Un sueño

649 Palabras
Un torrente de sentimientos contradictorios inundó a Lucía, que seguía cautiva de la mano de Vincenzo. No podía seguir representando el papel de la señora Caruso cuando en realidad estaba enamorada de su falso marido. Sí, odiaba tener que admitirlo, pero lo que sentía se parecía mucho al amor. Te dije que mantuvieras las distancias -la reprendió su voz interior-. Si me hubieras hecho caso, no estarías metida en este lío. ¿Qué vas a hacer ahora? - Lucía -continuó Vincenzo con suavidad, al ver que ella guardaba silencio-, siento la soledad que has tenido que soportar. No volverá a ocurrir. Me aseguraré de que no ocurra. - No sé, no estoy seguro de querer seguir así... Con suavidad, le cogió la mano. Luego, sin mirarlo, volvió al baño. Una ducha fría la ayudaría a tomar una decisión, y esperaba que fuera la correcta. Pasó media hora reprendiéndose frente al espejo. Enamorarse. ¿Era eso todo lo que necesitaba? Se sentía tan tonta. Creía que estaba por encima de todas esas tonterías. Se veía a sí misma viviendo con alguien, pero alguien que eligiera según su razón, alguien con quien compartiera deseos y cosas en común. Nada excitante, por supuesto, pero la tarjeta de seguridad era preferible. Tras pensarlo detenidamente, se dio cuenta de que tenía una gran responsabilidad hacia su abuelo. Así que tuvo que asumir la responsabilidad de seguir cumpliendo el contrato que había hecho con aquel hombre. Enterrando sus sentimientos superfluos y manteniéndose alejada de Vincenzo, las cosas podrían funcionar. Tenía que hacer que funcionaran. La cama de matrimonio estaba vacía. Lucía echó un vistazo a la habitación y vio que Vincenzo se había quedado dormido en el sofá, aún vestido con su traje. Sin embargo, se había acordado que ella lo heredara. Como era más pequeña y, a pesar de sus curvas, su cuerpo seguía siendo más esbelto que el de su marido, cabría más cómodamente en el sofá. Seguramente el cansancio había podido con él, pensó. Sólo se había molestado en quitarse los zapatos y la corbata... Giuliani tenía razón, Vincenzo era un auténtico adicto al trabajo. En lugar de relajarse en aquel palacio excepcional, había preferido seguir dirigiendo sus negocios. Muy distinto del mocoso nacido con una cuchara de plata en la boca. De hecho, le resultaba más fácil comprender cómo había conseguido hacerse un nombre, y todo ello sin contar con el apoyo de la familia y sus entradas. Sorprendida por su apacible actitud, cogió la parte superior de la cama y fue a cubrirle. Se acercó a él con suavidad, apoyó las rodillas en el suelo y lo observó durante un momento. Su respiración era regular y tranquila, tenía la frente relajada y sólo le temblaban los párpados de vez en cuando. Debía de estar soñando... Deslumbrada por la belleza de sus rasgos, decidió que era hora de dejarle dormir en paz. Estiró la colcha sobre sus piernas, luego sobre su torso, cuando de repente sintió unas manos firmes que la agarraban por los hombros y tiraban de ella hacia delante. No tuvo tiempo de enderezarse antes de que Vincenzo le agarrara la cara y la besara. Como en la primera ocasión, su corazón comenzó a latir desbocado al contacto con sus labios, sus miembros se debilitaron y un calor comenzó a irradiar a través de ella. Un calor suave al principio. Luego se volvió más caliente. La cabeza le daba vueltas, ya no sabía dónde tenía la parte superior o inferior del cuerpo, sólo sentía un entumecimiento tierno y estimulante. A pesar de sí misma, cedió al beso, que, a diferencia de la primera vez, fue mucho más intenso y sensual. - Celia... -murmuró Vincenzo mientras recuperaban el aliento. "¿Celia? repitió Lucía asombrada-, ¿qué significa eso? Y justo cuando su boca estaba a punto de apoderarse de la suya de nuevo, ella se resistió a su abrazo...
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