No resistirás
Lucía se dejó arrastrar sin decir nada. Su mente estaba demasiado entumecida para encontrar una estrategia, e incluso si la encontraba, la advertencia de Vincenzo era clara. Recordaba demasiado bien lo que había pasado la última vez que le había plantado cara. Todavía maldecía ese día, y hoy pagaba un alto precio. Haciendo todo lo posible por no llorar, apretó los labios con fuerza. "Vamos, si cierras los ojos y lo dejas hacer, todo esto terminará muy rápido", se animó Lucía, inspirando.
En el instante en que se dijo eso, la mano del hombre soltó la suya. De frente a ella ahora, la tomó firmemente por la cintura y la atrajo hacia sí. Con los párpados cerrados, el corazón latiéndole fuerte y la respiración dificultosa, sintió los dedos de Vincenzo posarse en sus hombros poco vestidos. Mientras tomaba sus labios, deslizó los anchos tirantes de su camisón. Este último, se amontonó a sus pies con un susurro. El poderoso calor que él acababa de encender en ella la desorientó por completo. A pesar de eso, se exhortó a sí misma a mantenerse firme. Se negaba a dejarse llevar y a darle ninguna satisfacción a su adversario. Realmente, nunca se había imaginado que las cosas sucederían así en su primera vez. Había soñado con consideración y un poco de amor también, aunque fuera ínfimo…
Sintiéndola resistirse, Vincenzo se mostró más ardiente en su beso. Lucía ahogó un primer gemido y él sintió todo su ser vibrar entre sus dedos. Nunca había disfrutado tanto haciendo ceder a una mujer. Era exaltante. A pesar de tener los ojos cerrados, Lucía sintió la satisfacción del hombre. Parecía divertirse con su inexperiencia, y cuando menos se lo esperaba, le arrancó un segundo suspiro, posando sus hábiles dedos en la parte superior de su pecho. "¿Qué me está pasando?", se preguntó, abriendo los ojos asustados por lo que acababa de sentir.
Como era de esperar, el hombre se deleita al verla tan reactiva, y esto, muy a su pesar. Le complacía derribar una a una sus resistencias. No había más que ver la mirada vanidosa que posaba sobre su cuerpo. Era como esos virtuosos ante el instrumento que mejor conocían. Molesta por su actitud suficiente, tuvo que luchar duramente consigo misma para no rechazarlo y salir corriendo.
—Pareces mucho menos asustada que la última vez —le asestó el hombre, burlón—. Luego, al ver que ella contenía su ira, "es increíble lo bien que pueden llevarse el odio y la pasión…".
Ella lo sabía, frente a Vincenzo, no aguantaría la distancia. Él era mucho más experimentado de lo que ella jamás sería. Si no se liberaba ahora, debía resignarse a soportar la cobarde traición de su propio cuerpo. Qué utopía creer que todavía tenía tiempo para elegir. Bastó un nuevo abrazo ardiente para que ese hombre cruel la despojara de toda voluntad, única marca de su desaprobación, lágrimas amargas rodaron por sus mejillas enrojecidas. Solo podía odiarse en silencio por lo que su carne empezaba a sentir ruidosamente.
Cuando Vincenzo sintió que Lucía ya no intentaba contenerse, la levantó del suelo y la llevó a la cama. Su piel bronceada estaba ardiendo, y los estremecimientos que provocaba en su cuerpo con cada caricia, lo impacientaban a él mismo. Más de lo que nunca lo había estado. Sin embargo, no podía comportarse con ella como lo hacía con sus otras conquistas. Era su primera vez, y contrato o no, tenía la intención de hacer de ese instante, un momento memorable…
Una mañana de amargura
Lucía sintió que la luz del amanecer se filtraba bajo sus párpados aún adormecidos. Deslizó sus antebrazos bajo la almohada y giró la cabeza en dirección opuesta a las ventanas. Ese movimiento, aunque inofensivo, despertó todos sus dolores y la devolvió inexorablemente a la víspera.
Abrió los ojos y miró el lugar vacío a su lado. Vincenzo la había dejado la noche anterior y sin decir una palabra, tan pronto como hubieron terminado. Una sonrisa desengañada se dibujó en sus labios. Hubiera querido llorar a mares en ese instante, pero tuvo la impresión de que sus ojos estaban secos. Al querer incorporarse, reprimió un gemido. Apretó los dientes para soportar su dolor y se levantó lentamente.
Envolviéndose en su sábana y con un andar vacilante, se dirigió con dificultad hacia el baño. Al salir de la ducha, recordó que una empleada de limpieza venía por la mañana. Un poco presa del pánico, se apresuró como pudo para dejar la habitación en un estado presentable.
"No es de extrañar que todavía sufriera", se dijo al ver el estado de la cama. Arrancó toda la ropa de cama manchada que la cubría, la hizo una bola antes de llevarla a lavar. Dio pasos silenciosos al acercarse a la cocina, por si acaso Vincenzo estuviera allí. Demasiado enfadada y avergonzada por lo que había pasado la noche anterior, prefería evitarlo mientras le fuera posible. Asomó la cabeza discretamente por la puerta e inspeccionó la habitación. Al no ver a nadie, suspiró aliviada y fue a la cocina auxiliar, donde también se encontraba el lavadero.
"Ya te has librado de esta faena", se dijo, poniendo la lavadora y mirando hipnóticamente la máquina girar.
La mañana transcurrió bajo el signo de la amargura y el arrepentimiento. Lucía permaneció sentada en su habitación como un espantapájaros, ahuyentando como podía todos sus pensamientos sombríos.