La playa de los Caruso

1004 Palabras
Al oír aquel nombre, que claramente no era el suyo, Lucía se resistió a Vincenzo y se apartó de su abrazo. Era tal como ella pensaba: estaba dormido. Demasiado absorto en su sueño, había confundido su presencia con la de otra mujer. O mejor dicho, de su verdadera esposa. A la que consideraba como tal. Sólo había que ver cómo la besaba para comprenderlo. Incluso siendo una besadora inexperta, Lucía percibió que el ardor que había puesto en él estaba a kilómetros de distancia del besito que habían intercambiado en la ceremonia nupcial. Aún se estaba recuperando de la emoción. Vamos, no es como si no hubieras tomado ya una decisión -se recordó resignada-, ¡tienes que ceñirte a ella! Los días siguientes fueron más tranquilos. Vincenzo no parecía recordar nada de aquella noche agitada, y Lucía no volvió a mencionarla. Además, ¿cuándo habría encontrado tiempo? Estaba fuera todo el tiempo, y cuando se dejaba caer por la mansión, siempre era para recoger un documento, o para que su abuelo, que también era su socio, le firmara un papel. Aunque aún le dolía el corazón, la joven se sentía mejor en su ausencia. Si le hubiera visto todo el día, le habría resultado muy difícil soportarlo. Sabes -le dijo Giuliani al volver de otro paseo por el parque de abajo, más allá de los viñedos-, tenemos una gran playa privada, así que no dudes en bañarte allí de vez en cuando. Eres muy amable, pero no sé nadar. Me daría demasiado miedo meterme en el agua -explicó. Ah, ya veo... Bueno, puedes pasear por la orilla. Con este calor, te vendrá muy bien -sugirió él tras una breve reflexión. Tienes razón, iré después de comer, en ese caso... _¿Y si vamos a comer allí? -interrumpió Fabián, que había llegado discretamente mientras charlaban bajo la pérgola. _ Fabián, llegas justo a tiempo -saludó Giuliani-. Deberías enseñarle a tu prima por matrimonio nuestra hermosa playa. Sus días empiezan a ser iguales y temo que se aburra. _ Cómo podría aburrirse nadie en un lugar como éste -le tranquilizó la joven-. No deberías preocuparte, soy perfectamente feliz aquí... _ Ya te han tranquilizado -dijo Fabián, y luego Lucía-, ¿te parece bien este picnic? La joven se alegró de ver al hombre con el que tanto había hablado la otra noche. Pero no deseaba robarle demasiado tiempo. Sobre todo porque había una razón por la que había venido sin avisar. _ No quisiera robarte demasiado tiempo -le dijo-. _ No me molestas en absoluto. Además, hace tiempo que no salgo a nadar. Le diré a Marta que nos prepare una cesta. ¿Nos acompañas, abuelo? Giuliani no era el abuelo de Fabián, pero, como le había explicado a la joven, él y Vincenzo habían sido inseparables de niños, y por eso llamaba así al viejo, como a su abuelo. _ Hoy no, jóvenes -rechazó Giuliani-, tengo que salir y no volveré hasta la noche. Ante estas palabras, Fabián sonrió. Lucía se sintió como si estuviera viendo cómo le decían a un adolescente que sus padres no volverían a casa hasta el día siguiente, y que él tendría tiempo libre en su ausencia. _ Déjame llevar la cesta -ofreció Fabián a Lucía, mientras salían de la casa solariega-. No pesa mucho. _ Sí, pero fui yo quien propuso comer fuera, así que llevo la comida. La sonrisa franca y amistosa del joven tranquilizó a sus interlocutores; distaba mucho del temperamento que se esperaba de alguien inmerso en un ambiente hostil. En comparación, Vincenzo habría parecido más bien un hombre con trabajo. _ ¡Qué vista tan espléndida! exclamó la joven al llegar al borde del gran acantilado, contemplando un magnífico horizonte azul. _ ¿Lo has visto? -añadió Fabián, de pie junto a ella-. Es realmente excepcional. Y espera a ver la puesta de sol, es todo un poema. Luego, tras un minuto de contemplación y una breve mirada hacia abajo, dijo: _ ¿Cómo llegamos a la playa? preguntó ella, un poco preocupada. Haciendo rápel. _ ¿Perdona? _ Es broma -dijo él, riéndose de la expresión de desconcierto de ella-. Hay un camino que lleva hasta abajo. Sígueme... Lucía empezaba a acostumbrarse a las bromas de aquel primo jovial y, lejos de ponerse a la defensiva como cuando se conocieron, se alegraba de devolverle el favor. ¿Se estaba forjando una nueva amistad? No podía decirlo, pero una cosa era cierta: disfrutaba de esos momentos y los encontraba enriquecedores. Además, le daban algo que hacer, aparte de pensar en Vincenzo y sus turbulentos sentimientos. Una vez descendieron por la escalera de piedra, los dos jóvenes llegaron a una espléndida playa. Su arena fina y clara contrastaba con el verdor y las rocas que la rodeaban. El sonido de las olas rompiendo contra la orilla sobresaltó a los oídos de Lucía. No había visto este tipo de panorama desde que era niña, pero ahora se encontraba soñando. Se vio a sí misma en un lugar similar, primero en compañía de su padre, luego sola. Una angustia se apoderó de ella. No, era más bien miedo. Aquellas olas llenas de espuma que parecían acercarse inexorablemente por el muelle.... y aquel sonido, como un metrónomo que se aceleraba y se hacía cada vez más preocupante... _ Lucía, ¿estás bien? preguntó Fabián, leyendo el terror en los ojos de la joven. Lucía... Lucía. la voz del hombre interrumpió su sueño despierto, y ella respondió confundida: Yo... no sé qué ha pasado. Me pareció recordar algo... _ Ya ha pasado todo -la consoló el hombre, agarrándola por los hombros-. Ya está todo bien... _ Lo siento, no quería preocuparte. Ya estoy bien. _ Es normal preocuparse por la gente que nos rodea. Y como he dicho, somos una familia, así que tenemos que apoyarnos mutuamente. La mirada de agradecimiento de ella le hizo sonreír. Recogió la cesta de picnic del suelo y la levantó. ¿Qué te parece el picnic? ¿Hacemos or no le hacemos ?
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