Salida para Siracusa.
- ¿De verdad vas a llegar tan lejos? Y sobre todo tanto tiempo? preguntó Josie mientras ayudaba a Lucía a terminar sus cajas.
Después de un profundo suspiro, la joven asintió.
- Un año pasa rápido, y de Toda manera nos quedamos en contacto.
- De todos modos, esta escuela que encuentras en el último minuto… ¿es raro, no? ¿Estás seguro de que no es una trampa? Ya conoces el tipo que te atrae para robarte mejor tu dinero...
- No, es una escuela muy seria, la tranquilizó Lucía.
Era reacio, pero tenía que mentirle a Josie. Vincenzo le había exigido que anunciara a todos los que la rodeaban que se casaba y también le había advertido. No tenía ningún interés en divulgar su arreglo a nadie. Incapaz de decirle la verdad a su amiga, ni mentirle sobre su unión, había preferido inventarse una historia menos increíble.
- Este cuadro es magnífico, dijo Josie, hurgando en el trastero de Lucia. No sabía que tenías tanto talento.
- ¿Oh eso? Dijo la joven, reconociendo el lienzo que había pintado para el cumpleaños de su madre, cuando acababan de salir de su tierra natal. Tenía once años cuando lo hice, en ese momento estaba pintando mucho. Y como tenía nostalgia de mi ciudad, la reproduje.
- ¡¿A los once años te las arreglaste para hacer tal cosa?! Retiro lo que dije. No tienes talento, eres un verdadero genio. Un poco como el otro ahí… ya sabes el que tiene el nombre de monedas de oro…
Lucía se rió:
- ¿Te refieres a Monet?
- Sí él. ¿Qué idea de llamarte así primero? Mientras decía esto, miró con curiosidad la firma en la parte inferior del tablero antes de intentar descifrarla. Vitto... Vittorio...
- Vittorini, ayudó a Lucía. Así se llama mi papá, le dijo sin preguntar.
- Veo. Todavía está en Italia, ¿verdad?
- Confieso que no lo sé. Desde que se fue, no me ha dado ninguna señal de él.
- ¿Crees que él sabe lo de tu madre? Se aventuró a preguntarle a Josie un poco avergonzada.
Esa fue una buena pregunta. ¿Ese cobarde sabía que Felicia, su supuesto primer amor, se había ido? ¿Sabía que su única hija tenía que hacer su parte cuando estaba en su peor momento? Seguramente no lo sabía, y no podía importarle menos de todos modos.
Lucía sonríe a esa quimera que la gente llama amor. Una patraña que sólo existía para hacer sufrir a los más débiles. Los que tuvieron la desgracia de encariñarse primero, los que lo dieron todo en su relación, olvidándose por completo de sí mismos. Un poco como su madre, una huérfana que pensaba que su marido se había convertido en su verdadera familia.
- Lo siento, dijo Josie al ver que su amiga guardaba silencio. No quería ser indiscreta. Yo, voy a ver si olvidé algo en la habitación...
El departamentito que alquilaba Lucía estaba vacío de todas sus pertenencias. Las cajas ya habían salido para Syracuse y su vuelo salía en menos de tres horas. Antes de dejar las llaves en la conserjería, la joven hizo un último recorrido por el dueño bajo la mirada conmovida de Josie.
Esta última sabía lo mucho que este lugar estaba cargado de recuerdos. Siendo los recuerdos parte de nosotros, entendió que a Lucía le costaba mucho dar media vuelta e irse.
- Acaba de llegar el taxi, guapa, dijo en voz baja cuando recibió una llamada.
- Un minuto más por favor...
- Bien, voy a bajar con tu maleta.
- Josefina.
- ¿Mmm?
- Gracias por todo, dijo la joven sin apartarse de la ventana, desde donde había estado contemplando la vista, desde hacía unos minutos ya…
El aeropuerto estaba abarrotado y Lucía no sabía adónde ir. Era la primera vez que viajaba sola. Y la última vez que voló fue cuando llegó a Francia.
Buscó su vuelo en una de las pantallas de información.
- Terminal 2D, murmuró antes de dirigirse a las filas correspondientes.
Mientras se ponía la correa de su bolso sobre el hombro, alguien con prisa la empujó por detrás. Cayó pesadamente al suelo, con las manos extendidas.
En ese momento, y sin previo aviso, brotó un torrente de lágrimas sin que ella pudiera contenerlas. Todas las emociones que había acumulado durante este día fueron liberadas a la vez. Dejar el apartamento donde había vivido con su madre, despedirse de su mejor amiga y asumir el papel de mujer casada, qué abrumadores acontecimientos tuvo que gestionar.
La gente a su alrededor la miraba sin entender realmente lo que le estaba pasando. Llorar así por una pequeña caída era impensable.
- Cuando empujas a una persona, lo mínimo que puedes hacer es disculparte, tronó una voz disgustada detrás de la joven.
Reconoció ese tono grave y autoritario. Se secó la cara con las mangas y volvió la cabeza hacia el hombre que había venido en su defensa...