CAPÍTULO 5: Vivir en paz

3230 Palabras
«Se pondrá bien. Solo necesita descansar, al menos el golpe en la cabeza no fue grave», Marianela escuchó en su mente. «Aun así, colega, debe enseñar a su esposa a montar caballos y manejar los carros. Tal vez un día lo necesite. No se puede andar volcando así como así. Ya hay demasiados heridos de la guerra para que su esposa se una a ellos». La voz del otro hombre era áspera y hablaba con más frialdad que la de Rafael. Incuso su elección de palabras era diferente a las de su marido. El acento de este hombre era mucho más marcado y se notaba que no estaba muy feliz de haber venido de donde estaba. «Lo tendré en cuenta, colega», respondió Rafael. «Lo que pasa es que en la ciudad no les enseñan a montar caballos o correr autos. Fue un error mío el permitir que ella lo hiciera sola si no tenía experiencia». «Además, señorita de sociedad», dijo el hombre. «Uno se pregunta qué hace una mujer como ella hasta acá, mucho más con lo que está pasando ahora en el país. A dónde se vino a meter», concluyó. «La guerra también está afectando a las ciudades, así que donde fuese le iba a alcanzar». «Pero al menos allá no hay pobreza». «Acá, con tanto asalto, acabaremos comiendo puros frijoles con tortillas. Cuidado, colega, que se están robando el ganado de las haciendas. Cuídalo mucho y a su mujer también». Se expresó de forma machista, como si estuviese comparando las vacas con su esposa. «No cabe duda que hay diferentes tipos de pobreza. La monetaria y la que se lleva en el corazón, por más títulos que tenga uno, ¿no cree?», habló Rafael. Callando al otro por su resiente comentario. Marianela comenzó a reaccionar, y de inmediato sintió unas manos cálidas sobre su frente, como si alguien estuviese revisando su temperatura. ⎯Ya está reaccionando ⎯ escuchó al otro hombre ⎯. Me voy, colega. Espero que su mujer se recupere. Nos vemos en la clínica. ⎯Gracias por venir.⎯ La voz cálida de su marido, se escuchó cerca de su oído, como si él estuviese cerca de su rostro. Después, un pequeño dolor de cabeza se apoderó de su cuerpo y ella comenzó a quejarse. ⎯Soy yo, no te agites ⎯ le habló con tiento ⎯. Te pido que poco a poco abras los ojos, tal vez la luz de las velas te moleste. Marianela siguió las instrucciones al pie de la letra, y cuando abrió los ojos lo primero que vio fue la faz de su marido, que tan cerca y a la luz de las velas se veía muy diferente, o al menos así lo notó Marianela. Su nuevo esposo, visto de cerca, revelaba más detalles sobre la vida que llevaba. Él poseía un rostro que llevaba las marcas de la vida y la experiencia marcadas en él, pero de una forma tan poética que lo hacía ver atractivo en lugar de demacrado. Tenía una ligera tez bronceada, posiblemente por su trabajo en la hacienda y los recorridos que hacía a caballo. Tenía una mezcla equilibrada entre su herencia indígena y española, lo que creaba una apariencia única y bastante atractiva. La frente de Rafael estaba marcada por líneas suaves que se formaban cuando fruncía el ceño, evidencia de su constante reflexión y atención a los detalles. Sus cejas, oscuras, un poco gruesas, pero bien definidas, enmarcaban sus ojos con elegancia y añadían personalidad a su rostro. Su nariz era firme, pero un poco ladeada, tal vez por consecuencia de alguna pelea que habría tenido en el pasado. Su boca era de labios delgados y bien definidos, un reflejo de su naturaleza reservada pero amable. Aún no lo había visto sonreír, pero ella infería que cuando lo hiciera, se revelaría parte de su personalidad. Sin embargo, eran sus ojos el aspecto más distintivo de su rostro. Con una mirada intensa, pero tranquila, el doctor Rafael poseía unos ojos que le miraban el alma. Eran de un color verde tan bonito que parecían irreales. Cuando Marianela los vio de cerca, parecían contener un universo de emociones y pensamientos. En su mirada estaba el reflejo de la seriedad que la vida y sus experiencias le habían traído, pero también una calma interior que le inspiró confianza. En un fugaz momento, permanecieron en esa postura, sus miradas entrelazándose en un silencio que tejía complicidades. Habían construido un diálogo oculto, un idioma personal en el que las palabras eran superfluas, todo quedaba contenido en sus miradas. El doctor sonrió levemente, para luego acariciar con cuidado la frente de la mujer. ⎯¿Qué pasó? ⎯ preguntó Marianela. De pronto se sintió muy ligera y al bajar la vista, notó que se encontraba cubierta simplemente por su camisón. Sus ropas se habían ido e incluso, debajo de la fina tela transparente, se encontraba desnuda, ni siquiera llevaba el corsé. El pudor se apoderó de ella y se cubrió con la fina sábana de algodón. ⎯¿Usted? ⎯ inquirió un poco ofendida. ⎯Tranquila, yo no te desnudé, solo ordené que lo hicieran ⎯ contesto, para luego esbozar una sonrisa traviesa que a Marianela sonrojó⎯. Tenía que revisar que no tuvieses más heridas. ⎯¿Me vio desnuda? ⎯ preguntó indignada. ⎯Créeme, Marianela, no eras la primera mujer que he visto desnuda, ni serás la última. Soy doctor, he visto cosas. Ella se jaló la sábana más arriba, tapando sus pechos por completo, ya que sabía que el doctor los podía ver bajo la ropa.⎯ Al menos me hubiese puesto el corsé. ⎯¿Para qué?. No entiendo por qué deben usar eso. Solo les aprieta el pecho y no las deja respirar. Y luego lo usan para dormir. Esas son ganas de torturarse ⎯ habló entre pequeñas risas. ⎯Es lo correcto ⎯ contestó Marianela, con un tono que denotaba dignidad. ⎯La sociedad lo marca así. Pero desde el aspecto médico es una tortura. Por eso las mujeres se desmayan tanto, no las deja respirar. No te muevas.⎯ Le pidió el doctor, mientras abría un frasco, provocando que un olor penetrante y fuerte invadiera la habitación. Marianela vio como el doctor y sus largos dedos, tomaban un poco del ungüento y lo colocaban con cuidado sobre la frente. De nuevo, ella, se fijó en el rostro de su marido, pero esta vez, ya no se le hizo extraño, más bien ya se estaba acostumbrando a él. ⎯¿Te puedo preguntar una cosa? ⎯ habló, mientras seguía concentrado en lo que hacía. ⎯Dígame. ⎯¿A dónde te ibas a ir? ⎯ pronunció. ⎯¿Cómo? El doctor dejó de untar el ungüento, tomó una gaza de tela y se limpió las manos ⎯. ¿Dónde pensabas irte cuando tomaste el carro? ⎯Bueno… ⎯ pronunció las palabras Marianela. De pronto, cayó en cuenta que no tenía ni idea. Su plan era solo escapar de ahí, escapar de él, pero jamás pensó a dónde, solo el cómo.⎯ No lo sé. Solo deseaba escapar de aquí, de usted. Al decir eso, los ojos del doctor la miraron de nuevo, pero, esta vez, Marianela no desvió la mirada, se quedó viéndolo fijamente, como si estuviera enfrentándolo o esperando una respuesta. ⎯¿De mí? ⎯ Lo que me dijo fue cruel… ⎯Pero fue la verdad. Pensé que te gustaba, que te la dijera ⎯ habló de nuevo sin tacto pero, con la verdad ⎯. No puedo esconderte cosas, Marianela, no está en mi naturaleza. Creí que merecías saber la verdad de todo. Aunque no creas, antes de entrar a tu habitación en la casa de tu abuela, ya sabía sobre ti. ⎯¿Cómo? ⎯Los rumores. Te comían viva a donde quiera que yo fuese. Hablaban de la hermosa y joven Marianela, quien había caído en desgracia por enviudar. Dijeron lo de tu marido y yo, fui a averiguar si era cierto. No podía creer que una persona pudiese hacer algo así. ⎯Genaro… ⎯ pronunció ella, pero después reflexionó un poco. Tal vez era cierto, él le insistía mucho en que tuviesen un hijo, pero, debido a la condición de Marianela, se le hacía imposible. ⎯Entonces dime… ¿Dónde planeabas irte? ⎯ repitió. ⎯ No lo sé.⎯ Cedió Marianela ante la pregunta ⎯. No tengo a dónde ir. Mi abuela no me aceptaría de regreso y para ser honesta, tampoco me gustaría regresar. Ya no tengo casa, así que… no lo sé. Rafael suspiró, luego acercó un plato con lo que parecía un caldo de gallina bien caliente con verduras y se lo ofreció.⎯¿Tienes hambre? Marianela lo vio. Ella no estaba acostumbrada a comer esas cosas, pero, el hambre era tanta que decidió que era momento de dejar atrás algunas costumbres. El doctor le acomodó la pequeña mesa de madera sobre el regazo y él mismo tomó su plato para comenzar a cenar con su mujer. Dos sorbos del caldo fue lo que le bastó a Marianela para después comerse el resto a cucharadas grandes. No sabía si estaba delicioso, o si el hambre era tanta que comía en automático. El doctor disfrutó ver a Marianela comer así, sin tapujos o pretenciones, como cualquier mujer normal que no tenía nada que esconder. Momentos después, Marianela se percató de como estaba comiendo y dejó de hacerlo al sentir la mirada del doctor.⎯ Lo siento, es que tengo hambre, yo… ⎯No sé qué he hecho para que pienses que tienes que justificar todo lo que haces. Ya te dije, Marianela, aquí eres libre, no te tengo prisionera para que quieras huir como lo hiciste hoy por la tarde. Si te traje acá, es porque acá vivo. Acá está mi trabajo y mi oficio. Jamás lo hice para alejarte de lo que conoces y hacerte sufrir. ⎯Me compró. ⎯No, te salvé de que tu abuela hiciera un trato injusto. Ella, junto con el general, ya estaban moviendo hilos para acomodarte al mejor postor. ⎯Entonces, ¿sintió lástima por mí?, ¿por eso se casó conmigo? ⎯ insistió. Rafael negó con la cabeza.⎯ Me casé contigo porque me gustaste. Marianela, al escuchar eso, se sonrojó, y sintió como las palabras directas y sin filtros de su marido, provocaban algo en su cuerpo. Una reacción que jamás había experimentado. ⎯Cuando te vi en casa de tu abuela, supe que los rumores de tu belleza eran verdad. Y sí, tal vez me aproveché de la oferta, pero, ya te dije, era yo u otra persona. Tu abuela te estaba apalabrando con el viudo de Fernández. Marianela hizo un gesto de desaprobación. El viudo de Fernández era un hombre ricachón que había tenido tres esposas, y todas habían muerto por razones misteriosas. Se decía que el hombre era maltratador y que solía ser duro con todas ellas. ⎯¿Ves como yo no fui tan mala opción? ⎯ Continuó Rafael, al ver el rostro de su esposa ⎯. Me gustaste, pero, no solo por lo bella que eres, sino, por todo lo que me dijeron de ti. Eso me atrajo y pensé, por qué no. Yo estoy solo ella sola. ¿Qué puede pasar? ⎯ Suspiró ⎯. Ya te dije Marianela, lo único que quiero es que vivamos en paz. No me debes nada, no te debo nada, solo, convivamos como amigos y ya. ⎯ Entonces, ¿no me desea? ⎯ Se escapó ese pregunta de sus labios. Marianela no supo por qué. Tal vez por el hecho de que él le había dicho que le gustaba. ⎯ Así me gusta, que seas directa.⎯ Fue la respuesta que obtuvo ⎯. El deseo debe ser mutuo. De qué sirve que yo lo haga si tú no me deseas. El deseo debe ser el reflejo de lo que sentimos mutuamente, y para que sea válido se debe despertar en ambos. ⎯Pero te gusté. ⎯Pero no es lo mismo que desear. Para que alguien te desee, no es suficiente solo con gustarle; debes ser la razón de sus pensamientos más profundos y el latido acelerado de su corazón. Que cuando veas a esa persona, tu cuerpo reaccione de una forma que jamás has sentido.⎯ Recitó. El doctor se puso de pie y suspiró ⎯. Lo siento si no soy el hombre que esperabas, Marianela y menos el que deseas, pero, al parecer, tú tampoco eres la mujer que yo necesito. ⎯¿Cómo dice? ⎯ preguntó ella curiosa. ⎯Cuando me hablaron sobre ti, el general Castro me dijo que eras una mujer aguerrida, muy diferente a todas, que tu padre te había educado diferente. En pocas palabras, que no eras común para ser una señorita de sociedad. Sin embargo, lo único que he visto son berrinches y desplantes de tu parte. Hoy te pusiste en peligro por tratar de huir de aquí.⎯ Él se acercó a ella y la vio a los ojos ⎯. Me casé contigo no solo porque me gustaste físicamente, sino por todo lo demás que escuché. Pensé que eras ideal para mí, debido a la vida que llevo, y que serías mi aliada más que la niña consentida que debo cuidar. Pensé que eras una mujer fuerte, experimentada y decidida, que seríamos amigos, que compartirías todo esto que tengo conmigo. Pero veo que me equivoqué. La descripción del general te quedó grande y ahora estoy pensando que lo hizo solo para venderte bien. Así que, si te consuela, yo tampoco recibí lo que esperaba. Los dos estamos jodidos. Marianela se quedó en silencio. Por alguna razón, las palabras que le había dicho el doctor le habían dolido más que cualquier otra cosa en el mundo, más que las de desprecio que su abuela le había dicho por semanas; incluso más que la noticia de que Genaro había muerto en batalla. ⎯No soy consentida.⎯ Fue lo único que se le ocurrió decir. ⎯Pues es todo lo que me has demostrado. Te quiero comprar ropa para que estés cómoda, te enojas. Te doy la mejor habitación de la hacienda, te despiertas de mal humor. Te heredaré todo y aun así te quieres ir. Pero lo comprendo, la forma en que llegaste a mi lado no fue la correcta. ⎯¿Me heredarás todo? ⎯ preguntó. ⎯Sí, claro… ¿A quién se lo dejaré? ⎯ habló el doctor, como si fuese algo obvio ⎯. Estamos en tiempos de guerra, Marianela, tengo que cuidar y proteger lo que es mío. No tengo nadie, solo te tengo a ti. La última frase del doctor impactó más a Marianela. Ni siquiera llevaban una semana de casados y ella ya estaba en su testamento, ¿cómo podía ser eso posible?. Ni siquiera Genaro, que llevaba años de matrimonio con ella, había hecho eso. ⎯Pero… ⎯Cuando yo me muera, serás rica. Sin necesidad de darme hijos a cambio. ⎯¿No quiere hijos? ⎯No sé. Viendo la situación como está lo mejor es no considerarlos en el panorama. Así que para mí no tiene mucha importancia ⎯ respondió. Marianela, no se había percatado, pero ya había dejado de llevar la cobija hacia su pecho para cubrirse, el calor del caldo había provocado que se destapara un poco para poder tolerarlo. Se sintió en confianza, como si el doctor hubiese sido su marido desde la tierna edad de los diecisiete años, como había sido su caso con su exmarido. ⎯Te quedarás con todo esto Marianela.⎯ Remarcó⎯. Lo único que deseo es que vivimos en paz. Sin drama, que convivamos como dos personas que se acompañan en momentos difíciles, es todo. ⎯¿No más? ⎯ inquirió ella sospechando. ⎯ No más. Bueno, solo que bajes a cenar conmigo. Todo lo demás eres libre a recorrer, no eres mi prisionera. Solo te pido que si sales de los límites de la hacienda me avises para estar al pendiente. Los tiempos son peligrosos y no desearía que te pasara algo. Marianela sonrío. De pronto se sintió protegida y valorada, una sensación que por mucho tiempo no había experimentado. Ahora se sentía terrible por todo lo que había hecho, por su actitud, tal vez debería respirar y tratar de adaptarse a su nueva vida. ⎯Eres dueña de cafetales, ganado y esta bonita casa. ⎯¿A usted no le interesa? ⎯ preguntó ella. ⎯Te pido que no me hables de usted. Creo que ya pasamos suficiente como para seguir con las formalidades. ⎯Está bien. ¿No te interesa? ⎯No es que no me interese, no le sé. Estoy más concentrado en la clínica que puse en el pueblo que aquí. Confío mucho en mi capataz, Aurelio, y en mi administrador. Aurelio ha trabajado aquí toda su vida, incluso nació en los terrenos de la hacienda, y es quien lleva la producción de café. Yo, salgo todas las mañanas temprano a ver los campos y asegurarme de que todo esté bien, pero, no es mi oficio. ⎯Y, ¿por qué lo haces?, ¿por qué sales a ver los cafetales? ⎯Porque es mi tierra, y ¿qué clase de hombre sería yo si no amo lo que se me ha heredado? ⎯ habló. Las palabras y frases que decía el doctor a veces parecían sacadas de un poema o al menos Marianela las escuchaba así. Posiblemente, hablaba de esa forma al ser un hombre de mundo, por haber visto otros lugares y vivido experiencias diferentes a las suya. O, simplemente era, qué estando en la hacienda, todo era tan bonito, que la inspiración estaba por todos lados y cambiaba el habla, el pensamiento o… el alma. ⎯Bueno, te dejo descansar.⎯ Finalizó el doctor, y comenzó a recoger su maletín ⎯. Esta agua contiene unas gotas de belladona que te harán descansar. Mañana, antes de irme para la clínica, pasaré a ver como te sientes. ⎯Gracias ⎯ respondió Marianela en un murmullo. El doctor esbozó una leve sonrisa.⎯ Descansa. Espero que mañana se te haya pasado la desilusión y al menos bajes a conocer lo que será tuyo. No te preocupes, no estaré para molestarte. ⎯ Yo no… ⎯ habló ⎯. Tu presencia no me molesta. ⎯ Disculpa todo lo que te dije por la mañana.⎯ Escuchó la voz grave y melodiosa del doctor⎯. Soy un poco brusco y a veces no mido mis palabras. Debí decírtelo con más tiento, y no de esa manera. Mi intención no era herirte, sino hacerte saber, que aquí estás protegida y que nadie te molestará, es todo. Descansa Marianela. ⎯ Buenas noches ⎯ pronunció ella. Para luego quedarse sola en la habitación. En ese instante, un arrepentimiento persistente se apoderó de Marianela al reconocer que había cometido una torpeza hace horas y el doctor tenía razón. ¿Hacia dónde podría haber ido? ¿Cuál era su plan real? Allí, en ese lugar, Marianela carecía de vínculos, desprovista de amigos o familiares; tan solo él permanecía. Reconociendo la verdad, la hacienda se había transformado en su nuevo refugio, su único resguardo. Aunque, a medida que reflexionaba, la proposición de Rafael empezaba a parecer menos desfavorable. Solo solicitaba su compañía, una existencia en armonía y la compartición de cenas. Era algo que podría acoger sin titubear. No obstante, le afloraban cuestionamientos internos: ¿Sería capaz de soportar la constante presencia de él sin sentirse anhelada? Y, más relevante aún, ¿cómo podría escapar de esa mirada? Una mirada que, al converger con la suya, parecía ser capaz de sondear su esencia más íntima, como si lograra vislumbrar su alma.
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