Hera Kade
El hospital está completamente lleno. No hay un solo rincón en calma. Guardias de distintas manadas entran y salen sin descanso, cargando cuerpos heridos, ensangrentados, maltrechos… Algunos apenas logran sostenerse en pie, otros ya no pueden hacerlo. Los doctores corren de un lado a otro, sus rostros marcados por el cansancio y la desesperación, sin poder darse abasto ante la magnitud de la tragedia.
Yo, en medio de todo este caos, siento una enorme culpa pesando sobre mis hombros. Me quema por dentro, como una llama silenciosa que se alimenta del sufrimiento que me rodea. Observo a las personas llorar, desgarradas por el dolor, por la incertidumbre… y aunque me repito una y otra vez que ellos también nos hicieron lo mismo, que no se tentaron el corazón para destruirnos, eso n
