El descubrimiento de Don Marco

974 Palabras
El descubrimiento de Don Marco En casa de los Vittorini, la calma era sólo aparente. Aldo miraba a Don Marco mientras leía, con gravedad, el informe que había recibido del detective que había contratado unos meses antes. _ Señor, ¿va todo bien? preguntó el empleado mientras el anciano apretaba el punto y lo golpeaba contra su escritorio, molesto. _ ¡Este inútil lo ha hecho todo mal! gritó, con las cejas fruncidas y aspecto indignado. Cómo ha podido hacer algo así a su familia -continuó don Marco, entregando el expediente a su ayudante-, lee Aldo, lee lo que tiene que afrontar un hombre de mi edad. ¿Qué hice mal con él? ¿Puede decírmelo? El secretario miró los documentos y sus ojos se abrieron de inmediato. El hijo de su patrón se había hecho un lío en la vida, había cumplido condena por todo tipo de fraudes en Estados Unidos, país al que había huido tras enfrentarse a la mafia siciliana, pero hoy, justo cuando todos pensaban que las cosas se habían suavizado, surgía otro problema, relacionado con él. _ Señor, no sé qué más decirle... _ ¡Ya me lo imaginaba! exclamó el hombre fuera de sí-. En cuanto vi a esa chica, lo supe. ¿Quién no reconocería a sus descendientes? _ Señor, cálmese -dijo Aldo, sirviendo un vaso de agua a su jefe, que temblaba de rabia y frustración-. Tome, beba un poco. _ Ese inútil lleva diez años escondido. Y menos mal que está escondido, porque no es la mafia la que va a acabar con él, sino yo, don Marco. No contento con abandonar a su familia y arruinarme, ahora me entero de que, en el mismo momento en que se casó, llevaba una doble vida. _ ¿Debo ponerme en contacto con este joven? _ De momento no -decide don Marco con mirada severa-. Primero tengo que averiguar cuál es la situación. Entre otras cosas, necesito saber por qué la progenitora de esta chica nunca se presentó para exigir un céntimo a nuestra familia. No todas las mujeres pueden ser tan desinteresadas como la madre de Lucía... El restaurante donde habían cenado Lucía y Vincenzo no era una gárgola de mala muerte. Era una meca gastronómica, que ofrecía cocina del mundo, revisitada y ennoblecida por un gran nombre de la cocina italiana. Un chef con estrella Michelin que sentía pasión por lo que hacía. _ Es increíble lo mucho que la cocina se parece a un cuadro", comentó Lucía al volver al coche. La elección de los colores en el plato, la disposición de cada volumen, el equilibrio de contrastes... _ Empiezas a parecerte a Fabián -dijo Vincenzo, sujetándole la puerta del coche-. _ Perdona, no quería aburrirte con mis caprichos artísticos. No me molesta tanto cuando eres tú -dijo el hombre-, pero es cierto que no entiendo tu encaprichamiento con estas costras de pintura. _ Sé que el arte no es para todo el mundo, pero intentaré no aburrarte con esto en el futuro. Mientras su amante conducía, concentrado en la carretera, la joven le miraba en silencio. Tenía ante sus ojos la obra de arte más bella que jamás había visto. Y por algún milagro demente, él había elegido estar con ella. La chica corriente y transparente. _ Será mejor que te lleve de vuelta al hotel -dijo al cabo de un momento, sin preguntarle antes su opinión. Lucía bajó la cabeza decepcionada y no dijo nada. Habían pasado una buena velada y no deseaba que terminara. Sobre todo sabiendo que Vincenzo se marcharía al día siguiente, por quince días. Dos semanas en las que ella le esperaría impaciente, con los ojos pegados a su ventana. Tras su silencio, el hombre se volvió brevemente hacia ella. La mirada de los días malos había vuelto, pensó con un suspiro. _ ¿Prefieres pasar la noche conmigo? bromeó, con la esperanza de hacerla pensar en otra cosa que no fuera su separación. _ Que..., eh, no -tartamudeó ella, ruborizándose y hundiéndose en su asiento avergonzada-, el hotel está bien... Su actitud asustada hizo reír al hombre, pero éste se cuidó de no hacerla sentir más incómoda, conteniéndose y limitándose a sonreír a la carretera. Estaba muy lejos de la reacción que se esperaba de una mujer de veintidós años, se dijo a sí mismo. Incluso se preguntó si no habría estado viviendo en una cueva todo este tiempo. Hablando de su pasado, recordó que seguía sin tener noticias del detective que debía investigarla. Giuliani no le decía nada de su familia política, así que se había tomado la libertad de hacer su habitual expedición de pesca. ¿Cuándo decidió el abuelo volver a Siracusa? le preguntó mientras se acercaba al palacio donde se alojaban ella y Giuliani. _ Mañana por la tarde -respondió ella, aún malhumorada. _ Bueno, dile que iré a verle por la mañana, justo antes de despegar. _ Se lo transmitiré. Se desabrochó el cinturón, agarró el pomo de la puerta y estaba a punto de abrirla cuando su brazo se enganchó al suyo. _ En serio piensas irte sin despedirte siquiera. Cómo iba a decirle que no tenía ningún deseo de prolongar ese momento con él, a riesgo de no poder dejarlo marchar. Por supuesto, él no podía entender su actitud, ya que era la única que le quería. _ Perdona, estaba en mis pensamientos... Espero que tengas un buen viaje -se obligó a sonreír para no darle una impresión equivocada-. _ Si necesitas algo, sabes que puedes pedírmelo... _ A Natale, lo sé. No te preocupes, ya tengo todo lo que necesito. Decir que la dejaba totalmente serena habría sido mentir. La cara de decepción que puso al marcharse le hizo sentirse un poco culpable. Pero mientras no supiera a dónde iba con esta chica, se cuidaba de no involucrarse demasiado.
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