Una familia arruinada
No sabía qué era más insoportable en ese momento: si enterarse de quién era realmente su padre, o el hecho de que Vincenzo lo supiera y no hubiera dicho nada. También estaba el comportamiento de su marido, que la desmoralizaba. ¿Por qué no había intentado explicarse o reconocer su error? Ella le había hablado, después de todo, la noche anterior sobre su pasado, su familia y su difícil exilio. Él podría haberle dicho en cualquier momento que conocía ciertas cosas sobre ella. No, prefería tratarla como si ella tuviera toda la culpa, machacándole los oídos con ese acuerdo maldito. ¿Como si todo pudiera ser regulado por un contrato? ¿Qué hacía con los sentimientos de la gente? ¿Con su sensibilidad?
Vincenzo Caruso realmente no tenía ninguna consideración por los demás.
La noche fue insoportable. Lucía ardía literalmente; su temperatura debía rondar los 39 grados, y su cerebro estaba a punto de explotar. En un trance salvador, saqueó la oficina de su abuelo, sin encontrar la menor información sobre el lugar exacto al que pensaba ir. Si hubiera tenido el proyecto de encontrarse con su padre, ella habría ido y los habría confrontado. La empleada había intentado disuadirla de entrar en el despacho del hombre, pero eso era sin contar con su voluntad de arrojar luz sobre su familia.
—Donna Lucía —intervino la gobernanta después de una buena hora—, está empapada en sudor. Al menos tómese un descanso para beber un poco de agua.
—¿María? ¿Desde cuándo estás al servicio del abuelo? —preguntó ella con la voz congestionada de tanto llorar.
La mujer dejó la bandeja que había subido para ella en una de las sillas y dijo:
—Sé que no lo recuerda mucho, pero yo ya estaba aquí antes de su nacimiento. Como solo trabajaba en la finca, y Don Marco pasaba la mayor parte de su tiempo en Siracusa, la veía muy ocasionalmente.
—Es verdad —recordó la joven—. El abuelo residía en los alrededores de Siracusa. ¿Podrías darme las llaves y la dirección exacta?
—Lo siento, pero esa casa fue hipotecada como todo lo demás. Ahora pertenece a su marido. Él ha permitido que su abuelo permanezca aquí, pero ya no tenemos acceso a las otras residencias, las tierras ni los negocios.
—¿Qué dices? —preguntó Lucía, con el ceño fruncido y los ojos desorbitados—. ¿El abuelo ya no tiene nada, ni siquiera dónde vivir?
—Si solo fuera eso —suspiró ella, dándose la vuelta—. Todavía le debe sumas astronómicas a los Caruso; es una bendición que haya aceptado este matrimonio, sin él, su abuelo estaría en un verdadero aprieto, se lo digo yo.
"Nonno, me has puesto en una situación inextricable", se dijo ella, con el ceño fruncido y el semblante descompuesto.
Los días siguientes, Lucía permaneció postrada en cama. La gobernanta quiso avisar a la mansión, pero la joven se lo prohibió tajantemente. Le explicó que estaba enfadada con su marido y que necesitaba estar sola.
—No tienes por qué quedarte aquí, María. Vuelve a casa como estaba previsto al principio —la animó la joven cuando se sintió mejor.
—¿Y dejarla en este estado? ¡Ni hablar!
—Ha pasado casi una semana y, como ves, estoy curada.
—De ninguna manera —insistió ella—, no me iré hasta que regrese con su marido.
"¡Qué cabezota!", se dijo Lucía, que no quería pesar en las escasas vacaciones de la empleada.
—Volveré pronto. Así que no hace falta que me mimes tanto.
—Sería mejor que hiciera las paces con ese muchacho y lo antes posible —le exhortó con su voz moralista—. No sabe en qué brazos podría ir a buscar consuelo.
Ya se sentía por los suelos y completamente perdida, y solo le faltaban ese tipo de comentarios. De todos modos, Vincenzo era la menor de sus preocupaciones. Sobre todo, necesitaba saber adónde había ido Don Marco. ¿Y si realmente pensaba reunirse con su padre?
Después de una negociación incansable, María finalmente accedió a irse. Por fin podría respirar y, sobre todo, revisar la casa a fondo. Si era el único lugar donde vivía su abuelo, la información que buscaba debía estar allí.
Elaboró un plan de ataque. Comenzaría por el desván, registraría la docena de habitaciones de los dos pisos, para terminar con los salones y otras habitaciones de almacenamiento. Una vez que tuviera en sus manos la información que le interesaba, iría a casa de Vincenzo para hablar. Era evidente que no podían seguir juntos, pero nada les impedía retomar su contrato inicial.
Mientras registraba la habitación de su abuelo, encontró unas recetas médicas. Las prescripciones que contenían le trajeron recuerdos; conocía muy bien esos medicamentos. Su corazón comenzó a latir rápidamente. Y sus ojos se humedecieron.
"Tenía razón. Nonno está muy enfermo", se dijo, temblando.
En ese mismo instante, llamaron a la puerta. María tenía un par de llaves, así que comprendió que no era ella quien había vuelto.
—¡Un minuto, ya voy! —gritó, secándose las lágrimas, y luego, una vez que abrió—. ¿Es usted?
—Buenos días, señora —dijo Natale, acompañado de varios hombres con monos de trabajo—. Lamento molestarla, pero he venido a vaciar la casa antes de su venta. Si quiere, puedo llevarla a algún sitio —propuso con la mayor naturalidad del mundo.
—¿La venta de la… casa? —repitió ella, atónita—. ¿De qué casa habla?
Natale tosió para aclarar su voz y continuó, un poco incómodo:
—Esta, señora. El señor acaba de dar la orden a las agencias para que la pongan a la venta, y le gustaría que la vaciaran de todos sus efectos, a excepción de los muebles y los objetos de valor.
Lucía entendía las palabras que pronunciaba, pero no lograba captar lo que le estaba explicando. Se quedó allí, inmóvil, mientras los encargados de la mudanza entraban sin más ceremonia.
¿Así era como funcionaban las cosas cuando uno se enfrentaba a Vincenzo Caruso? ¿Cómo había empezado todo esto, ya?