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Izel
El lugar donde yo crecí tiene cerros, naturaleza, cascadas en las épocas de lluvias y una vegetación muy variada pero, este hermoso lugar al que hemos llegado Manzanares de Real me ha quitado el aliento por completo, al grado que no puedo dejar de ver cada detalle. Esta hermosa villa rodeada por montañas y evidentemente lleno de cultura y mucha historia me ha dado la bienvenida de una forma fenomenal cuando Enrique pasó en frente de un castillo tan grande como los que he visto en los cuentos de hadas.
―¿Se puede entrar al castillo? ― pregunto emocionada mientras veo cómo se aleja por el espejo retrovisor ya que nosotros no nos quedaremos en el centro del lugar si no más en la naturaleza.
―¿Al castillo de los Mendoza?, claro que si― responde Enrique sonriente.
―Yo jamás había visto un castillo, ni mucho menos un palacio. Pensé que todos eran inventos de los cuentos de hadas pero ahora me doy cuenta que no es así.
―Claro que no lo es, Europa está llena de castillos y palacios si quieres te puedo llevar a visitar todo― me sugiere y yo volteo a verlo y le sonrío.
―¿Me lo prometes? ― pregunto.
―¿Irías conmigo? ― averigua.
Asiento con la cabeza ―Iría contigo.
Enrique se acerca a mi y me da un beso ligero sobre los labios, lo hace con cuidado ya que sigue manejando por una pequeña carretera que nos está llevando montaña arriba donde, sé, la vista será más que genial. Cuando por fin llegamos, Enrique se estaciona en frente de una casa de adobe con ventanas de madera y techo de tejas. Al parecer es una casa de descanso bastante grande que servirá como nuestro refugio en estos días.
―¿Vienes? ― me pregunta mientras se pone los lentes de sol y sale del auto.
Abro la puerta de mi lado y tan solo salgo puedo oler el maravilloso perfume de la naturaleza. Siento un poco de aire frío, por lo que me pongo el ligero abrigo que en seguida Enrique aprovecha para acomodar.
―¿Te gusta?― me pregunta.
―Es bellísimo, ¿es tuya?
Él niega ― mía no es, es de mi familia pero pocas veces la usan. Era de mi abuelo que hace mucho falleció. Es mi lugar favorito en el mundo. Amo la naturaleza, el poder ver las estrellas sin que ningún edificio las cubra y respirar ese aire de libertad que sólo las montañas pueden darme― recita.
―Me recuerda mucho a dónde vivo, sólo que no hay castillo, si no una pirámide en la cima del cerro donde la gente puede ir a cargarse de energía― hablo.
―¿Pirámide? ― me pregunta asombrado.
―Sí, la pirámide del Tepozteco. Tiene una hermosa leyenda que luego te platicaré. Cada primavera la gente sube de blanco y se carga de energía para sentir las buenas vibras del lugar, algo bastante místico.
Enrique me abraza por detrás y me envuelve entre sus brazos ― amo lo místico, ¿tu también algún día me lo enseñarás?
―Si estás dispuesto a escalar dos kilómetros, con gusto.
Enrique se ríe, me da un beso sobre el cuello y luego toma mi mano adelantándose un poco a mí ―¿vamos?, hay más que mostrarte.
Ambos caminamos hacia dentro de la casa y lo primero que veo al entrar es una hermosa sala con muebles de madera y una chimenea en frente. Al fondo un bar del mismo material con algunas botellas sobre unas repisas y detrás de un arco abierto la cocina que parece un poco más moderna.
―Se ve muy rústico, me encanta― le comento.
―Arriba están las habitaciones, pedí al mayordomo que limpiara la casa. Pero, lo que quiero enseñarte es esto― habla emocionado y tomando mi mano de nuevo me lleva hacia una puerta de madera que se encuentra cerca de la sala y al abrirla pasamos a una hermosa terraza cuya vista es impresionante.
Ahí, enfrente de nosotros se ven las hermosas montañas, el castillo al fondo y más allá de éste el mar.
―¡Dios mío!, es hermoso― expreso de verdad emocionada.
―¿Te gusta?, me sé caminos donde podemos caminar por el bosque y la montaña, incluso ir a campar, ¿te gusta?
―¡Amo acampar! ― hablo mientras quiero saltar de felicidad.
Me recargo sobre el muro de piedra que protege a la terraza y tan solo me acerco el aire frío roza mi rostro. Enrique me abraza por detrás y me murmura al oído ― cuando es invierno, las montañas del fondo se cubren de nieve. El paisaje es digno de una fotografía, hubiese sido genial que viniéramos en esta época.
―Jamás he visto nieve― murmuro y él voltea a verme.
―¿En serio?
―Jamás, donde vivo no nieva y nunca he ido a un lugar donde haya.
Enrique se queda en silencio. Sí, lo sé, nuestras diferencias tanto culturales, sociales como económicas nos separan un poco y hay cosas que él ya da por sentado que existen y que yo me sigo sorprendiendo como si fuera pequeña. No sé si tal vez ese vaya a ser un inconveniente para entendernos o estar juntos. Sin embargo, la respuesta que me da hace que mi corazón lata emocionado.
―Contigo siento que veo todo de nuevo Izel, con otros ojos, otro punto de vista, otra actitud. De pronto, el mundo se me hace un lugar emocionante y diferente. El mundo es maravilloso ahora que lo comparto contigo― y me besa sobre el cuello.
―Te quiero Enrique, gracias por mostrarme esto, gracias por darme estas fotografías que guardaré por siempre en mi mente.
―Guardaremos ― comenta.
Me volteo para verlo de frente y acaricio su rostro. Su hermosa sonrisa provoca la mía, y el pequeño hoyuelo que tiene en su mejilla hace que la acaricie ― no puedo creer que todo sea tan perfecto. Siento que hay algo por ahí que me hará bajar de esta nube― le digo y Enrique me besa.
―Hoy no― murmura.
¡Ea!, esperan a que obscurezca, ¿no?
Escuchamos al fondo y cuando ambos volteamos vemos a Salvador entrando junto con Thalia y un chico que es igual de bien parecido. Ella como siempre viene vestida con un conjunto que combina de pies a cabeza y que la hace ver espectacular, no sé como le hace para siempre verse como modelo, incluso cuando no hay una pasarela en frente.
―¡Ey!, llegaron, tenía la esperanza de que nos habían dejado solos y no tendíamos visitas― bromea Enrique.
―No te escapas de nosotros ― responde Salvador con una sonrisa ― hola Izel, ¿cómo te encuentras?
―Asombrada― confieso― es un lugar de verdad bonito.
―¿Es increíble no?, Enrique y Eir…― y de pronto guarda silencio cuando él voltea a verlo de una forma tan rara que me llama la atención― Enrique suele venir seguido para acá, le gusta la naturaleza, a mí no, yo prefiero un hotel de cinco estrellas y barra libre gratis.
Me río para alivianar la tensión. Thalia se acerca a mí y me abraza fuerte. Por un momento me quedo quieta porque no sé como reaccionar, pero después la abrazo por igual y ella sonríe.
―Eres una mujer hermosa y maravillosa Izel, nunca lo olvides― me murmura el comentario más al azar del mundo y yo no entiendo porqué.
¡Hola, a todos!
Escuchamos una voz al fondo y al voltear vemos a Nuria, la chica que me está ayudando para modelar mis collares. Tan solo nuestras miradas se cruzan ella cambia de semblante y arquea las cejas extrañada.
―¿Izel?, ¿qué haces aquí? ― pregunta sin entender nada.
Enrique se acerca a mí, me toma de la mano y ambos caminamos hacia ella ― Izel, ella es mi hermana Nuria.
―¿Tu hermana?, ¿ella es tu hermana? ― confirmo con una sonrisa― ¡qué pequeño es el mundo!
―¿Por qué? ― pregunta Nuria ―¿qué hace Izel aquí?
Enrique toma aire y con una sonrisa en su rostro le dice― Nuria, Izel es mi novia.
―¡Qué!― expresa ella de inmediato, provocando que Thalia y Salvador se acerquen a nosotros ―¿Tu novia?, ¡ella es tu novia!
―Sí― asegura Enrique.
―¡Ay no Enrique!, no otra vez ― le dice viéndolo a los ojos y luego me voltea a ver a mí ― no otra vez, no… ― y sin hablar más sale corriendo de ahí.
Todos nos quedamos en silencio y Enrique me da un abrazo y luego un beso sobre la frente ― voy a hablar con ella, ¿te importa si te dejo con ellos?
―No, adelante― respondo y él se aleja siguiendo el rastro de su hermana.
Yo volteo de inmediato a ver a Thalia y a Salvador que con su mirada me dan todas las respuestas que necesito. Hay algo de fondo en esto y es precioso que lo averigüe en seguida.