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Enrique
Ver a Izel frente a mí, su piel morena, ese cabello n***o cayendo sobre sus hombros y sus pechos grandes y formados enfrente de mí, provoca que todo mi cuerpo reaccione ante tal bella escena que por varias noches soñé. Al igual que ella, yo me quito el suéter para después dejarlo caer sobre el suelo y mostrarle mi torso desnudo y con él toda mi vulnerabilidad. Mi corazón late tan agitado que siento que en cualquier momento se saldrá de mi piel sin embargo, lo disfruto porque sé que es una señal de que estoy vivo y más vivo que nunca. Puedo sentir en el ambiente el calor que la chimenea expide y acompañados del sonido de la leña quemándose no podemos dejar de admirarnos, descubrirnos y lo más importante, desearnos.
Izel me sonríe, lo hace tímidamente sin saber que hacer mientras yo como un idiota la admiro perdiéndome en su exquisita figura, en esos senos firmes y grandes, en la línea curva de su cintura que termina en esas caderas que me hacen perder la razón. Ella pasa saliva para luego bajar uno de los tirantes de su sostén seguido por el otro y quitárselo así por completo descubriéndolos. Mis manos comienzan a sudar y mis piel a calentarse aún más. Izel, con la luz de la luna reflejada sobre ella, la hace ver como una de esas mujeres que describen los cuentos de fantasías, de las que hechizan con la voz o con la mirada, una musa, una ninfa, una mujer tenaz.
―¿Qué esperas?, tócame ― me pide y ella toma mi mano para ponerla sobre uno de sus pechos.
La manera en que cierra los ojos al sentir mi tacto sobre su piel me da la imagen más sexy de toda mi vida, de esas que repite en sueño una y otra vez para revivirla y que formará parte de nuestra intimidad. Me acerco mucho más a ella, mis labios arden, mueren por besarla, así que me dejo llevar por el momento, por la experiencia, por el simple placer de tener a la mujer que amo entre mis brazos.
Pego mi frente con la suya y antes de besarla le murmuro ― te amo Izel, te amo tanto― para después prenderme de sus labios y saborearlos mientras nuestros cuerpos caen una vez más sobre la cama. Mi boca comienza a viajar por la parte de arriba de su cuerpo, beso su cuello, sus hombros, regreso a sus labios para robarle ese miedo que sé que tiene porque siento su cuerpo temblar, es normal, cualquiera le teme a lo desconocido.
Después de quedarme un momento en sus labios, haciéndola sentir segura, encendiendo su piel y erizándola, me dirijo hacia sus pechos y comienzo a besarlos sin temor. Las manos de Izel se despegan del colchón y comienzan a acariciar mi cabello y jalándolo levemente como si tratara de sobrellevar todas las sensaciones que en ese momento recorren sobre su cuerpo. Yo continúo, disfruto de los leves gemidos que salen de sus labios provocados por su garganta y de las caricias que ella me da.
Con la punta de mis dedos, desabrocho su pantalón, quitándolo lentamente y descubriendo la parte de abajo de su cuerpo. Mis labios se dirigen a sus caderas firmes, a ese abdomen bajo tan perfectamente imperfecto, y develan esas piernas tan bien formadas y fuertes, cuya piel morena las hace ver tan sensuales a la luz de la luna. Sus manos ahora acarician mi espalda alta, las puntas de sus dedos rozan mi nunca regalándome esas sensaciones que yo creía muertas y que en este momento han vuelto a la vida.
―Ámame― murmura ― se valiente y ámame.
―Soy valiente― murmuro― tú me haces así.
Mis labios bajan hasta sus piernas para besarlas desde los muslos hasta sus pantorrillas. Tomo sus pies y comienzo a darles un leve masaje que provoca que ella se enderece y vea la escena. Al terminar de besar otra de sus piernas, me pongo de pie para remover el resto de mi ropa y quedar, ahora sí, completamente desnudo ante ella. Izel, se recorre un poco hacia adentro de la cama quedando justo en el medio y después, se quita la braga para quedar igual que yo, desnuda. Una tímida sonrisa se escapa y se refleje en sus labios.
―¿Tienes miedo? ― le pregunto mientras me subo a la cama junto con ella.
Izel niega con la cabeza, mientras de sus ojos salen dos chispas que les hacen brillar― no tengo miedo, tengo muchas sensaciones corriendo por mi cuerpo y pasando por mi mente pero miedo no es una de ellas― confiesa.
―¿Entonces?― insisto mientras pongo mis manos sobre su cintura y la acerco a mi cuerpo desnudo para que por primera vez en todo este tiempo se rocen.
―No lo sé, lo único que tengo claro es que quiero estar contigo―comienzo a besar el lóbulo de su oreja― quiero sentirte, sentirnos, quiero que me hagas sentir con tus caricias y con tus besos todo lo que sientes por mi, al igual que yo lo haré.
Continúo besando su cuello, sus pechos, su ropa. Mis manos acomodadas bajo sus glúteos hacen que nuestros sexos se rocen provocando aún más placer. Poco a poco, Izel se va soltando más, empieza a explorar con sus labios otras partes de mi cuerpo hasta que nuestra cercanía provoca que mi m*****o roce su intimidad de una forma diferente.
―Veme a los ojos― le pido. Sus pupilas se clavan en las mías de inmediato― respira, respira conmigo― le pido― hazlo a tu ritmo, a tu tiempo, yo te espero―Izel, sin dejar de verme, toma mi bulto para acomodarlo sobre su intimidad y al sentirme un poco adentro, suspira un poco asustada― lento, hazlo a tu ritmo, lento, no hay prisa, tenemos toda la noche.
Vuelvo a besar sus labios mientras ella lo vuelve a intentar y esta vez llega más lejos que la primera vez. Con cuidado puedo sentir como entro en ella hasta que ambos somos uno. Ella se detiene un momento para asimilar todo― ¿estás bien? ― pregunto.
―Sí, sí― confiesa.
Ambos, así sin dejar de vernos, comenzamos a movernos a un ritmo despacio, haciendo que del dolor poco a poco se convierta en una sensación agradable que la hace sonreír y a la vez gemir. Su piel no deja de erizarse, su cuerpo empieza a acostumbrarse a mí hasta el punto que sus movimientos comienzan a ser más constantes y con más ritmo.
La tengo encima de mí, prácticamente pegada a mi, montándome, aferrándose a mi cuerpo mientras sus labios no dejan de besarme y sus manos de acariciar mi cuerpo. De nuevo, estoy aquí, entre los brazos de la mujer que amo, disfrutando su olor, sus caricias, gemidos y murmuros, así como del roce de nuestros cuerpos. Otra vez, estoy aquí, en este acto de libertad para mí, de amor, de ternura y a la vez uno de rebeldía para mis padres, para la vida que debería llevar, para el camino que debería seguir.
Sin embargo, entre los besos de Izel me siento en mi hogar, en el camino correcto en lugar donde debería de estar. Ella sabe quererme como a mí me gusta, sin pena, sin miedo, sin juzgarme, entendiéndome por completo, y no me cabe duda que el amor que merezco existe y en este momento lo estoy viviendo al lado de ella.
―Izel― le murmuro sobre los labios.
―Dime― responde ella excitada.
―Si me voy contigo, ¿me amarás para toda la vida?― le pregunto y ella separa sus labios de los míos para darme una sonrisa.
―Toda, toda la vida― responde para luego regresar a darme los besos más dulces que he probado en toda mi vida.
«Entonces camino a tu lado, te sigo, llévame, a un lugar donde pueda amarte sin prejuicios, sin límites, sin miedos. Un lugar donde nuestro amor crezca y eche raíces y sé que ese lugar es muy lejos de aquí y estoy dispuesto a aventurarme, si es contigo, te acompaño por la vida».
―Vámonos juntos, te sigo― murmuro para después caer una vez más entre sus brazos.