CAPÍTULO 48: La Paz

1685 Palabras
Tú si sabes quererme© Safe Creative Código 2109289374098 Enrique Mi luna de miel no pasó como yo esperaba, y eso que no pensaba tener una, sin embargo, jamás me pasó por la cabeza que la pasaría en el hospital, con Carolina recostada en una cama y haciéndole análisis de sangre y otros estudios solo para comprobar lo que a se sabía, estaba condenada al igual que mi vida al lado de ella. Seguía furioso con mi madre por haber hecho esta jugada tan baja y terrible pero más con los padres de Carolina que había permitido este nivel de manipulación o, si estaban de acuerdo, de maldad hacia su hija, ¿por qué ofrecerle algo que posiblemente termine pronto?, ¿por qué condenar a un hombre de esta forma? Aún así, el no dormir por casi 48 horas me hizo reflexionar mucho sobre la situación, Carolina, a pesar de no haberme mencionado nada, no tiene la culpa y mucho menos de estar enferma de este padecimiento tan horrible, ella es una víctima como yo del terrible destino que depara a algunos de nosotros, así que no podía abandonarla, no tenía el corazón. Entonces, regresamos a casa, y cuando hablo de casa me refiero a la de ella, ya que por motivos de cuidados era mejor que viviéramos cónsul padres en lugar de con los míos. Para ser honesto, me quitó un peso de encima saber que no vería el rostro de mis padres y que no tendría que soportar las preguntas de mi hermana, ya que aún trataba de ganarse mi cariño el cual, hace tiempo, ya estaba perdido. Tampoco era factible comprar una casa, o al menos un piso por ahora, porque eso significaría que los padres y la enfermera de Carolina tendrían que ir todos los días y que yo debía estar casi veinticuatro horas al día pendiente de ella, y no podía, tenía que llevar la empresa de mi padre, trabajar, al menos distraerme un rato de todo esto. Por lo que vivir en casa de mi suegros seria mejor para nosotros; Carolina no se encontraría sola y yo podría estar en paz. Así que, al llegar a casa de ellos, una preciosa residencia con un gran jardín y puertas y ventanas infinitas, sentí un poco de tranquilidad, no sé porqué, supongo que el estar lejos de lo tóxico siempre hace bien. ⎯ Enrique, le diré al chofer que vaya por tus cosas a casa de tus padres ⎯ me dijo Silvia de Sanz, la madre de Carolina en un tono algo bajo, supongo que siente un poco de vergüenza al saber que me enteré de todo. ⎯ No se preocupe, yo puedo ir… ⎯ respondo amablemente. ⎯ No, no.. debes estar cansado, estuviste con mi hija todo este tiempo en el hospital y supongo que querrás darte una ducha. Le diré al mayordomo que te muestre tu habitación, está justo en frente de la de Caro, la habitación de al lado es la de la enfermera así que estará al pendiente las veinticuatro horas al día. Suspiro ⎯ está bien, si insiste ⎯ respondo. Al menos me alegra que Carolina y yo no tengamos que compartir habitación, suena horrible de mi parte pero en verdad es algo que no deseo, sobre todo ahora que me entero de todo el juego que había entre las dos familias. Me doy la vuelta para subir las escaleras cuando siento la mano de la madre de Carolina tomando mi brazo. Al voltear, ella me abraza con un cariño que jamás había sentido por parte de una madre ⎯ Gracias, de verdad gracias ⎯ me agradece, como si yo hubiese sido una especie de héroe ⎯ te juro que siempre estaré agradecido contigo. ⎯ Señora, no me dé las gracias, su secreto y los tratos con mi madre han arruinado mi vida por completo ⎯ hablo sincero. Ella asiente ⎯ lo sé, y cualquier persona ya se hubiese ido pero, tú, te has quedado a su lado, y eso… jamás lo olvidaré, jamás. Tienes todo mi respeto y admiración, Enrique de León. Te prometo que tienes nuestro apoyo. Me quedo en silencio escuchando las tiernas pero crueles palabras de la señora que ahora llamo mi suegra, ¿cómo puede ser que me agradezca por darle a su hija esperanzas?, ¿no se supone que eso es cruel? Aún así muy dentro de mi la entiendo, una madre que ama a sus hijos haría todo lo posible por hacerlos felices, todo, pero yo no sé de eso porque mi madre jamás me ha amado. ⎯Yo puedo ir solo a mi habitación, solo dígame dónde es… ⎯ le contesto. ⎯Segundo nivel al fondo del pasillo, justo enfrente de la habitación de Carolina ⎯ me indica. Así, sin decir más, subo las escaleras y camino por el corredor alfombrado, lleno de retratos, floreros y una que otra lámpara decó. La casa de los padres de Carolina en verdad es antigua, supongo que ha sido heredada de generación en generación, por lo que los pisos de madera rechinan un poco al pasar por ahí. Al llegar a mi habitación, noto que la puerta de la habitación de Carolina está entre abierta, trato de ignorarlo y entrar a descansar a la mía pero, me es imposible, dentro de mi aún sigue la culpa de lo que le dije en el hotel antes del desmayo y, aunque sigue siendo verdad, al menos necesito hacer las pases con ella. Con cuidado, abro la puerta de su habitación y la encuentro recostada sobre la enorme cama de cobertor blanco y olor a jazmín. Ella con ese semblante pálido que tiene se encuentra viendo por la ventana, esa que da directo al jardín que parece más bien parte de un bosque. ⎯¡Enrique! ⎯ exclama con cariño y me da una sonrisa que me hace sentir fatal. ⎯Lo siento, no quiero incomodarte ⎯ le comento. Ella estira la mano delgada, cuyos huesos puedo ver, y me pide que la tome para que me acerque a su lado. Lo hago, me siento a la orilla de la cama y le doy una leve sonrisa, ella la responde y acaricia mi rostro. ⎯Te ves cansado, lo siento… ⎯No, está bien ⎯ murmuro ⎯ me alegra que ya estés en tu casa. ⎯Nuestra casa ⎯ corrige ⎯ aquí también vas a vivir, siéntete cómodo. Nos quedamos en silencio un momento, yo observo las perfectas y finas costuras de sus sábanas, y con la otra mano siento la suavidad de la lana. Ella suspira y aprieta mi mano para que le preste atención. ⎯Sé que no quieres estar aquí ⎯ inicia. ⎯Caro… ⎯Espera ⎯ me interrumpe ⎯ no soy tonta, sé que no quieres estar aquí y es normal, ¿quién quisiera estar al lado de una persona como yo?, ¿cierto? No te preocupes, siempre he sido enfermiza y mis padres no pudieron tener más hijos por lo que están condenados a tener una carga como yo. ⎯No eres una carga Caro, solo… ⎯…¿qué no me amas? ⎯ me pregunta o más bien, lo hizo en pregunta pero con cierto grado de afirmación ⎯ yo no sé que es estar enamorada, Enrique, jamás me lo he permitido, así que, cualquier acto de bondad o cualquier signo de ternura que me des, lo tomaré como un acto de amor de tu parte. Al escuchar eso, siento como se me hace un nudo en la garganta y me dan unas ganas terribles de llorar, sin embargo, no lo hago, solo le sonrío y acaricio su rostro ⎯ Carolina, yo… yo quiero hacer las pases contigo, quiero que nos llevemos bien, si vamos a estar juntos al menos, que haya paz entre los dos, ¿te parece? Ella asiente con la cabeza y me sonríe ⎯ te prometo que no seré una carga para ti, así como también te prometo que seré tu confidente y tu amiga. Sé que no me amas y estoy segura de que tienes un amor que fue arrebatado de ti, y no tienes idea como lo siento ⎯ Carolina pasa uno de sus dedos por la cicatriz que hay en mi muñeca de cuando traté quitarme la vida hace tiempo atrás, la otra está cubierta por el brazalete que me regaló Izel ⎯ yo también tengo mis cicatrices de desesperación ⎯ confiesa. Carolina se levanta la manga de su camisón a la altura del antebrazo y me muestra una igual a la mía ⎯ lo siento mucho. ⎯Yo también ⎯ murmura, ⎯al menos eso tenemos en común. Asiento con la cabeza ⎯ te prometo que seré el mejor esposo que puedas tener en la vida… te lo prometo. ⎯ Le digo, aunque no sé porque lo hago porque no sé si sea así. ⎯No hagas promesas que no cumplirás ⎯ me contesta ⎯ mejor prométeme que estaremos en paz, seremos amigos y que siempre serás honesto conmigo… no me dejes sola. En mi primer acto de amor hacia ella, le doy un beso sobre la frente y le sonrío ⎯ siempre seré honesto contigo y prometo no dejarte sola… ser tu amigo me agradará. Ella sonríe ⎯ esos pudieron haber sido bonitos votos… Sonrío y me pongo de pie ⎯ te dejo descansar, al rato vengo a verte… ⎯Gracias… ⎯ responde. Así me dirijo hacia la puerta y ella se acomoda sobre la cama para después decirme antes de cerrar la puerta ⎯ discúlpame por no decirte lo que padecía, me obligaron… ⎯No te echo la culpa de nada… ahora descansa, lo necesitas. Así, salgo de la habitación y entro directo a la mía para cerrar la puerta de inmediato. El nudo en la garganta no me deja respirar, así que me abro la camisa, para luego abrir la ventana y sacar la cabeza para sentir el aire frío. Han sido demasiadas emociones y noticias. Han sido demasiados cambios en tan poco tiempo. Mi esposa está condenada a vivir una vida de incomodidad, dolor y posiblemente poco placer y yo… solo puedo pensar en Izel… ¿Eso me convierte en un mal hombre?
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