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Izel
Enrique yo llegamos a lo que parecía era una granja, aunque la verdad parecía más bien como un enorme campamento para hacer todo tipo de actividades. En cuanto dimos los primeros pasos en el terreno, la noche cayó obscureciendo el bosque, por lo que no teníamos la mínima posibilidad de regresar a la casa sin morir de frío o perdernos en el bosque.
―Les prestaré esta cabaña, es de uno de mis trabajadores, está limpia ― nos dice el hombre del bosque mientras abre la puerta y prende la luz para que veamos el acogedor lugar ― le diré a mi hijo que les traiga cobijas y algo de comer. Allá afuera tenemos leña para la chimenea y puedan calentarse. Mañana en cuánto el sol salga les pido que se alejen de mi propiedad.
―Gracias señor, muy amable ― le respondo mientras Enrique se recuenta observando todo el lugar.
―Allá abajo de la barra tiene una tetera por si quieren calentar agua, ésta la consiguen de la llave, está limpia. También tiene café soluble y té.
―¿De casualidad no tienen un teléfono? ― pregunta Enrique.
―Lo siento, no hay líneas aquí ― responde el señor saliendo por la puerta.
―Y, ¿cómo se comunican? ― inquiere.
―Vamos a la ciudad y ya, no nos interesa mucho la comunicación aquí, ahora los dejo que debo ir a cenar, esperen a mi hijo.
El señor cierra la puerta dejándonos a ambos solos en medio de esa cabaña con olor a madera y tan fría que cala los huesos. Me siento como esa vez que mi papá nos llevó un fin de semana a la Marquesa a pescar truchas, y sonrío al recordar ese momento. Extraño a mi familia, pero sé que los veré pronto.
―Iré afuera por madera para la chimenea, hace frío ¿no? ―le digo a Enrique quién sigue examinando la cabaña.
―No, no, iré yo― habla apurado.
―No te preocupes, voy yo, estoy acostumbrada. Mi tía Eva tiene estufa de leña y estoy acostumbrada a cargar los leños y a encenderla, mejor tu revisa el resto de la cabaña y ver si hay algo para sacudir la colchoneta o si hay cobijas― le indico.
Salgo de la cabaña hacia el lugar donde se encuentra la madera y puedo ver el hermoso cielo estrellado arriba de nosotros. No cabe duda que a veces los momentos menos esperados son los que traen los recuerdos más bellos, tenía razón mis papá. Tomo la madera indicada y al regresar ve a un joven de unos dieciocho años dejando algo de comida sobre la barra, unas cobijas y toallas limpias, al parecer el hombre ha pensando en todo.
―Mi madre dice que si gustan mañana pueden quedarse a desayunar, lo siento por mi padre, es un poco malhumorado y no le gustan mucho las vivitas inesperadas―nos dice el chico con una sonrisa― yo mañana tengo que ir a la ciudad a comprar algunas cosas, si gustan puedo llevarles para que regresen a su hotel o cabaña más rápido.
―Gracias― agradece Enrique.
―Un placer, que descansen, a las nueve se corta la electricidad así que no se asusten, son reglas del lugar― nos advierte y luego sale de la cabaña cerrando la puerta.
Yo voy hacia dónde está la chimenea y comienzo a acompañar los maderos para luego encender la chimenea. Enrique extiende las cobijas sobre el colchón de la cama de madera para sentarse y suspirar ― Salvador, Thalia y mi hermana han de estar muy preocupados.
―Lo sé, pero ahora no hay nada que hacer, estamos bien, ellos están bien, así que tranquilo.
―Espero que mi hermana no se desespere y cometa el error de llamar a mis padres diciéndole que me he perdido en le bosque, sería la peor de las situaciones― comenta quitándose el abrigo y dejándolo sombre una de las sillas de la cabaña.
Yo termino de prender el fuego de la chimenea y voy hacia él para sentarme a su lado― ¿tanto miedo le tienes a tus padres? ― le pregunto y él voltea a verme con sus preciosos ojos marrón y me sonríe.
―Tonto ¿no?, tenerle miedo a tus propios padres, pero sí, les temo, no por lo que me puedan hacer a mí, si no por lo que le hacen a la gente alrededor. Tal vez me vea como un cobarde pero…
―No, claro que no― le interrumpo antes de que siga ―no eres ningún cobarde Enrique, si lo fueras, ahora estuvieras haciendo justo lo que tus padres te han pedido por años y posiblemente no en medio de la nada, en una cabaña, disfrutando del sonido del bosque o del calor de la chimenea “el hombre valiente no es aquel que no siente miedo, sino el que conquista ese miedo”― recito.
―¿Insinúas que tengo que enfrentar a mis padres?― pregunta― no tienes idea de lo que me estás pidiendo. Mis padres tienen tanto poder sobre su familia como fuera de ella, no sé si sería capaz de ganarles.
―Es que no se trata de ganar Enrique, si no de poner en claro que no importa lo que hagan no podrán generar ese miedo en ti y entender que tus padres no van a cambiar, no importa si tú tratas de que lo hagan, ellos no están dispuestos a hacerlo. Tus padres influyen tanto en ti que estás aquí, en este maravilloso lugar, con la mujer que amas y no puedes dejar de pensar en ellos― hablo y me rio bajito.
Enrique sonríe levemente, levanta su mano para acariciar mi rostro mientras me ve a los ojos― tienes razón, mucha razón, estamos aquí juntos, enamorados, felices y dispuestos a ser felices, no desperdiciaré este momento. Él, se acerca a mis labios, con ternura frota su nariz contra la mía para luego atarse a mis labios y darme un beso lleno de pasión, deseo y sobre todo alegría. Mis mejillas comienzan a arder por el calor que comienza a expedir su cuerpo, mis labios comienzan a generar cosquillas y sus manos, que poco a poco van bajando sobre mi cuerpo, hacen que mi piel se encienda al igual que el fuego de la chimenea.
―Izel― murmura bajito y escuchar mi nombre en su voz es el mejor de los sonidos que he escuchado.
De pronto, las luces de la cabaña se apagan dejándonos solo con la luz que expide el fuego de la chimenea y con la que entra por la ventana del lugar. La luna brilla esta noche mas que nunca y de pronto todo esto genera un ambiente óptimo para el amor. Enrique inclina su cuerpo hacia mí y de pronto ambos caemos sobre la cama mientras nuestros labios siguen besándose sin poder parar.
Mis manos se van inmediatamente hacia el colchón de la cama mientras que las de Enrique comienza a explorar levemente mi cintura y acarician mi abdomen por encima de mi suéter hasta que mete la mano por debajo de él para acariciar uno de mis senos haciendo que me separe de sus labios de inmediato.
―Lo siento― murmura él un poco agitado― yo sé que…
―No, no lo sientas, sólo que tu mano está un poco fría ― confieso.
Enrique sonríe, lo hace con una media sonrisa y luego besa mi frente― soy tan afortunado de haberte encontrado Izel, eres la mujer que día a día me abre los ojos ante un mundo diferente y lleno de experiencias. Cuando yo pensé que había visto todo, sentido y probado todo, llegaste para enseñarme nuevas lecciones, revolucionar mis sentimientos y darme nuevos sabores con tus besos ― habla― seré valiente porque si no lo soy te pierdo, y yo no estoy dispuesto a que eso suceda, prefiero vivir una vida a tu lado, que cientos lejos de ti.
Al escuchar las palabras de Enrique siento como mi corazón late despacio, tranquilo, yo nunca he estado enamorada pero sé que lo que siento por él es amor y del bueno, de esos que se quedan para siempre y que seguirán juntos hasta que ya estemos en esta tierra. Él vuelve a besar mis labios con toda la intención de desnudarme sobre el colchón y hacerme el amor como lo desea tanto y por primera vez yo siento ese deseo también.
―Enrique― murmuro. Él dirige su mirada hacia la mí― hazme el amor― pronuncio con una voz un poco titubeante.
―¿Qué dices? ― pregunta él sin poder creerlo.
Levanto un poco mi rostro para que mis labios rocen los suyos y repito ― hazme el amor, quiero que ambos nos sintamos, que perdamos el miedo juntos, ¿qué dices?
Enrique se muerde el labio mientras veo como su rostro se enrojece. Acto seguido, comienza a acariciar mi rostro para ir bajando levemente por mi cuello, mis hombros, hasta llegar a mi abdomen. Mete una vez más su mano por debajo de mi suéter y esta vez la siento arder sobre mi piel.
―¿Segura?― habla bajito.
―Jamás en la vida había estado tan segura de algo― respondo y levantándome un poco me quito el suéter antes su mirada atenta.
―Eres tan hermosa― me dice él en un suspiro.
Y así, mientras nuestros pechos agitados muestran nuestro nerviosismo, Enrique vuelve a besarme para después dar el siguiente paso que cambiará la vida de ambos.