Renuncias
Al oír esas palabras y ver el expediente que él tenía en sus manos, el corazón de Lucía se estremeció dolorosamente. Vincenzo Caruso no era tonto. Primero se aseguraría de su renuncia, y luego la obligaría a llevar a su hijo. Una vez firmados los documentos, no podría dar marcha atrás, ella lo sabía.
Tomó una gran inspiración bajo la mirada inquisidora del hombre y se acercó a los papeles que él acababa de dejar sobre la mesa. Su cuerpo entero le gritaba que se detuviera, pero la joven hizo caso omiso. Debía hacer lo que tenía que hacer.
Mientras, temblorosa, tomaba el bolígrafo que estaba sobre el contrato, y que iba a firmar, Vincenzo, que permanecía a su lado, le tomó la mano y la detuvo. Ella se volvió hacia él, perpleja.
—¿No lees lo que está escrito? —preguntó él con gravedad.
Ella no respondió nada y esperó a que la soltara para finalmente ejecutar la acción como un autómata. ¿De qué servía leer? ¿Qué iba a cambiar? La trampa en la que se encontraba no le dejaba otra opción que hacer lo que se esperaba de ella. Vincenzo quería darle la ilusión de que ella decidía su destino, cuando en realidad, estaba a su merced, como lo estaría un ratón entre las garras de un gato.
Una vez que dejó el bolígrafo, un dolor insoportable le oprimió el pecho y la garganta. Incapaz incluso de tragar, se levantó y salió de la habitación tan rápido como sus piernas flaqueantes se lo permitieron. Una vez en el deambulatorio, se echó a llorar. Primero suavemente, luego a grandes sollozos. Cegada por sus lágrimas, buscaba un lugar donde refugiarse, ella y su pena. Se precipitó en la pequeña capilla transformada en biblioteca. No quedaba nada religioso, aparte de unos viejos vitrales que tamizaban la luz, pero para la joven fue el refugio ideal. Se sentó en el suelo frío, rodeó sus rodillas con las manos y escondió su rostro inundado.
¿Cuánto tiempo había permanecido allí, sollozando? Habría sido incapaz de decirlo. Así como habría sido incapaz de recordar el momento en que se había dormido…
Un nuevo despertar y una confrontación
Se despertó en una cama. La habitación donde se encontraba era grande y embaldosada con grandes piedras de color marfil; las puertas-ventanas abiertas dejaban entrar y salir, al capricho del viento, largos visillos vaporosos. El mobiliario de hierro forjado y los mosaicos por todas partes daban la impresión de que uno se encontraba en otra época.
Lucía se levantó y fue a inspeccionar las habitaciones contiguas a la principal. En una había un gran baño digno de un spa, y como en todas las casas Caruso, otra sala albergaba un vestidor menos cargado y sofisticado que los ya vistos. Después de relajarse en un buen baño, se puso directamente el pijama. Aún se sentía cansada y se dijo que volvería a aislarse en su habitación con una buena taza de té.
La cocina estaba vacía, así que tenía el camino libre para calentar un poco de agua. Rebuscó en los armarios y encontró una tetera. Hierbaluisa, era todo lo que necesitaba. Se llevó su taza humeante, después de una breve infusión.
—¿Qué hace aquí? —preguntó con desconfianza a Vincenzo, que estaba de pie frente a una de las ventanas de su habitación.
—Te estaba esperando —declaró el hombre, dándose la vuelta.
Ella quiso preguntarle por qué, pero se le hizo un nudo en la garganta al ver su expresión resuelta y austera. Una expresión que nunca antes había leído en su rostro y que no admitía ninguna resistencia. El hombre se acercó a ella, mientras ella retrocedía maquinalmente. Una vez cerca, le quitó la taza caliente y la puso en la cómoda junto a ellos. Lucía no se atrevía a sostener su mirada, por miedo a leer lo que iba a pasar. Su respiración se dificultó y su cuerpo comenzó a temblar.
—Prefiero que las cosas queden claras —la previno Vincenzo con intransigencia—, a la menor señal de oposición, consideraré que has cambiado de opinión y detendré esto de inmediato.
Lucía, que comprendió que se había equivocado en el método que la llevaría al embarazo, se estremeció hasta los huesos. ¿Cómo no había pensado en este escenario? Al mismo tiempo, habían sido tan odiosos el uno con el otro que ella no se había imaginado ni por un segundo que él querría volver a tocarla.
La joven alzó los ojos desorientados hacia Vincenzo mientras él la tomaba de la mano y la llevaba hacia la cama…