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#Túsísabesquererme
Enrique
Debo confesar que ser un hombre casado no se siente tan diferente que cuando era soltero. Pensé, que a la hora de firmar el acta, sentiría algún tipo de peso sobre mis hombros debido a la nueva responsabilidad adquirida, pero no, en realidad me siento en las nubes. Siento, que si no tuviera botas, o este pesado abrigo que hay sobre mis hombros, en este momento podría subir hasta cielo, tocar las nubes y si el viento quiere, volar; así de feliz me siento.
Así, con toda esta felicidad en mí, con una nueva actitud hacia la vida y con un futuro precioso delante de mí, me preparo para asistir a las últimas clases del semestre antes de presentar proyectos finales y después tomar un avión hacia México; el lugar que me dará la libertad tan buscada. Por lo que termino le doy los últimos toques a mi vestimenta de hoy para después tomar mi móvil y fijarme en la hora.
―Mierda, 10:45 am― murmuro al ver la pantalla de mi móvil.
Tomo el gorro de lana que me pondré entre día ya que no me he arreglado del cabello, cojo los libros sobre el escritorio, salgo de mi habitación para tomar el último sorbo de café y me dirijo hacia la salida. Entonces abro la puerta y me sorprendo al ver que mi madre se encuentra a punto de tocar el timbre. Cuando me ve, esboza esa sonrisa que me cala los huesos y que me hace sentir como si la desgracia y la calamidad hubiese caído sobre mí.
―Enrique, ¿tienes prisa? ― me pregunta, y sin que yo la invita a pasar, se abre paso entre la puerta y mi cuerpo, empujándome un poco al lado.
De inmediato tomo mi móvil, abro los mensajes y lo más rápido que puedo tecleo.
ENRIQUE
AMOR, MI MADRE HA LLEGADO AL PISO. NOS HAN DESCUBIERTO.
Y lo envío antes de que voltee. Observo cómo ella se pasea por todas partes, pasando sus dedos por los muebles y revisando la decoración que hay alrededor; supongo que viene buscando algo. Cierro la puerta del piso y me acerco al área donde merodea para esperar que que sus palabras venenosas salgan de su boca.
―Este piso está muy limpio, ¿supongo que la servidumbre sigue viniendo? ― me comenta.
―¿Ha que has venido, madre? ― respondo con una pregunta.
Mi madre termine de revisar los rincones de la sala para luego dejar su bolsa sobre la mesa de en medio y sentarse con las piernas cruzadas sobre el sofá. Después, me ve a los ojos y con la mano me pide que me siente en frente de ella.
―Estoy bien así ― me rehuso a sentarme ―¿qué es lo que buscas?
―Enrique, tú sabes a lo que vengo, no me hagas darte explicaciones porque solo de pensarlo me duele la cabeza. Sabes, no entiendo por qué siempre me haces lo mismo. Sabes lo que está prohibido para ti y aún así, tienes la osadía de hacerlo, provocándome enojos, desconciertos y sobre todo mucha, mucha decepción.
―Madre, aunque haga lo que tú ordenas… siempre te causo todo eso. No sé a que viene todo ese discurso si ya sabes lo que te espera.
Mi madre niega con la cabeza― no, no, hijo, tú, no sabes lo que te espera― suspira― mira Enrique, tu padre y yo te hemos dado todo, absolutamente todo. Desde pequeño tienes comida, casa, más dinero del que muchos de los muertos de hambre de allá afuera pueden contar. Tienes un piso para ti solo, una educación que todos envidiarían, no te hace falta absolutamente nada, y lo único, lo único ― recalca ― que tu padre y yo te pedimos, es que no te metas con gente que no es de tu estatus, ¿comprendes?
Mientras escucho ese pequeño discurso que sé muy bien donde va, cierro el puño en señal del coraje y la frustración que en este momento estoy sintiendo, sin embargo, antes de contraatacar necesito saber qué demonios es lo que desea.
―El estatus no lo es todo en la vida, madre― respondo.
―No, pero para ti si. Vete Enrique, si yo no tuviese estatus y tu padre tampoco, no serías la persona que eres ahora. Aún así, jamás no los agradeces y lo único que haces es ser el hijo engreído y maleducado que ninguna madre quiere tener.
Ella abre su bolsa, mete las manos y finalmente saca una cigarrera para tomar un cigarro y luego encenderlo con un elegante encendedor que tiene consigo desde hace mucho años. Cuando lanza la primera bocanada de humo, vuelve a dirigir su mirada hacia mí. Es momento de hablar, de decirme las razones por las que se encuentra aquí, y lo va a disfrutar porque sé que trae un castigo.
―Tengo que irme a clases…
―Tu hermana me dijo que te ibas a casar con una mexicana ― comenta.
―No me iba a casar madre, me casé― hablo seguro, procurando que el anillo se muestre en mi dedo.
―Lo supuse. Las tonterías forman parte de tu vida, así que vengo a arreglar esto de una vez por todas, aunque creo que tu “esposa” tardará un poco en llegar― me asegura.
―¿Cómo lo sabes?
―Porque lo sé. Como si no me conocieras Enrique, sabes y bien que lo sabes, que soy una mujer de armas tomar y que no me gusta que me vean la cara. Y mira, que me duele más que Salvador me haya escondido lo de tu boda clandestina pero como siempre, sé que está pasando a mi alrededor.
―¿Nuria te dijo dónde me casaría?
―No, Thalia es un poco bocafloja, y le comentó a su madre lo que estaba haciendo y bueno… el resto es historia. Aún así, lo iba a descubrir tarde o temprano y me alegro de que haya sido temprano, así pude hacer lo que tenía que hacer― habla, para volver a fumar un poco más del cigarro.
―¿Qué más puedes hacer madre?― pregunto en tono irónico― ya me has hecho de todo en esta vida, de todo, ¿qué otra calamidad pude pasar?
Mi madre se ríe bajito. Siento su mirada profunda sobre la mía y sus ojos grises volverse cada vez más obscuros. Mientras el intercambio de miradas se da, me percato que jamás he querido a mi madre, y que prácticamente si estoy cerca de ella es porque la sociedad me dice que debo estar.
―Izel se llama, ¿cierto? ― pregunta ignorando una vez más mi pregunta.
―Si ya lo sabes, ¿por qué me preguntas?
Sonríe ― Izel Santa Cruz, mexicana, becada… Dios Enrique, al menos Eira podía pagar la escuela completa y tenía dinero… era negra, pero bueno. Ahora con ésta te luciste, ni siquiera puede sostener una vida aquí.
―Deja de insultar a mi esposa, gracias. A ti no te importa si puede o no pagar lo que está estudiando, no es tu problema mamá.―Ella se ríe.
―Tu esposa, veamos cuánto te dura esto del amor… ¿cuánto fue la vez pasada?, ¿Cuatro días?
―Hubiese durado más si no hubieras intervenido― respondo firme.
―¡No hubiese durado nada Enrique!― exclama enojada ―¡Por el amor de Dios!
Mi madre se pone de pie y con el cigarro en la mano comienza a pasear por la sala―¿qué es lo que quieres con Izel?
―No vengo por esa mujer, vengo por ti. Eres mi hijo y no voy a dejar que lo arruines tu futuro, nuestro apellido y sobre todo, tu vida. Así que vengo a pedirte que tomes tus cosas porque nos vamos.
En ese preciso momento saco una carcajada tan fuerte y que siento que lo hago más por los nervios que porque me da en realidad risa ―¿tomar mis cosas? ― pregunto ―¿cómo un niño pequeño me llevarás a casa?
―Mira Enrique― habla― esta soy yo siendo buena, amable, teniendo la paciencia que me falta contigo, así que te recomiendo que lo tomes antes de que otra persona muy diferente te lo pida.
―Ya te dije, ¿qué podrías hacerme que no me hayas hecho? ― insisto.
Sin que yo lo espere la puerta del piso se abre e Izel y Thalia entran de inmediato, al ver a mi madre ambas se quedan de pie en la entrada de la sala. Mi madre lanza una sonrisa y fuma otro poco. Trato de tomar a Izel de la mano pero ella da dos pasos hacia adelante.
―¡Cómo se atreve!― le reclama―¡cómo se atreve a hacer esto!, ¿qué derecho tiene para quitarme mi beca?― le exige una respuesta.
Volteo a ver a Thalia y en ese momento ella asiente con la cabeza confirmando lo que Izel le está diciendo ― ¿Cómo? ― pregunto sorprendido.
Mi madre no hace nada, sigue sonriendo como si fuera un juego de niños. Izel se atreve a ir más adelante ―¡Contésteme!, ¡cómo se atreve a arruinar mi futuro!
―¡Cómo te atreves tú a arruinar el futuro de mi familia! ― le grita y mi madre le levanta la mano para pegarle una bofetada y de pronto la escena de Eira viene a mi mente, cuando mi madre le pegó tan fuerte que le hizo sangrar del labio.
Así, doy un paso hacia adelante y en el momento que voy a tomar la mano de mi madre, Izel levanta la suya y bloquea el golpe tomándola de la muñeca sin despegar su vista de la de ella ― póngame una mano encima, y será la última vez que la usará en su vida ― le habla firme, en un tono que no había escuchado ― ahora, Señora, o hablamos como gente civilizada o le juro, que no querrá meterse conmigo ― le amenaza, elevando la tensión en el lugar.