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_ Has debido de sondear muy bien mis sentimientos -admitió Lucía, tratando de encontrar el valor para mirar a Vincenzo a los ojos-. Sólo que yo he hecho lo mismo contigo, y aunque sé que no estás prometido, al contrario de lo que afirmabas cuando nos conocimos, estoy bastante segura de que no me quieres...
Sabía que el parlanchín de Fabián no se iba a morder la lengua mucho tiempo con este tema -dijo con conocimiento de causa.
Temerosa de que se enfadara con ella, intervino:
_ No, él no tiene nada que ver con...
_ Conozco a mi primo tan bien como yo, y sé que es un tipo charlatán con las mujeres.
Sobre todo con las mujeres que le prestan demasiada atención.
_ Yo... yo no le presté ninguna atención -se defendió-, sólo somos amigos, nada...
El hombre no la dejó terminar la frase, la agarró por las caderas y la acercó a él.
_ Basta de hablar de los demás -dijo Vincenzo, poniéndole la mano en la cara y encontrándose con sus labios.
Al ver que ella no oponía resistencia a su beso, tuvo la respuesta a su propuesta.
Sabía que lo que estaba haciendo era un capricho, pero no podía evitarlo. Quería estar con aquella chica, no porque la quisiera, sino simplemente porque se parecía a Celia. Al principio, esta inquietante similitud le irritaba más que cualquier otra cosa, y trató de mantener las distancias evitando quedarse en la mansión. Pero cuanto más se alejaba, más habitaba ella sus pensamientos.
Lucía, a quien le habría gustado que su abrazo durara más, mantuvo los ojos cerrados y la barbilla alta.
_ Creo que sería más razonable dejarlo así por esta noche -le susurró Vincenzo al oído mientras ella se sonrojaba violentamente.
Luego, apartándose de ella y consultando su reloj, "¿Por qué no vas a cambiarte? Todavía tenemos tiempo de salir a cenar.
_ ¿Cambiarme? Pero si no tengo ropa.
_ Ve al vestidor de la izquierda -señaló una puerta doble al fondo de la habitación-, encontrarás todo lo que necesitas.
_Ropa de mujer", tartamudeó al entrar en la enorme habitación.
_ Tu" ropa, corrigió Vincenzo, que la había seguido para mostrarle cómo se abrían las puertas.
_ Pero mis cosas se quedaron en el hotel...
_ Sí, bueno, si no fuera porque el abuelo me lo impidió, me habría deshecho de esos harapos que llamas ropa y los habría sustituido por un vestuario más apropiado. Como aquí.
_ No son harapos -protestó la joven-. ¿Y por qué hay tanta ropa para mí en esta casa?
_Ya te he dicho que ésta es nuestra casa. Así que es normal que tengas aquí todo lo necesario.
¿"Necesidades"? Tiene una extraña definición de la palabra, pensó ella, mientras inspeccionaba las enormes vitrinas, donde ocupaban un lugar de honor magníficos bolsos, zapatos y percheros enteros de ropa, clasificados por categorías y colores...
_ Si tiene una residencia en Milán, ¿por qué se aloja Giuliani en el hotel?
Al ver el cambio en la mirada de Vincenzo, se dio cuenta de que la pregunta que acababa de hacer era inquietante.
_ Lo siento, no quería entrometerme.
_ No es nada. Para abrir las ventanas -respondió él-, basta con pasar la mano por encima del sensor correspondiente, así, y se abrirán solas. Mientras estés delante del cristal o dentro de él, no se cerrará...
_ Es como un ascensor", dijo asombrada.
Vincenzo sonrió ante la comparación, le puso una mano en la mejilla y salió de la habitación.
Una vez sola, se sorprendió a sí misma sonriendo estúpidamente. Realmente no se daba cuenta.
¿Cómo podía haber ocurrido algo así? Ese hombre que se había pasado todo el tiempo evitándola acababa de pedirle que estuviera con él.
Parecía una locura, pero también algo estimulante.