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Izel
-Cuatro días después. Córdoba-
En el lugar donde nací, las bodas son un gran acontecimiento y un momento mágico, lleno de rituales, costumbres y fiestas que son parte de las tradiciones y hacen el momento inolvidable.
Cuando hay una boda, en el lugar de donde vengo, las personas cierran las calles completas para instalar la carpa donde abajo se pondrás las mesas para recibir a todos los invitados o personas que gusten acompañar a los novio.
Como menú, se sirve comida tradicional, principalmente mole con pollo, arroz rojo y frijoles, siempre acompañadas de tortillas de maíz hechas a mano. El tequila, mezcal y la cerveza corre entre las mesas y al fondo el sonido, se instala para amenizar la boda y después ponerla a bailar.
La novia y el novio caminan desde la iglesia a la fiesta, y si se tiene presupuesto, una banda de alientos les sigue detrás acompañado a los invitados que caminan junto con ellos. Los cohetes anuncian a todos en el lugar que hay fiesta, y el sonido de las campanas hace eco en los cerros bendiciendo al matrimonio.
Así, tal como lo describo, así quería que fuera mi boda, con todos los rituales correspondientes a mis costumbres, que las campanadas sonaran cuando bajara a la iglesia y que mi padre, tomando mi mano, me entregara al hombre de mi sueños que me estuviese esperando en el altar. Que el olor de incienso nos envolviera y poder entregar mi ramo a la virgen.
Sin embargo, no será así, mi boda será diferente y no solo porque no será como la descrita, sino porque será en otro país, lejos de mi gente, en una tierra extranjera y con un extranjero del que me enamoré perdidamente. Yo sola caminaré hacia el altar, hacía él, Enrique de León, que dentro de unos momentos será mi esposa y juntos enfrentaremos lo que venga, las consecuencias, las situaciones, los obstáculos, sin que nada ni nadie nos pueda separar.
Córdoba, debo admitir, es un lugar muy bonito, increíblemente parecido a Guanajuato, con sus calles angostas y empedradas y esos balcones con macetas que seguro en primavera alegran todo. El hotel donde nos casaremos, es precioso, se encuentra al fondo de una de las callejas y esta tan pequeño como privado. La ceremonia será en el jardín que está instalado en el techo, el cual, tiene vista a la ciudad y se puede ver a lo lejos la Mezquita y el Puente Romano.
Tal vez no sean los cerros de Tepoztlán, pero la vista, es preciosa y con la decoración que ha hecho Thalia se ve todo como salido de una historia de amor árabe, de esas que solía leer cuando era pequeña, una historia de amor que espero Enrique y yo tengamos.
Ahora, me encuentro en la pequeña pero muy bonita habitación, viendo el sencillo y hermoso vestido que Thalia hizo para mí. Al ser invierno lo confeccionó con unas mangas largas abombadas, un cuello largo y una falta que me llega por debajo de la rodilla. Todo en una tela blanca perla que combina con mi anillo de compromiso, uno de oro rosa con cinco pequeñas perlas al rededor.
―¿Te gusta?― me pregunta mientras ella sale hermosamente arreglada con un vestido color azul marino de una tela tipo pana.
―Me encanta― sonrío viéndola a través del espejo― no puedo creer que hayas hecho esto en una semana.
―Bueno, el diseño lo hice yo, la costura alguien profesional, pero me alegra que te haya gustado.
Termino de cepillarme el cabello que hoy cae lacio sobre mis hombros y arreglo mis aretes color azul lapislazuli con plata que me hice hace mucho para una ocasión especial. Thalia, se acerca a mí y me pone una corona de flores de muchos colores.
―Sé que te gusta el color, así que te hice este tocado, las flores son de cera pero funciona.
―Gracias ― le dijo emocionada.
Ella, toma el labial de su bolsa y me pide que voltee a verla ―sé que no usas maquillaje pero un poco de color en los labios no te caerá mal. Observo como sus grandes y preciosos ojos marrón se clavan en los míos negros mientras su boca hace muecas al aplicar la pintura― listo― murmura.
Me volteo a ver al espejo y sonrío. Ahora, si me veo como una novia lista para dar el gran paso ― no puedo creer que haré esto― murmuro― se ve irreal.
―Y Enrique está en verdad nervioso. Le confesó a Salvador que ayer apenas pudo dormir, tiene miedo de que algo suceda.
―Pero hemos hecho todo lo posible para que nadie se entere, incluso Salvador compró las alianzas para que no rastrearan la tarjeta de Enrique.
―Lo sé― responde Thalia ― pero Enrique jamás había llegado tan lejos― aclara― pero ahora lo hará contigo. Te casarás con él, es un buen hombre.
―Lo sé, lo sé.
―Y te ama.
―También lo amo.
―Entonces si hay amor, es lo único que importa ― me habla viéndome a los ojos.
Escuchamos que alguien toca la puerta de la habitación y sabemos que es Salvador anunciando que todo está listo. Tomo un respiro profundo y dejo que todos mis nervios se vayan.
―Vamos, que no quiero que Enrique muera de un infarto― bromeo.
Antes de salir, abrazo a Thalia tomándola por sorpresa― en verdad muchas gracias, te has vuelto una gran amiga para mí, una muy importante.
―No fue nada. Eres genial Izel, la mujer más segura, valiente y genial que conozco. Sé que Enrique está tomando la decisión adecuada.
―Espero que todo salga bien―respondo.
Me alejo de ella y tomo su mano ― venga, que el tiempo es oro y ya no aguanto la alegría ― me comenta.
Así, ambas caminamos hacia la puerta para salir de la habitación y comenzar a subir las escaleras que llevan al techo, donde sabemos que Enrique y Salvador nos están esperando. Cuando estamos a punto de llegar, veo en los escalones que han puesto pequeños ramos de rosas en floreros para adornar el camino. A lo lejos, veo las luces encendidas, esas que han puesto en el los postes que sostienen la manta color blanca donde, debajo, se encuentra la mesa donde el juez espera para el registro.
Thalia entra primero y cuando Salvador la ve, le hace una señal para que el guitarrista, que se contrató, empiece a tocar la melodía que me acompañará hacia el altar. Tan solo doy un paso al frente y salgo al techo, siento el aire frío sobre mi rostro que hace que mi nariz se ponga un poco roja y que mis manos se enfríen de inmediato.
Entonces, ahí está, a tan solo unos pasos de mí, Enrique, vestido con un traje de color vino y con una sonrisa que no puede esconder. Puedo ver como suspira, como su pecho se infla de orgullo y como juega con sus dedos nervioso al verme caminar. Sé que quiere que vuelve hacia él, que nos casemos de inmediato pero, si esta es la única boda que voy a tener, al menos quiero recordar cada detalle.
Cuando llego frente a él, Enrique me recibe tomando mi mano y siento como la suya está tibia, lo cual contrasta con la mía que se está helando ― ya estás aquí― me murmura.
―Lo estoy― respondo.
Enrique me da un beso en la mejilla ― te ves hermosa Izel, eres la novia más hembras que he visto en toda mi vida.
Me muerdo los labios mientras me sonrojo ― y tú eres el novio más guapo del mundo, me alegra que sea yo quién se casa contigo.
Enrique me toma fuerte de ambas manos, como si quisiera sentirme ahí, tangible, verdadera y me ve a los ojos para luego sonreírme. La música de la guitarra se termina y solo se escucha el viento y las personas pasando por la calle empedrada al lado del hotel.
―Estamos aquí reunidos para que Enrique de León y Izel Santa Cruz, se unan en matrimonio ― empieza el juez y los nervios comienzan a correr mi piel― en esta tarde de inverno, están aquí ambos para declarar su amor y unir sus vidas para ser uno solo.
Vemos a Salvador y a Thalia sonriendo mientras nosotros yacemos escuchado al juez. Nos habla del amor, de la responsabilidad, de lo que estamos a punto de hacer y de como él y yo debemos mantenernos juntos ante la vida, en todo momento y en todo lugar y él y yo solo podemos asentir de que estamos de acuerdo.
―Bien, es hora de intercambiar los votos y los anillos ― nos comenta.
Enrique voltea de inmediato hacia Salvador y toma un preciosa y delgada argolla que va perfectamente a combinación con mi anillo de compromiso. Él mirándome a los ojos habla ― Izel, te amo más allá de lo que mi corazón sabe, te amo más allá de la piel, de las etiquetas, de nuestros acentos y países. Te amo más allá de todos los obstáculos que podamos enfrentar y te amaré en lo bueno, en lo malo y lo peor. Soy valiente para amarte, valiente para defenderte y valiente para decirte que eres lo mejor que me ha pasado ― recita y me pone la argolla en el dedo para después darme un beso sobre el dorso de la mano.
Yo volteo a ver a Thalia y ella me entrega la argolla que debo ponerle a Enrique, la tomo entre mis dedos y luego lo miro a los ojos ― Enrique, vine a este país con un sueño, con una ilusión pero jamás pensando que encontraría el amor. De pronto, una noche lo vi en tus ojos y los sigo viendo hoy que estás conmigo, frente a mí, con esa sonrisa que me alegra el día y ese mirar que me da vida. Me ves, me sientes, me entiendes y me amas pero lo más importe, me haces felices. Del pasado turbio que tuviste, aquí llegó tu felicidad, y te prometo que lo seré hasta que la muerte nos diga, ya no más. Te amo.
Pongo la argolla en el dedo de Enrique y él al sentirla suspira ― Dios, que nervios― bromea.
―Muy bien. Después del intercambio de votos, les pido de favor que firmen los papeles y oficialmente quedarán casados.
Tomo la pluma entre mis dedos y con toda seguridad firmo mi nombre para después pasarle la pluma a Enrique que, enseguida, hace lo mismo pactando así su destino a mi lado. Salvador y Thalia firman después de nosotros y de pronto la felicidad invade mi cuerpo, se siente bien, muy bien y sin temor a equivocarme sé que Enrique es el hombre de mi vida.
―Bien, oficialmente los declaro marido y mujer… Ya puedes besar a la novia ― menciona el juez.
Enrique me toma de la cintura y me sonríe ― Está hecho, a partir de hoy compartimos un sola vida y es un placer vivirla a tu lado. Te voy a querer sin miedo, mi hermosa morena, mi mexicana linda.
―Soy tuya y tú todo mío, alma con alma, corazón con corazón. Te voy a querer sin miedo, mi español guapo.― Respondo para después sentir sus labios sobre los míos.