CAPÍTULO 10: Amaneceres especiales

2013 Palabras
Registrada en SAFE CREATIVE Bajo el código: 2011045801413 TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS © Izel  Abro los ojos al escuchar el ting, ting, del teléfono. No es la alarma, ni es una llamada, dos mensajes me han llegado y yo simplemente me volteo para tomar el móvil y ver que son las cinco de la mañana. Sin embargo, al ver el nombre de la persona que me los envía, sonrío. ENRIQUE YA VISTE UN ATARDECER, ¿QUIERES VER UN AMANECER?, VISTETE. TIENES 15 MINUTOS. ENRIQUE TRAIGO CAFÉ. Me levanto de inmediato y sin pensarla mucho me pongo unos jeans azules y una playera básica color n***o. Me pongo los aretes de plata con forma de quetzal, me hago una cola de cabello alta para salir de ahí y me lavo los dientes. Tal vez no vaya de lo más arreglada pero es todo lo que pude hacer con tan poco tiempo. Bajo las escaleras hacia el lobby corriendo y cuando abro la puerta de cristal veo a Enrique sonriendo, recargado sobre su carro y con dos vasos de café uno en cada mano. ―Espero te guste el café con leche ― me dice y me entrega el vaso de cartón. ―Me encanta el café con leche― respondo sonrojada al verlo tan guapo con esa camisa blanca y esos jeans azules tan apretados que dejan poco a la imaginación. Enrique se hace a un lado y abre la puerta de su auto ―¿vienes?― me pregunta y yo con una sonrisa asiento. Después de subirme al auto. Enrique me lleva por las calles casi vacías de Madrid hacia un destino que al parecer está un poco lejos del centro de la ciudad. Solos somos él y yo y el camino. Enrique va tomando mi mano y en los altos del semáforo la besa haciéndome sonrojar. Me siento tan feliz, tan extraña, tan emocionada, es una mezcla de tantos sentimientos que no sé como sobrellevarlos. En eso, el auto se detiene y llegamos a un bello parque tan diferente al que me llevó la otra vez. Enrique sale del auto, abre la puerta de mi lado y me ofrece la mano para que yo salga. Cuando estamos frente a frente me da un tierno beso sobre los labios. ―Hmmmm, sabes a café ― murmura. ―Tú también― respondo. ―¿Lista para ver el mejor amanecer de tu vida?― me pregunta y después de cerrar la puerta me toma de la mano para ambos correr hacia unas escaleras que suben hasta un lugar donde a lo lejos veo un teleférico. ―¿Subiremos al teleférico?― le pregunto. ―Así es. Tengo un conocido aquí que nos va a permitir subir para ver el amanecer, pero debes apurarte porque el amanecer es unos minutos y no podemos estar mucho tiempo arriba porque le pueden regañar― habla rápido mientras entramos al lugar y él toca la reja. Un hombre bajito y de aspecto un poco cómico nos abre la puerta ―más te vale que sea un buen pago― le dice y Enrique saca de su cartera unos billetes y se los da. ―Sólo veremos el amanecer y nos llevas al parque de los Rosales, ¿vale? ― le da instrucciones. ―Si, sí, vale, entren que siento que terminaré regañado por esto. ―Gracias― murmuro al hombre y él simplemente me pide con la mano que entre y no haga más preguntas ―¿seguro que no pasará nada? ― pregunto a Enrique mientras abre la puerta del teleférico y me invita a subir. ―No pasará nada… déjame tener este pequeño momento contigo antes de encerrarme horas en un aula y ya no te pueda ver― me dice y aprovecha para darme un beso sobre la nariz. El hombre nos cierra la puerta y momentos después se aleja. Afuera, aún hay un poco de obscuridad por lo que quedarnos ahí solos y encerrados por un momento sin poder vernos el rostro. ―Jamás había hecho esto, ¿sabes? ― me confiesa. ―¿Venir al teleférico? ― pregunto ―No, levantarme tan temprano para ver el amanecer. Siempre me despierto cuando pasan de las nueve y siento que he perdido todo el día. El teleférico se mueve y yo lanzo un pequeño grito que le hace sonreír. Enrique me toma de la mano y me tranquiliza ― no pasará nada, te juro que no se cae. ―Más vale que no se caiga― respondo nerviosa. El teleférico avanza hacia en medio del parque y como el cielo ya se está aclarando podemos ver las primeras imágenes del parque, que se ve precioso desde las alturas. ―En otoño todos los árboles se viste de dorado y el viento fresco refresca tu rostro. ―Me gustaría sentirlo. ―Lo haremos. Prometo que en unos días cuando las hojas estén cayendo caminaremos de la mano por estos lugares y otros más. Escucho las palabras de Enrique y no puedo creer lo que estoy escuchando. Jamás he tenido un novio y no sé muy bien como es eso de conquistar y estar con una persona pero, Enrique, es demasiado romántico y no sé si siempre ha sido así o conmigo hace un esfuerzo especial. Ambos nos quedamos viendo al parque y de pronto el teleférico se detiene dejándonos justo en medio. El vaivén del cubículo hace que vuelve a dar un ligero grito y él sonríe. ―Nos dejarán un momento aquí hasta que el sol salga ― me explica. ―En dónde vivo los amaneceres también son hermosos― hablo para acallar estos nervios que tengo. ―¿Cómo son? ― pregunta él en verdad interesado. ―Bueno, como donde crecí está lleno de cerros, el sol aparece detrás de ellos todas las mañanas. En época de otoño, hace frío fresco, no Neva, pero se siente la brisa de la mañana y el ligero viento que te hace despertar. Se escucha el cantar de los gallos, el cacareo de las gallinas y los burros que se despiertan. En algunas casas, sale el humo de la leña que se empieza a quemar para prender el fogón, y poco a poco, a lo lejos, el cielo se va pintando de blanco, luego azul hasta que finalmente llega a naranja. Sientes como el sol te pega en la piel y te calienta y al ver el cerro iluminado con su pequeña pirámide te sientes en paz. Mientras relato, la mirada de Enrique no se despega de la mía. Al parecer, está imaginando junto conmigo esos preciosos amaneceres en Tepoztlán, los cuáles extraño a morir y quisiera volver a ver pronto. Él, me sonríe. ―Suena como un paraíso. ―Casi, pero sí tiene algo mágico. En ese lugar hay vibras positivas que te alejan de tantas cosas malas. Siempre he dicho, que si el mundo estuviese a punto de acabar, me gustaría estar ahí porque todas las protecciones del mundo, llámese hechizos o ancestros bajarían a protegernos del caos. Incluso, si cierras los ojos y escuchas a la nada, podrás escucharlos hablándote y guiándote. Enrique acaricia mi rostro y me da un beso sobre la frente ― algún día llévame, ¿sí?― me pide ― nada me haría más feliz que estar ahí contigo. ―Te prometo. Ambos volteamos a ver hacia el horizonte y, como si fuera una pintura de esos que están en los grandes museos de Madrid, el sol sale, mostrándonos las siluetas de una ciudad tan bonita como en la que estoy. Los árboles se empiezan a ver más claros, veo a lo lejos los edificios y alguna que otra iglesia, recuerdo que también temprano, en Tepoztlán, se escucha el replicar de las campanas saludando al nuevo día. ―¿Te gusta?― me pregunta Enrique. ―Claro que me gusta ¡Qué fortuna poder ver el amanecer en otro lugar!, imagínate lo que podré relatar más adelante, todo lo que podré recordar cuando ya no este aquí. No muchos pueden cruzar los mares y ver ciudades que parecen parte de un cuento de hadas. Ver pinturas, monumentos y edificios que cuando los relatan pareciera que son fuera de este mundo. Tocar, probar, sentir texturas y sabores que parecen exclusivos y…― entonces veo a Enrique me está viendo con tanta atención que me da pena ― lo siento, no es mi intención ser tan apasionada. Él niega con la cabeza ― al contrario, adoro que seas así, tan apasionada, tan perseverante y decida. Qué disfrutes cada minuto y hora del día. Que no te dé pena expresar lo que sientes y que no te importe demostrar tu verdadero ser―Enrique toma mi rostro con ambas manos y me da un beso sobre los labios. Poco a poco me voy acostumbrando a sus movimientos, al ritmo, a la sensación de tenerlos encima de los míos. Me dejo llevar por todo lo que siento en este momento, por las caricias de sus dedos sobre sus mejillas y coordino mi respiración con la de él. El teleférico vuelve a moverse, haciendo que ambos tambaleemos y nos separemos de inmediato. ―Al parecer, el tiempo se terminó ― me murmura. ―Fue la mejor mañana de mi vida― respondo. ―Una de las mejores mañanas de tu vida, porque te prometo Izel que tendremos más, muchas más. Quise pasar unos momentos contigo antes de que los dos volvamos al caos de la rutina y nos separemos por la diferencia de horarios, pero quiero decirte que todo el día estoy pensando en ti, que ayer no pude dormir porque eso era justo lo que hacía y que hoy, mientras estés lejos de mí, quiero que recuerdes que me gustas, que te quiero y que nada de esto es algo en broma. ―Sé que no es en broma― le respondo acariciando su cabello ―jamás he pensando que lo es. El teleférico se para y Enrique me abre la puerta para que salgamos de ahí y caminemos de regreso al auto. Él, toma mi mano para guiarme por el camino y yo siento como toda mi piel se eriza al sentir su contacto con el mío. Enrique me hace sentir cosas que nunca en la vida me habían pasado y sé que pronto caeré en esto que él llama amor. ―Hoy estaré algo ocupado por las clases― me dice ante de entrar al auto― pero te prometo que por la noche te esperaré en frente de la residencia donde te hospedas para llevarte a cenar, ¿te parece? ―Me parece― respondo. Él me jala de la mano y me pega a su cuerpo para después darme un beso sobre la frente y abrazarme ― ¿qué pasa si hoy me enamoré más de ti?― me pregunta. ―No lo sé, ¿qué pasa si a mi me pasó lo mismo? ― le respondo y puedo sentir su corazón latiendo fuerte. ―Quiero que este sentimiento dure mucho tiempo, me encantaría que fuese una eternidad, pero no quiero presionar― y se ríe bajito. ―Todo es cuestión de tiempo, Enrique. Tal vez, la vida nos sorprenda con algo mucho mejor de lo que hay ahora y lo disfrutaremos mas. Tiempo, al amor hay que darle tiempo para que se acostumbre, para que florezca, para que se sienta hasta los huesos y se instale en el corazón― murmuro. ―¿Ves porque me gustas?, siempre dices cosas tan bonitas― me responde para darme un beso sobre la frente ― te quiero Izel, recuérdalo a cada momento de este día y en los días que están por venir. Alzo la mirada y lo veo a los ojos ― yo también te quiero ― respondo de una forma tan natural que provoca una sonrisa en él. ―Ves, te dije que ser insistente rendía frutos― presume para después darme otro beso sobre los labios provocando en mí todas las sensaciones bonitas que hay en este mundo.
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