Con mis glúteos y mi entrada colocadas justo en el ángulo de su banana, respire profundo cuando volvió acomodarla para introducirlo de nuevo. Comenzó de poco en poco y esa posición no me resultó dolorosa, de hecho, desde mi perspectiva, se había introducido sin mucho problema, así que volví a suspirar cuando el vaivén retomo su ritmo y esta vez, algo había cambiado. Me pareció que tenía más control en sus movimientos y aunque percibí qué no había introducido mi banana del todo, si qué sentí más placer. —¡Oh, Arthur! —gemí su nombre como felicitación, puesto que no me había decepcionado mi imbécil y mujeriego experto. El dolor poco a poco fue desapareciendo y el placer se volvió aún más intenso entre cada embestida. Mi respiración se volvió agitada, de hecho estaba jadeando y gimiendo a