Regreso a la fiesta con pasos lentos, aun sintiendo los temblores que me recorren por dentro, con el cabello un poco desordenado por las manos de Azrael y mi vestido ligeramente arrugado, prueba silenciosa de lo que acaba de pasar entre nosotros. Aún siento su cuerpo, el calor de su aliento, el roce áspero de sus manos en mi piel. No puedo creer que me haya hecho otra vez. Y justo después de decirle que lo odio. Después de abofetearlo. —Eres una imbécil, Prisca —me digo en silencio, reprendiéndome. Pensé que me quedaba un poco de puta cordura, pero al parecer me equivoqué. Fue el baile. Maldita sea, fue ese baile. El modo en que me tomó entre sus brazos, la manera en que sus ojos se clavaron en los míos, sin rastro de temor ni arrepentimiento. Su boca muy cerca de mí mientras la gente a