Mala pasada
Resuelta a su destino, la joven caminaba por el paseo seguida de Vincenzo.
Una vez que la primera emoción negativa pasó y sus lágrimas se secaron, Lucía se sintió mucho menos angustiada. Para su disgusto, incluso sucedía lo contrario. ¿Quizás se debía a su estrecha proximidad en aquel claustro de vegetación florida y olorosa? ¿O simplemente al hecho de que se encontraban a pocos pasos de la habitación? Pero Lucía sintió un calor mordaz invadirla poco a poco. Imágenes y sensaciones del día anterior le vinieron a la mente, turbándola como nunca. Se sonrojó tan violentamente que era imposible que Vincenzo no se diera cuenta. "Cálmate", se autocontroló, pasando sus manos frías por sus mejillas inflamadas. "Vas a terminar pareciendo una descarada".
Cuando estaban a punto de cruzar la puerta abovedada de la habitación, el teléfono de Vincenzo sonó, haciendo que el estado febril de Lucía disminuyera al instante.
—Te alcanzo en un minuto —le dijo gravemente, después de leer el nombre del contacto que aparecía.
Lucía asintió con la cabeza y entró sola. Ese momento de respiro le permitiría recuperarse y poner un poco de orden en sus pensamientos. Era increíble sentir tantas contradicciones, pensó la joven, exasperada por su comportamiento ambiguo. Era evidente que uno no podía deshacerse tan fácilmente de sus sentimientos, pero ese tipo se había mostrado odioso con ella, tenía que recordarlo.
Después de un paso por el baño, fue a sentarse en el borde de la gran cama. Aprovechó para echar un vistazo a su teléfono que estaba en la mesita de noche; ni llamadas ni mensajes de Don Marco. Ya había pasado más de una semana, podría haberla contactado al menos una vez. Era lo mínimo, después de su partida imprevista y toda la preocupación que le había causado. Por su parte, ella lo había intentado, pero siempre caía en su buzón de voz.
Media hora pasó sin que Vincenzo regresara. Luego una hora… Lucía se sentía cada vez más inquieta, pero no se atrevía a ir a ver qué pasaba. Temía ser tomada por la chica impaciente o que se consumía por él. Sobre todo después del espectáculo que había montado en la cocina. Cuando lo pensaba, se avergonzaba. Ese hombre debía tomarla por una verdadera ignorante. Él le había enseñado cosas sobre su propio cuerpo, después de todo. Al mismo tiempo, ella nunca había intentado tener hijos antes. "Él tampoco", supuso su voz interior con un toque de sarcasmo.
¿Vincenzo la habría olvidado de verdad? Se preguntó mientras el sol había desaparecido por completo del cielo, y la penumbra la obligó a encender las luces. No es que tuviera prisa por su regreso, pero le parecía extraño que no hubiera venido a avisarle de que tenía un contratiempo. Y además, estaba esa inquietud que no la soltaba. Su mente por más que descartaba esa aprensión inexplicada, volvía a la carga. Más intensa y más invasiva cada vez. Cansada de conjeturar sobre hechos imaginarios e improbables, y aunque avergonzada de antemano por su iniciativa, se resignó a ir a verlo…
El descubrimiento de Vincenzo
Vincenzo ya no podía moverse de su silla. Permanecía estupefacto y sin voz frente al ordenador, con el teléfono aún en la mano. Leía y releía la información que aparecía implacablemente en su pantalla. Un vértigo lo obligó a cerrar los ojos unos segundos. Suspiró largamente y echó la cabeza hacia atrás. Por primera vez en su existencia, se sentía totalmente conmocionado y perdido.
¿Cómo habían podido las cosas tomar un giro así? Si el destino existía, acababa de jugarle una muy mala pasada. "O no", pensó con aire sospechoso y enfadado. "¿No se dice que la estafa es hija del comercio y la mentira?"
Unos leves pasos que provenían del deambulatorio lo conectaron rápidamente con la realidad. Su mirada, desorientada un segundo antes, se llenó de una oscuridad abismal y funesta. Al oír los dos tímidos golpes en la puerta de su oficina, se levantó diligentemente. Con la mandíbula apretada y los labios fruncidos, estaba decidido a arrojar luz sobre lo que sucedía a su alrededor. Y contrariamente a lo que se imaginaba esa familia sin escrúpulos ni fe, él no era tonto. Todavía no había nacido quien se jactara de haber despojado a un m*****o del clan Caruso.
Lucía esperaba con aprensión detrás de la puerta. Quiso salir corriendo, pero siendo las dos únicas personas en la casa, no podía acusar a nadie más. "No eres una niña, asúmelo ahora que estás aquí", se dijo, suspirando y mordiéndose el labio. La manilla giró lentamente y la puerta se abrió.
—No quería molestarle —se apresuró a decir—, pero como no…
Se detuvo allí. Un escalofrío le recorrió la espalda al descubrir la mirada de Vincenzo. ¿Qué estaba pasando? ¿Por qué la miraba con esa expresión amenazante e implacable?