Hera Kade
Me acerco lentamente, midiendo cada paso, como si temiera que cualquier movimiento en falso pudiera hacer que se desvaneciera frente a mí. Espero, en silencio, un gesto de rechazo, una señal que me indique que no quiere que esté aquí. Pero no hay nada. Ningún movimiento, ningún murmullo, ni siquiera un giro de su rostro. Sólo su espalda, rígida, herida… marcada. Me detengo a escasos centímetros de él, observando las cicatrices que surcan su piel como recordatorios silenciosos de un pasado que lo atormenta.
Su respiración es rápida, agitada, casi como si algo invisible y denso estuviera oprimiéndole el pecho, sofocándolo desde adentro. Siento la angustia en el aire, pegajosa, pesada.
— Entiendo cómo te sientes... — susurro, con voz baja y cargada de cautela.
Llevo mis dedos te
