El sonido del despertador retumba en mi cráneo como un mazo golpeando una campana oxidada. Lo apago de inmediato, presionando con fuerza el botón como si eso bastara para detener la ola de náusea que trepa por mi garganta. No he dormido bien. En realidad, no había dormido. Me revolví entre las sábanas toda la noche con una mezcla de insomnio, palpitaciones y esa constante sensación de ahogo que me tiene al borde del colapso. Y anoche... anoche casi me desmayé frente a él. Azrael. El solo recordar cómo su mirada se clavó en mí, afilada como un bisturí, mientras me sujetaba contra su duro pecho, me revuelve el estómago. Otra vez. Me pongo de pie torpemente, sintiendo cómo el mundo se tambaleaba bajo mis pies. Camino al baño como puedo, arrastrando los pies, con las manos temblorosas. Apen