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Enrique
Diría que no puedo creer que nos hayan descubierto pero, en realidad, lo creo; solo que pensé que pasarían más días y no unas horas. Tal vez parezco un idiota pero a veces olvido lo poderosa y conectada que está mi familia y que gracias a eso pueden llegar a lugares que para otros podrían parecer imposibles; no para los De León.
Así, mientras voy sentado en el auto con mi padre directo al pequeño aeropuerto de donde saldrá el avión privado que me llevará a casa, no puedo dejar de pensar en el golpe que Izel recibió en el rostro y en sus últimas palabras, “sé fuerte, siempre te amaré”. Ahora se encuentra en un avión, en un vuelo de 11 horas que la está alejando de mi y aunque me duela admitirlo, estoy tranquilo por eso.
Sin decir una palabra, mi padre va en el auto revisando su móvil y platicando con socios como si esto no le importara, porque es así, pero al menos podría verme a los ojos mientras yo clavo los míos en él con la esperanza de que vea lo que ha hecho y que no me trate como un fantasma.
El auto se detiene, el chofer abre la puerta y él baja para caminar al avión privado. Yo me quedo sentado un momento viendo la escena y en cierto modo tratando de quedarme ahí maquilando un plan para poder escaparme y desaparecerme para siempre; sé que es imposible pero se vale soñar.
―¿Joven de León? ― escucho la voz del chofer que interrumpe mi fantasía ―¿quiere que le ayude? ― me pregunta.
Él ve mi rostro completamente rojo, con el labio sangrando y sé que siente lástima por mí. Siempre ha sido así, el personal me ve con ojos de “pobre hombre” y sabe que no soy para nada feliz. Yo, niego con la cabeza y me bajo de la camioneta sintiendo el ardor en mi rostro y el dolor en el rostro.
―¿Quiere que le lleve un mensaje al joven Salvador? ― me pregunta en un murmullo.
―Dile que la mantenga a salvo, que no permita que le pase nada― le contesto y él asiente con la cabeza.
―¡No tenemos todo el día!― escucho el grito de mi padre en la puerta del avión privado que nos llevará a casa.
Camino un poco más rápido y alcanzo las escaleras para subirme y sentarme lejos de él en alguno de los asientos de atrás. Suspiro profundo y recargo la cabeza sobre el asiento esperando al despegue. Me duele la cabeza, el rostro y por algún motivo el cuerpo sin embargo, lo que más me duele es el corazón, mi Izel, mi esposa, la que me tiene sumamente preocupado porque no sé si mis padres podrán alcanzarla en México.
Momentos después, escucho cómo las compuertas se cierran y el avión comienza a moverse para el despegue. Aprieto mis puños a los brazos del asiento y para poder sobrellevar el hecho de que una vez más, mi familia ha ganado y que me encuentro atrapado. Siento mi argolla de matrimonio lastimándome el dedo, de la fuerza que hago, pero no planeo quitármela jamás, mucho menos ahora que estoy tan lejos de Izel.
El ruido de algo cayendo sobre la mesa me distrae y, al abrir los ojos, veo a mi padre sentado frente a mi y un cuchillo brillando debajo de mi vista ― si te vas a volver a cortar las venas, hazlo ahora para que me quites tiempo ― habla frío. Tomo el cuchillo y lo encajó con fuerza sobre la madera de la mesa, mientras lo veo a los ojos ― bueno, al menos sé que ahora tienes los cojones para enfrentar tus errores y cagadas como hombre.
―¿Por qué no me dejas en paz?― pregunto, enojado― si me prefieres muerto, porque no me dejas irme lejos de ti y le comentas a todos que me maté. No me importaría que me mataras, es más, pueden hacer un drama de eso y regodearse de la atención que les darán.
―Yo no te prefiero muerto, tú eres el que quieres matarte, insistes en hundirte.
―¿Por qué será?― inquiero.
Mi padre me ve con esa mirada severa que siempre tiene, ahora que recuerdo, jamás lo he visto reír a carcajadas o al menos sonreír ante un buen momento. Su rostro es en verdad frío, ni un vistazo de sentimiento se refleja en él.
―Tuve que interrumpir un negocio muy importante por venir por ti, espero no pederlo― habla.
―Si tu negocio era más importante, pudiste dejarme ir, te juro que estaría mejor en un avión lejos de aquí, no de camino a casa.
Mi padre niega con la cabeza ― no tengo tiempo para esto. Irás a la casa, tomarás tu puesto en la empresa y te casarás con la chica que ya estaba destinada a ti, ¿comprendes?
―Ya estoy casado, con IZEL SANTA CRUZ ― expreso el nombre de mi esposa en alto ― y no me voy a casar con nadie que tú desees o encaje en tus estándares.
―¡HARÁS LO QUE SE TE DIGA!― grita, para luego dar un golpe fuerte sobre la mesa― en unos días anularé tu matrimonio con esa sirvienta, te casarás con Carolina, la persona que debiste haber conocido desde antes y tomarás tu puesto en la empresa, si no…
―¿Si no qué? ― le hablo en forma de reto.
―Yo mismo te encerraré en ese hospital mental y haré que te diagnostiquen de una forma que te hundiré ahí el resto de tu vida, y sabes que no estoy bromeado Enrique. Con tus antecedentes de que trataste de quitarte la vida, lo puedo lograr y no me costará. Y cuando hablo del resto de tu vida, es el resto de tu vida, no saldrás de ahí hasta que mueras y te saquen en un ataúd.
Me quedo en silencio escuchado claramente sus palabras, la frivolidad con las que las dice y ese tono amenazante. Suspiro profundo, sé que mi padre me encerrará y que si lo hace, jamás seré capaz de volver a encontrar a Izel, así que no me queda más que aceptar lo que él desea para seguir libre y poder en algún punto volver a contratarla.
―Supongo que eso es un sí― afirma y luego sonríe ―¡Ay Enrique!, no sé porque me complicas tanto la vida, tan fácil como es seguir instrucciones y lo que tu madre y yo sabemos es lo mejor. Para eso te criamos, para que fueras feliz.
―A su manera, siempre a su manera.
―Sí, pero a nuestra manera jamás te ha faltado nada, ¿qué te cuesta devolvernos el favor con obediencia?― suspira ― Tu madre no quería darte otra oportunidad, quería llevarte directo al hospital y refundirte ahí, pero la hice entrar en razón y por eso ahora vas a casa. Te pido que la aproveches, hagas lo que yo te diga y no te metas en problemas, no me hagas arrepentirme de mostrar un poco de compasión por ti.
―¿Compasión es esto?, se nota que no tienes ni puta idea de lo que es ser compasivo.
―Enrique, eres mi hijo, mi herencia y no voy a permitir por nada del mundo que caigas en desgracia, es mi deber como padre― habla en un tono que cualquiera que no lo conozca puede decir que siente un enorme amor por mí, cuando no es así.
―Creo que tienes que explicarme lo que ser tu hijo significa para ti y también lo que es ser padre.
Mi padre se pone de pie y antes de alejarse para sentarse en otro lugar, voltea a verme ― Firmarás ese divorcio Enrique, lo hará porque si no, le destruiré la vida como no te imaginas― vuelve a su tono habitual―si Eira te dolió, esa india te va a doler más, mucho más, y será tu culpa, toda tu culpa y te juro que a ella no le quedará duda― me amenaza. Me quedo en silencio escuchando sus horribles palabras y siento la rabia corriendo por todo mi cuerpo ― antes de bajar, lávate la cara, le pediré a la sobre cargo que te traiga el kit de primeros auxilios. Y sin más, se va, dejándome con un sentimiento de impotencia que me duele más que los golpes sobre mi rostro.