Dicen que la resaca se cura con más alcohol, y el desayuno de Javier fue una taza de café con whisky en la oficina. Le dolía la cabeza, el mínimo ruido le hacía retumbar el oído y tenía el estómago revuelto. En la fiesta ni siquiera había tomado mucho, pero cuando llegó a su casa y recordó todo lo malo que había hecho, no pudo parar de fumar ni tomar. Su vida se estaba ahogando en un vaso de alcohol. Esteban entró a su despacho sin avisar y arrugó la nariz al sentir el aroma. Estaba claro que su hijo no se había bañado, estaba desaliñado, con una barba incipiente que le quedaba horrible, despeinado, los ojos rojos y la mirada perdida. —Me das lástima y asco —dijo su padre—. Que vengas así al trabajo es motivo de despido. Sabés que no se puede fumar en la oficina… —Echame, entonces. Ya