Al día siguiente, apoyada contra la puerta de su coche, frente al jardín de infantes de Valery, Isabella esperaba a que sonara la campana de la escuela. No pasó ni un minuto cuando la campana sonó y los niños salieron volando por la puerta de la escuela como ratones, apartándose del coche, Isabella se abrió paso entre la multitud de pequeños, y pronto divisó a su hija que se acercaba de la mano con Daniel. —¡Mami! —gritó la niña al ver a su madre, soltando la mano de su amigo y corriendo hacia ella. Sonriendo, Isabella se agachó y la levantó en sus brazos. —Hola, cariño. —¡Señora Isabella! —saludó Daniel, con una tímida sonrisa en los labios mientras agitaba la mano. —Hola, Daniel —saludó Isabella al pequeño, revolviéndole el cabello en cuanto se acercó. —¿Te van a venir a buscar ho