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Izel
¡Por fin terminó mi día!, después de pasar horas confeccionando, diseñando, escribiendo y escuchando los cientos de temas que hay que estudiar para los exámenes parciales, me encuentro bajando las escaleras del edificio para dirigirme a casa y caer rendida sobre la cama. Despertarme a las cinco de la mañana y después tener todo un día de clases hasta las ocho de la noche no es lo mío.
Llego al estacionamiento, que ya casi se encuentra vacío, y veo a Enrique esperando por mí, recargado sobre su auto con los brazos cruzados a la altura del pecho. Tan solo su mirada se encuentra con la mía sonríe. Lo admiro unos momentos y juro que en verdad es el hombre más guapo que he visto en la vida. Él es alto, buen cuerpo, barba y ese cabello rizado que siempre trae bien arreglado. Tiene un porte tan varonil y esta tan seguro de si mismo, que es de los típicos hombres que debes voltear a ver cuándo llegan a un lugar.
Me acerco lentamente mientras Enrique me sonríe ―¿no faltaste a clases verdad? ― pregunto.
Enrique niega con la cabeza ―entré a todas y cada una de ellas― responde― luego salí para esperarte aquí y ya has llegado.
―Un buen resumen señor de León.
―Gracias―Enrique me toma ligeramente de la cintura y me acerca hacia él ― te tengo una sorpresa.
―Nada de citas en teleféricos o cosas así, te lo pido― le digo entre risas.
―No, te prometo que será más tranquilo además, yo te debo una cena ¿qué no? ― murmura y me da un ligero beso sobre la nariz, sonrojándome.
―Te advierto que estoy un poco cansada― le comento.
―Será una cena sencilla y rápida, te prometo que te agradará ― me asegura.
―Está bien, vamos.
Enrique me toma de la mano y abre la puerta del auto y me invita a que suba al asiento del copiloto. Él se da la vuelta y sienta al otro lado, me cierra el ojo―¿lista? ― me pregunta y yo asiento con la cabeza. Él arranca y de nuevo me siento muy feliz. Enrique me toma la mano y la besa ― te extrañé― comenta― te extrañé muchísimo.
―Yo también ― respondo sonriente y después el resto del camino nos vamos en silencio. Entre la música de Alejandro Sanz acompañando nuestro recorrido y la hermosa ciudad de Madrid iluminada, me siento en un sueño del que no quiero despertar.
Momentos después, llegamos al departamento y antes de entrar por la puerta él me cubre los ojos ― ¿Lista?
―Lista― respondo entre risas.
―No abras los ojos, por favor― me murmura con su voz varonil.
Escucho como él abre la puerta del lugar y, tomando mi mano, me lleva por él despacio para evitar que yo choque contra algún mueble que hay en ese elegante departamento que sigo pensando que es muy grande para él.
―Ya falta poco― habla y luego siento como suelta mi mano ― espera aquí.
―OK.
Escucho como mueve algunos sofás y sillas. Camina hacia mí se coloca detrás de mi oído― ábrelos.
Lo hago y cuando me percato de todo sonrío emocionada ―¿Qué es esto? ― pregunto al ver un mantel en medio de la sala sobre el suelo, unos cojines amplios para sentarse, copas, vino y una caja de pizza en medio.
―¿Hiciste pizza para mi? ― bromeo.
―Puedo hacer pizza pero no tuve mucho tiempo este día, así que tuve que improvisar. Pero todo lo demás lo hice yo para ti― asegura.
Caminamos juntos de la mano hacia la sala. Él me invita a sentarme sobre los cojines y luego él lo hace a mi lado. Puedo ver que el balcón está abierto pero que el cielo está obscuro, hoy al parecer no salieron las estrellas como la otra noche.
―En primavera me gusta hacer picnics en los parques. Me gusta sentarme sobre el pasto, sentir el aire. Tirarme sobre la manta y ver el cielo hasta quedarme dormido. Me relaja, me hace sentir que estoy vivo y agradecido― comenta mientras toma la botella de vino y me sirve en la copa―salud.
―Salud― digo levanto mi copa y ambos brindamos.
―Por nosotros.
―Por nosotros― respondo.
Ambos bebemos el vino y confieso que me sabe un poco fuerte para mí. Jamás en la vida había probado vino hasta que vine a España. Enrique se ríe al ver mi rostro.
―Lo siento, no es que no me guste, pero aún no me acostumbro al sabor.
―¿Qué es lo que bebés en México? ― pregunta.
―Coca cola― hablo y él levanta la ceja extrañado.
―¿Coca Cola?, ¿soda? ¿de verdad? ― y ríe.
―No te burles. La verdad es que eso tomo con la pizza y a veces para mantenerme despierta cuando debo hacer mucha tarea. El vino es algo nuevo para mí y me encanta, pero es fuerte y a veces es dulce, a veces seco, aún no sé cuál es mi favorito o el mejor.
―Yo puedo enseñarte sobre eso. Cuando era joven quería ser Sommelier y tomé un pequeño curso en una escuela aquí en Madrid.
―¿Some?, ¿som? ― trato de pronunciar.
―Sommelier ―repite― es un catador de vinos. Es un arte y es bien pagado sí logras ser el mejor. Yo solía finger con el jugo de uva, cuando era pequeño, que eran vinos y los probaba. Los ponía en copas y movía en círculos el liquido y lo probaba. Era ridículo.
―Es muy lindo―respondo y le doy un ligero beso sobre los labios. Él como siempre lo intensifica un poco. Sus labios me saben a vino, y admito que en ellos me sabe mejor.
Al separarnos, él aprovecha para acariciar mi mejilla ― mi morena guapa ― murmura― no tienes idea cuánto me gustas.
Me muerdo los labios, tratando de o sonrojarme pero es inevitable. Todo lo que me dice y la forma en cómo me mira, provoca que lo haga sin restricción.
―¿Qué piensas? ― me pregunta.
―¿Cómo sabes que estoy pensando? ― respondo.
―Siempre que piensas algo parece que tu mirada de aleja y se pierde. Como si viajaras al espacio sideral y te perdieras por unos momentos. Luego regresas a mí y dices algo tan bonito, como la descripción del lugar en donde vives.
Bajo un poco mi mirada hacia el mantel y luego lo veo ― pensaba que todo esto es inevitable.
―¿Qué?
―Lo que siento por ti, es inevitable. Hoy por la mañana traté de hacerme a la idea de que posiblemente era algo pasajero. Sin embargo, cada vez que te veo es inevitable que mi corazón no me diga que eres tú o que mi mente no te deje de pensar en todo el día. Es inevitable que yo no me enamore de ti.
―¿Ves? ―me pregunta Enrique con una sonrisa en sus labios― cómo dices cosas tan bonitas.
―Basta― murmuro avergonzada.
―No, no te avergüences así, es bonito lo que dijiste. Yo eso sentí cuando te vi, algo inevitable y me alegra que sientas lo mismo y que estemos conectados. Te prometo Izel que esto que sentimos se hará más y más grande, ¿me crees?
―Te creo― le respondo y vuelvo a besarlo.
―Te tengo una sorpresa― murmura sobre mis labios― pero para eso necesito que te recuestes aquí, conmigo.
Un poco nerviosa me acuesto sobre los cojines que ha puesto sobre la alfombra y él lo hace junto conmigo. Me abraza pegándome a su cuerpo y yo me acomodo sobre su pecho. Él, presiona el botón de un control que tenía entre las manos y de inmediato el lugar se ilumina con una proyección de decenas de estrellas por toda la habitación.
―Enrique― digo en voz baja.
―¿Te gusta?
―Me encanta.
―Un picnic no está completo sin un cielo lleno de estrellas, ¿cierto?, así que si las estrellas no salen para nosotros, las traeré a ti.
―Gracias― murmuro feliz y no sé porque con lágrimas en los ojos de lo conmovedor que es― ¿Ves como es inevitable que no me enamore de ti? ― le pregunto y Enrique me responde con un beso sobre la frente.
―Me gusta ser inevitable para ti, porque tú lo eres para mí― recita y ambos nos quedamos viendo el techo lleno de estrellas.