Santiago En cuanto escucho el estruendo, tomo a Micaela de los hombros y la tiro boca abajo al piso como un acto reflejo. Me coloco sobre ella para protegerla y escucho que tose y hace ruidos raros con la boca. Cuando sé que no hay ningún peligro cerca, me alejo para ver qué le pasa. Cuando la veo, noto que tiene la boca llena de pasto y la cara enterrada en el barro. No puedo evitar reírme con todas las ganas. —Genial, una mascarilla de barro natural para la piel —dice con una muesca de asco. Sigo riendo. —Perdón —expreso quitándole la tierra y las hojas que tiene en el pelo—. ¿Pero escuchaste esa explosión? —Sí, pero fue lejos, pareciera que fue en el precipicio. Menos mal que nos movimos de ahí —contesta sentándose y terminando de limpiar su ropa. Sonrío mientras la miro, está c