CAP #4 En el infierno.

2246 Palabras
Uno pensaría que tras haber vivido días cómo los que recientemente había tenido que vivir, nada sería muy raro desde ese preciso momento. Pero no, desperté con una irritante comezón en la espalda, no podía dormir más así que me levanté de un grito, al parecer aún no había amanecido y Bael seguía sentado en mi ventana como si nada hubiera pasado, agarre el reloj sobre la mesa de noche y se lo lancé, pero mi amigo lo atrapó en el aire. — Buenos días señorita, al parecer amaneciste de mal humor. ¿No tuviste dulces sueños, acaso? — preguntó divertido mirándome. — ¿Crees que tuve dulces sueños, después de escucharme gritar desesperada? — dije al tiempo que salía de la cama y me servía un poco de agua, permanecía al lado de mi cama, una jarra con agua y un vaso por si me daba sed en la noche o en la madrugada. — No lo sé... — respondió encogiéndose de hombros. — escuché a demonios fornicar, gritar de dolor y placer... Es casi lo mismo. — comento despreocupado. Lo mire mientras ponía una mueca de asco en mi rostro. — ¡Oye! ¡¿Como te atreves a comparar mis gritos con los de demonios fornicando?! — pregunté molesta. Bebí de un sorbo el vaso de agua, con el ceño fruncido. — no grito como un demonio que fornica, mis gritos eran de irritación. — deje el vaso sobre la mesita y me cruce de brazos con el ceño fruncido. — ¿No vas a preguntarme que me pasa? — dije molesta. — ¿Para qué? Se que terminarás por decírmelo. — respondió desinteresado. Solté un suspiro y me senté en la orilla de mi cama. — Me pica demasiado la espalda, en la parte del medio, ni siquiera puedo rascarme porque es ese punto al cuál no llego. — hice un puchero, exasperada. Bael se levantó irritado y me miró. — Ayer te lo hizo saber el rey del infierno, aprenderás a usar tus alas... — respondió cruzándose de brazos, su camisa le apretaba los bíceps, no me había fijado en como mantenía su cuerpo tan marcado, hasta ahora. — ¿Qué tiene que ver lo que él lo haya dicho con que me pique la espalda? — pregunté frunciendo el ceño, totalmente confundida. Bael soltó un suspiro, exasperado. — Todo. Eres su pertenencia, tiene ese poder sobre ti, fue tu padre quien se lo dio. — respondió cuidando sus palabras, lo que era evidente porque su gesto cambio de inmediato y ser giró nuevamente hacia la ventana. — no salgas de tu habitación, si vienen a preguntar por ti, diles que estás enferma y que no tienes muchas ganas de salir. — dijo antes de salir por la ventana. — ¿Qué? — pregunté corriendo hacia la ventana, Bael ya se encontraba en el suelo. — ¿Por qué? ¿Qué se supone que haré encerrada aquí? — pregunté exaltada, Bael se disponía a irse, pero se giró para responderme. — Ya lo verás. — dijo al tiempo que empezaba a trotar para luego desaparecer de mi vista. Me di la vuelta exasperada, el calor en ese punto incremento, ahora picaba mucho más, me pare frente al espejo y me gire de costado para ver qué tenía en mi espalda, con mi mano alcance a tocar un poco, una pequeña protuberancia empezaba a aparecer, me asuste de inmediato, pero tan pronto como retire mi mano unas enormes alas aparecieron detrás de mí o más bien, desde mi espalda, pegue un grito por la sorpresa y caí sentada en el suelo, las puntas de estas alas se doblaron un poco mostrando un bonito plumaje de color grisáceo, las sentía bastante pesadas, intenté ponerme de pie colocandome primeramente a cuatro patas para sostener todo el peso en mi espalda, lo siguiente sería levantar la pierna derecha de modo que querada aún inclinada sobre ella. — Muy bonitas. — escuché la muy conocida voz de Lucifer detrás de mí, ¿Muy bonitas? ¿Acaso estaba hablando de mis... Nalgas? volteé la cabeza y lo mire boquiabierta, rápidamente me senté sobre mis piernas para que dejara de verme el trasero. Lucifer sonrió burlón y se acercó a mí, extendió su mano invitandome a levantar, la tomé rápidamente, con poco esfuerzo me levanto como si de una pluma se tratara. — ¿Qué es esto? — pregunté señalando con un gesto las alas que habían brotado de mi espalda, mientras me mantenía torpemente de pie, con las piernas un poco abiertas para estabilizar el peso. — Son tus alas, y debo decir que me sorprendieron, eres la primera híbrida entre una angelical y un caído. Tus alas son grises. — comento admirandolas. — Como las tuyas. — respondí recordando la noche anterior, él negó con la cabeza. — No, las mías no son del mismo color que las tuyas, mis alas son blancas. — respondió con seguridad. Fruncí el ceño, confundida, habría jurado que eran grises. — Las vi grises... — respondí dubitativa. — Se debe a la ceniza que se pega a ellas del infierno, venir aquí significa atravesar volando el infierno, y abrir una brecha de fuego. — dijo como si fuera la cosa más normal del mundo. — Ah, claro. Eso debe ser. — conteste sin más. No sabría que más decirle al rey del infierno, él conocía su cuerpo. Lo miré, me estaba mirando fijamente, inmediatamente me sonroje, ¿Acaso estaba leyendome la mente? Si leía la mente podría saber con exactitud que estaba pensando en su cuerpo, además de eso descubriría los pensamientos más sucios que habían en mi cabeza, pensamientos que lo incluían a él. — Señorita, hora de levantarse... — la voz de la empleada resonó en la habitación, había abierto la puerta y entrado en la habitación, pero se quedó petrificada a mitad de ella, viéndonos con los ojos abiertos como platos, su boca temblaba, la mire confundida, hasta que me di cuenta, mis alas aún seguían ahí, Lucifer estaba parado justo en frente de mí, pero giró su vista hacia ella, sus ojos lucían un color naranja, camino despacio hasta ella, la pobre mujer no podía ni moverse. — Duerme, todo este sueño desaparecerá cuando despiertes... — le susurró. La mujer cayó en sus brazos y la maldije mentalmente por estar en ese lugar, Lucifer la levantó como si no pesará absolutamente nada y la dejo sobre mi cama antes de girarse a mí. — esto ha sido un pequeño descuido, no volverá a ocurrir... Bien, ¿Quieres guardarlas? — asentí firmemente, pero no podía dejar de ver a mi empleada acostada en mi cama. — ¿La dejarás ahí? — pregunté al fin. — No te preocupes, no despertará hasta que yo se lo ordene. — respondió con seguridad. Suspire y asentí, un poco desconfiada. — entonces, ¿Sientes picor y ardor? — preguntó rodeandome para mirar la raíz de mis alas. — no se ve tan mal, después de la tercera vez te acostumbras y no sentirás nada más. — dijo con voz suave.Volvió a posarse frente a mí, posó sus manos sobre mis hombros. — piensa en que están dentro de ti, imaginalas, visualiza tu espalda nuevamente vacía, pero con tus alas dentro de tu ser. — me instruyó. — Está bien, lo intentaré. — cerré los ojos y lo imaginé, mis alas disminuían poco a poco hasta volver a ser las pequeñas protuberancias que eran antes, luego desaparecieron como si nada, al abrir los ojos note que el peso ya no estaba, las había guardado con éxito. — Muy bien. Hazlo tres veces más. — me ordeno él, asentí. — deja que salgan, solo debes pensar que están ahí fuera y saldrán con rapidez. — señaló, asentí nuevamente. Mi pensamiento se llenó con la imagen de mis alas, y con seguridad pensé que estaban allí, que eran parte de mí. Cuando volví a sentir el peso solté una risita eufórica. — ¡Señorita! ¿De qué se ríe? ¡Levantese! ¡Sus padres la esperan para desayunar! — grito la empleada, pegue un salto y terminé escondida detrás de Lucifer, aunque igualmente vería mis alas que sobresalían. — ¿Está despierta? — susurré una pregunta desde la espalda de Lucifer. — No. Pero al parecer está soñando, y se toma muy en serio sus labores. — dijo divertido. — sal de ahí, vamos, sigue intentando... — salí de detrás de él, mirando a nuestra empleada para corroborar que en realidad estuviera dormida, suspire al ver sus ojos completamente cerrados. Volví a pararme frente a Lucifer, dándole la espalda una vez más a el cuerpo adormilado de mi empleada. — Bien, lo tengo, imaginarlas dentro de mí. — dije, él asintió en acuerdo. Cerré una vez más los ojos y hice mi mejor esfuerzo, cuando abrí los ojos me caí de costado, una de mis alas se había guardado y la otra se había quedado afuera causando una diferencia de peso que hizo que me cayera, mire a Lucifer con el ceño fruncido, estaba ahí parado con gesto serio. — ¿Oye? ¿Tanto te costaba agarrarme? — pregunté molesta, él me miró saliendo de su ensimismamiento. — ¿Qué? ¡Ah, salió mal! ¿Qué haces en el piso? Vuelve a repetirlo. — ordenó. — ¿Por qué me ordenas así? Tú fuiste quién me vio caer y no me detuvo. — le reproche al tiempo que me ponía de pie. — Lo siento mucho, recibía un mensaje telepático, Bael me dijo que encontró un ángel merodeando el vecindario. — suspiro. — por eso es importante que aprendas a manejar tus alas a tu antojo para que puedas ir y venir al infierno cuando sea debido, como en este momento. — lo mire con el ceño fruncido. — No sabía que ustedes recibían mensajes telepáticos, mucho menos que podía ir y venir del infierno solo con tener alas. — dije pensativa. — Hay muchas cosas que no sabes, Natalia, así que apresurate, remedia eso, debes guardar ambas alas y volver a intentarlo. Te recomiendo que sea rápido, pues los celestiales nos rodean, sospechan de que vives aquí. — dijo alarmado. Cerré rápidamente los ojos y cuando los volví a abrir ya no estaban, pegue un brinquito y reí feliz por mi logro, sin darme cuenta me colgué a la nuca de Lucifer, él me miró con un gesto serio, pero como siempre me era difícil no perderme en su mirada. — Lo siento mucho, yo... Solo estaba feliz de haberlo logrado. — respondí tímidamente, él me dio una sonrisa torcida antes de poner sus manos en mi cintura. — Saca tus alas, mi reina. — susurro en mi oído, lo cuál hizo que me estremeciera, sus palabras habían sido como una orden para mí y mi cuerpo obedeció de inmediato, ni siquiera tuve que pensarlo, las alas afloraron de mi espalda simplemente con su orden. Aunque estaba completamente sorprendida, no había mucho tiempo para pensar, mis alas y las suyas nos cubrieron mientras que empezamos a girar. Cerré los ojos inconscientemente, sabía que era él quien manipulaba mi cuerpo y no yo, las acciones que estaba logrando no eran gracias a mi esfuerzo sino al suyo, él tenía el poder de manejarme con solo darme una orden, ese pensamiento hizo que mi corazón diera un vuelco, yo, que nunca antes sentí atracción por ningún hombre, que juraba que jamás me vería tan tonta como mis compañeras en la universidad, enamoradas y llenas de infidelidades, tontas, pero aquí estaba, completamente doblegada y entregada al mismísimo diablo, al menos no le daría el lujo de decírselo en voz alta, no podía decirle que él tenía el poder de hacer conmigo lo que quisiera, en ese momento las palabras de Bael volvieron a mi mente: “Eres su pertenencia” entonces pensé, que si Bael lo sabía, Lucifer también, pero era amable al no mencionarlo. Abrí los ojos dándome cuenta de que los giros se habían detenido. Lucifer me miraba fijamente, sus ojos irradiaban alegría. — Bienvenida al infierno, querida. — dijo en lo que parecía más bien una advertencia. Mire a mi alrededor, todo el lugar lucía desolado y triste, rocas gigantes y tierras llenas de ceniza y huesos, más allá un río de sangre donde un ser remaba en una canoa, llevaba lo que parecían ser almas pecadoras. — ¿Por qué vienen aquí? ¿No se supone que la muerte es quien los lleva con ella? — pregunté confundida, él tomó mi mano, aún permanecíamos en el aire. — La Muerte es solo la guía hacia el camino, unos vienen aquí tras cruzar el portal y otros van al cielo, las almas que se quedan en el limbo siempre vuelven a su lado, hasta que decidan concluir con su destino. — me explico. Ahora lo entendía. — ¿A donde iremos ahora? — pregunté curiosa. — Vamos a mi castillo. Pero debo advertirte, aunque este para ti, no se quienes son leales a mí y quiénes no lo son, así que debes estar tan alerta como yo lo estaré, muchos demonios estarán gustosos de conocerte, como también otros lo estarán de asesinarte. — dijo con un gesto serio, logrando que mi cuerpo se estremeciera. Asentí sin poder decir más, en la tierra, en el cielo y en el infierno corría peligro. Tal vez solo la muerte podría decirme dónde estaría mejor, a salvo.
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