La casa de los Caruso.

694 Palabras
La casa de los Caruso Pisar el suelo de su tierra de origen, después de once años y medio de ausencia, hizo nacer sentimientos mezclados en el corazón de Lucía. Mientras salían del aeropuerto de Catania hacia Siracusa, el espíritu de la joven se llenó de nostalgia. ¿Quién hubiera pensado que volvería después de tanto tiempo? Al dejar Sicilia con su madre, había tenido la esperanza de volver, después de algunos años de exilio; pero a su muerte, Lucía se había dicho que no volvería jamás. Que en la vida las cosas suceden cuando menos te lo esperas. Cuando piensas más en ello. Con este pensamiento, la joven inspiró profundamente y abrió grandes ojos para admirar mejor lo que veía. Las luces que animaban los majestuosos monumentos, los efluvios que se escapaban de los diferentes restaurantes todavía abiertos y abarrotados, los curiosos y su acento muy característico, todo la llevaba a una época dulce y despreocupada. Un tiempo en el que las cosas eran tan simples, sin cuestionamientos incesantes e insolventes, sin arrepentimientos y sobre todo sin miedo al futuro. Fue bueno ser una niña en esta isla de clima generoso. Lucía habría dado mucho para volver a esa época lejana. - Vamos a llegar a la autopista, advierte Vincenzo, que estaba sentado a su lado en el sedán y que tocaba su smartphone. Mejor cierra la ventana, o... - No se preocupe, se lo cortó con un ceño fruncido, vendría a esta ceremonia incluso resfriada. - ¿Quién habla de usted? -dijo sin levantar la nariz de su teléfono. Puede que no te hayas dado cuenta, pero no estás sola en el coche. Lucia se sorprendió al despertar en el avión al ver que el aire severo de Vincenzo había vuelto. La paciencia y la amabilidad que había mostrado con ella en el aeropuerto había dado paso a la irritación. Comprendiendo, sin embargo, que era culpable, se disculpó antes de cerrar la ventana arrepentida. - Digamos que el señor es sensible a las corrientes de aire, intervino Natal, que estaba en el frente y quería relajar un poco la atmósfera. _ Lo recordaré, tartamudeó incómoda. Lo siento. Su futuro marido falso no descolgaba sus correos electrónicos ni lo que parecía ser datos bursátiles. Lucía echaba de vez en cuando una ojeada en su dirección, luego al ver que no coincidiría en absoluto con ella, se recostaba en su asiento o tosía. Estaba casi inconsciente, pero estaba buscando algo de atención. Una hora más tarde, finalmente llegaron a la finca. Una finca inmensa donde había que recorrer un largo camino privado antes de llegar a la casa donde Lucía iba a vivir como la esposa de Vincenzo Caruso. Frente a la edificación que se levantaba ante ellos, la joven permanecía asombrada y sin voz. Estábamos muy lejos de la villa moderna que se había imaginado durante los días que siguieron a su acuerdo con este hombre. Los Caruso vivían en una magnífica mansión, que un sabio juego de iluminación ponía de relieve. Era de noche, pero se dio cuenta de que estaban en un lugar excepcional. Más que una casa, era un monumento histórico de piedra vieja. Del tipo que podríamos visitar y que tendría una historia muy antigua. Habría querido tomarse el tiempo de admirar este edificio de otra época, pero Natale, que acababa de abrirle la puerta, la invitó a seguirlo. - ¿Mi maleta? Le dijo a la joven que se marchaba. - No se preocupe, el chófer la llevará a su habitación, le aseguró con una sonrisa circunstanciada. Luego, al ver que seguía con la mirada a su empleador, mientras iba al encuentro de un coche. El señor tiene que ir a la ciudad. «¿En la ciudad? ¿A esta hora? ¿Pensó sonriendo y escudriñando al bólido que acababa de aparcar justo delante de Vincenzo. La broma correcta. » A pesar de ello y de la voz interna que se lo prohibía, Lucía no pudo evitar darse la vuelta para ver mejor a la conductora. Estaba demasiado oscuro para distinguir bien sus rasgos, solo por su ropa y su melena veneciana sabiamente atada, era muy sofisticada...
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