- Ven aquí, pequeña -la saludó Giuliani mientras se levantaba-. Ven y te presentaré a la familia...
Todas las miradas se volvieron hacia ella en ese momento.
Intentando poner buena cara ante los tres tíos maternos de su marido, Lucía sonrió tímidamente.
Todos estaban encantados de conocerla, y cada uno de ellos le dio un pequeño abrazo y un pequeño comentario. Uno pensaba que tenía el encanto típico de Sicilia, otro veía su reserva como la marca de una buena esposa, y todos pensaban que Vincenzo tenía suerte de tenerla. Esposas de tíos, primos, primas, ninguno se cortaba en elogiarla.
¿Era lo que realmente pensaban? Lucía no lo sabía. Una cosa era cierta, ella ya había olvidado el ambiente en el que vivía esa gente. Eran una familia como otra cualquiera.
Justo después de comer, Vincenzo llegó en compañía de Fabián. Fabian había insistido en recoger a su primo en el aeropuerto, según Giuliani.
La bienvenida que recibió de su familia asombró a la joven. Los abrazos, las felicitaciones, las risas... Lucía estaba casi conmovida.
Tenía entendido que su marido había perdido a su madre cuando era joven, y que sus tíos se habían ocupado mucho de él tras la muerte de su hermana. Le sorprendió no oír hablar de su padre, el único hijo de Giuliani.
- Es su favorito -le dijo Fabian mientras se sentaba a su lado-. De todos mis primos, Vincenzo es, con diferencia, el favorito de todos.
- Probablemente pienses que...
- No estoy celoso -aclaró, jugando con el contenido de su vaso-. Crecimos juntos y mi tía, su madre, me prefería con diferencia. Así que es un juego limpio.
- Sí, desde luego -sonrió Lucía, que se relajó un poco por cuenta de Fabián.
Vincenzo, que los observaba charlar con tanta soltura, se dio cuenta de que se habían conocido mucho antes de la velada.
- Vincenzo a menudo se da aires -continuó su primo-, pero sólo hay que ver cómo le despeinan los mayores para comprender que es como todo el mundo, humano.
Sonrió. Es cierto que, visto así, parecía más afable...