Nuevas resoluciones
—¿Mi presencia te supone un problema? —resonó la voz de Vincenzo desde el otro lado del claustro.
Natale, que era más alto, divisó directamente a su jefe a pesar de la alta vegetación central. Lucía, por su parte, se limitaba a encorvar los hombros y bajar la cabeza. "Llega justo a tiempo como siempre", maldijo para sus adentros.
Vincenzo dio la vuelta y se acercó a ellos con un andar que ella adivinó seguro.
—Veo que has decidido no perdonar a mis empleados —la reprendió con suficiencia. En el futuro, preferiría que me digas directamente lo que te molesta; ellos no están bajo tus órdenes y no tienen por qué soportar tus humores.
—Señor, no es nada —intervino Natale—. La señora estaba solo un poco cansada del viaje…
El hombre guardó silencio, obedeciendo el gesto de la mano de su empleador. Lucía sabía que había sido un poco brusca con él, pero tampoco lo había maltratado. Y además, ella no exigía ningún privilegio, él podía defenderse perfectamente.
—Me disculpo por mi actitud —dijo ella sinceramente al hombre, quien suspiró con incomodidad—. Luego, dirigiéndose a Vincenzo y sin levantar los ojos hacia él, "lo siento, no volverá a ocurrir".
Ahí estaba. Esa era su nueva línea de conducta frente al hombre que tenía sus miserables vidas en sus manos. Se había preparado y practicado durante horas. Iba a plegarse y a disculparse tan pronto como se le exigiera. Su orgullo y su amor propio debían dejar paso absolutamente a la deferencia y la sumisión. Solo así saldría de esta pesadilla.
—Bien, ya que todo está en orden, pueden continuar con su visita —les dijo Vincenzo.
Lucía sentía un peso sobre todo su ser, y era solo el primer día. Se preguntaba realmente qué hacía él allí. Él, que solía estar tan ocupado con su trabajo. Mantenía la esperanza de que haría como en Venecia y se marcharía al caer la noche, o al día siguiente.
La verdad sobre la estancia
Terminada la visita de las habitaciones principales, Natale y los otros dos empleados se despidieron. Lucía se sorprendió, pero no se atrevió a decir nada. ¿Iban a dejarla en esa mansión aislada, lejos de todo? Ni siquiera tenía carné de conducir para usar uno de los coches aparcados delante. Y si se consideraba que Vincenzo también se marcharía, ella se quedaría atrapada.
—El almuerzo será entregado hoy —le advirtió el dueño de la casa—, pero a partir de esta noche, tú te encargarás de las comidas. Una limpiadora pasará por la mañana, pero eso no significa que estés exonerada de todas las tareas…
Con la cabeza baja, la joven lo escuchaba enumerarle el funcionamiento de la casa. Solo esperaba una cosa: el momento en que él le anunciaría que se marchaba a su vez. Era evidente que no se quedaría con ella en ese agujero perdido, tenía demasiado trabajo como para ausentarse una semana completa. Se lo había repetido lo suficiente.
—¿Me escuchas? —la interpeló Vincenzo, mientras ella estaba distraída.
—Perdón, yo…
—Vas a tener que ser un poco más reactiva; no soportaría pasar tanto tiempo con una persona tan apática.
—Disculpe, yo… ¡¿Perdón?! —exclamó Lucía con los ojos desorbitados de sorpresa.
—Te pedí que fueras reactiva, no que saltaras por los aires cada vez que te hablo. Te dejo que pongas la mesa —dijo él, negando con la cabeza—, voy a cambiarme.
"¿Se queda aquí? Pero ¿por qué? ¿Dónde quedó su amor por el trabajo interminable?", tempestuó Lucía en su fuero interno.
Contrariada hasta las lágrimas, apretó los puños y golpeó el suelo con los pies. "Menudas vacaciones para descansar". Era un castigo, sí. Pensó enseguida en Giuliani. Él debió de haber organizado esta retirada para dos, para ayudar a la pareja en apuros que eran. ¡Ah! Si tan solo supiera.
Sin perder tiempo, fue a sacar los cubiertos del aparador y los colocó sobre la gran mesa. Se aseguró de poner cada plato lo más alejado posible del otro. Quería hacer un esfuerzo, pero cuanto más lejos de él estuviera, mejor se sentiría. Al unirse a ella, suspiró ante sus maneras y le dijo:
—Antes de sentarnos a la mesa, me gustaría que firmes nuestro nuevo contrato.