Acuerdo nulo y sin efecto

860 Palabras
Acuerdo nulo y sin efecto La tristeza de Lucía no la abandonaba. El rostro pálido y demacrado de Don Marco permanecía grabado en su cabeza. No podía evitar pensar en lo peor. "¿Y si sufre de algo grave y no me lo dice para no alarmarme?", conjeturaba, llena de bilis y angustia. "Quizás ese viaje a América era para tratarse a escondidas". Ni el buen humor de Giuliani ni las atenciones de Vincenzo tuvieron efecto sobre su preocupación. Su evidente malestar la llevó a disculparse con ellos al final de la tarde y a refugiarse en su habitación. —¿Qué no me has dicho sobre los Vittorini? —preguntó, una vez más, Vincenzo a su abuelo. —Nada que necesites saber para darme un bisnieto —le dijo su abuelo, sorbiendo su copa de vino y apoyándose en el parapeto de la terraza. —Don Marco fue a ver a Rafael Vittorini, ¿verdad? —supuso él, haciendo lo mismo. La mirada arrugada y penetrante del anciano se volvió hacia él con una expresión de asombro. —¿Has averiguado cosas sobre el hijo Vittorini? —Te recuerdo que me vinculaste a esta familia, así que es normal que sepa quién es ese hombre. —Te dije todo lo que necesitabas saber para este matrimonio —le señaló Giuliani, visiblemente molesto al descubrir que investigaba sin habérselo dicho. Vincenzo sonrió con sarcasmo. —Sin embargo, te guardaste muy bien de decirme que ese hombre es un estafador de la peor calaña y que, por sus acciones irreflexivas, su familia está permanentemente amenazada. Sin mencionar la rotunda bancarrota que les impuso… Lucía, que había bajado a recoger su teléfono olvidado en el sofá, se quedó inmóvil ante la puerta del salón. Un dolor le oprimía el pecho y los mareos se sucedían con cada palabra pronunciada por su marido. ¿Había dicho que su padre era un estafador? ¿Y que los problemas de su abuelo se debían a sus actos? ¿Y cómo sabía él todo eso? —¿Señora? —la interrumpió la voz de Sylvia detrás de ella—. ¿Debo poner sus cubiertos al final? Giuliani y su nieto levantaron la vista hacia la puerta del salón al oír a la empleada. "Solo faltaba esto", maldijo Vincenzo, comprendiendo que su mujer probablemente había oído su conversación. Sin esperar más, Lucía retrocedió antes de darse la vuelta y subir corriendo a su habitación. La ira y la pena hicieron del cuerpo de la joven un verdadero campo de batalla; temblaba por todas partes y sus ideas no lograban coordinarse. La situación le pareció tan insuperable, y sobre todo insoportable, que se abalanzó sobre el vestidor, sacó su maleta de uno de los armarios y la tiró al suelo. En un frenesí incontenible, arrancó la ropa que quiso seguirla de sus perchas. —¿Qué haces? —la interrumpió Vincenzo, que la había seguido de cerca. Viendo que ella no le respondía y que intentaba meter cosas en su maleta, al borde de los nervios, se puso a su altura y la agarró por el brazo—. ¿Adónde piensas ir así? —¡A cualquier parte que no sea aquí! —se zafó la joven con rabia en los ojos—. Me habéis mentido y os habéis reído de mí, todos y cada uno. Y yo que pensaba que fingíais intentar saber más sobre mí y sobre mi vida, llegando incluso a ofrecerme vuestra escucha y consuelo. Si lo hubiera sabido, yo os habría pedido que me enseñarais sobre mi pasado y mi familia… Dio un portazo a su equipaje, apenas lleno de unos pocos trapos, y se levantó con una determinación repentina. Vincenzo no entendía qué le reprochaba, ni la animosidad que dirigía contra él. No había sido él quien había puesto a su familia en esa situación, y el único responsable era el parásito que le servía de padre. Más bien debería darle las gracias, porque sin su ayuda su abuelo estaría pudriéndose en la cárcel. —¿Quieres irte? Muy bien —dijo el hombre, totalmente falto de paciencia y al que cualquier cosa le irritaba—. Solo que en el momento en que cruces el umbral de la mansión, nuestro contrato será nulo y sin efecto. Lejos de esperar que le hablara de ese maldito contrato en un momento así, Lucía hirvió literalmente. Este hombre demostraba que era un egoísta incapaz de ponerse en el lugar de los demás. Solo conocía el desprecio y la dominación. Le habían dicho que había amado en el pasado, ella dudaba mucho de ese hecho. Es más, comprendió por qué no había funcionado. La ira, al desinhibirla por completo, le permitió decirle lo que pensaba. —Usted no es más que un individualista, ahora entiendo mucho mejor por qué esa Celia lo dejó… No tuvo tiempo de arrepentirse de sus palabras cuando los ojos del hombre se volvieron negros. Y mientras ella retrocedía por reflejo, él simplemente tomó su teléfono y llamó a Natale. —Ve a mi habitación —ordenó, sin apartar de ella su mirada fulminante—, inmediatamente…
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