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Izel
Aprieto la muñeca de la madre de Enrique con fuerza y a mi mente viene ese episodio de hace años atrás cuando defendía a una de mis primas cuando su jefa quiso pegarle por haber roto un jarrón. Mis ojos negros se clavan en los suyos y puedo ver la mirada de desprecio en ellos.
—¡Suéltame! — me habla, con furia.
—La soltaré hasta que me hable al menos con un poco de respeto, si no, le juro que tengo la fuerza suficiente para destrozarle la muñeca.
Ella se queda en silencio y luego de tomar un respiro me dice — bien Izel, hablemos.
Puedo ver cómo le cuesta pronunciar mi nombre, incluso la frase entera, pero al menos logré mostrarle el tipo de persona que soy. Siento la mano de Enrique sobre mi espalda y al voltear le sonrío.
—¿Estás bien? — murmuro.
—Lo estoy— contesta.
Pastora Andrade, toma otro cigarro y lo prende echándome el humo en el rostro. No puedo creer que de esta señora haya salido un hombre como Enrique, de verdad, que es alguien despreciable solo de verle. Volteo a ver a Thalia, que sigue alejada de la situación pero observándola con detenimiento. Enrique le pide con un gesto que salga de ahí y, aunque ella se niega por un momento, decide que es mejor irse; momentos después escuchamos como cierra la puerta.
—Como se atreve a quitarme la beca, ¡cómo se atreve a mútese con mi futuro! — exclamo enojada.
—Madre, jamás pensé que caerías tan bajo… —habla Enrique en el mismo tono.
Pastora se ríe — ¿caer bajo?, por favor, ¿quién se casó con la ésta?, me extraña que no haya llegado en burro— se burla.
Enrique da un paso hacia delante y yo le pongo la mano sobre el abdomen y con la cabeza le digo que no haga nada, que estos insultos tan básicos no me hacen nada —no ha contestado mi pregunta, ¿por qué me quitó la beca?
—No eres tan inteligente, ¿cierto?, para tener una beca eres bastante tonta.
—¡Basta madre!, responde la pregunta— interviene Enrique de verdad molesto.
Ella se pone de pie y comienza a caminar por la sala. El humo del cigarro empieza a invadir el lugar y debo aceptar que me molesta bastante, pero no digo nada — hace rato me decías, qué es lo que yo podía hacerte que no fuera peor, o algo así— habla dirigiéndoselo a Enrique e ignorándome por completo.—Pues, hace mucho entendí Enrique, que tú no tienes arreglo, no es tu culpa, es mía, eso me pasa por dejarte con la servidumbre que agarraste este… gusto — y ahora si me ve a mí.
—Basta de juegos, habla — pide su hijo.
—Comprendí que si no vas a entender por las buenas, siempre entiendes por las malas. Debo admitir que Eira fue muy fácil, no me costó nada, pero ésta— y hace un ademán de desprecio hacia mí— salió más viva, y logró atraparte con una boda, así que moví mis contactos y me percaté de muchas cosas de ella. Izel Santa Cruz, becada, becada también en su escuela de México, sus padres viven en un mugroso lugar que no quiero ni puedo pronunciar, y otros detalles tontos que leí en su expediente y yo se lo quité todo.
—¿Le hizo algo a mis padres? — defiendo.
Pastora se ríe, lo hace en tono de burla que me hierve la sangre, pero sé que debo controlarme lo más que pueda para no caer en la tentación de romperle la mano — claro que no, pero tú si les harás mucho daño, cuando regreses a México y les digas que su hija por andar de caza fortunas perdió su intercambio y la expulsaron de su escuela.
—¡Qué!— pregunto sorprendida al escuchar esa parte.
Enrique voltea a verme y luego dirige su mirada hacia su madre —¿Qué demonios fue lo que hiciste?
—Lo que tenía que hacer para arreglar, como siempre, el desastre que provocas Enrique — comenta enojada— tu padre y yo como siempre estamos decepcionados, pero sabemos que no es tu culpa, así que tomes las medidas necesarias para sacarte de esto.
—Te equivocas madre, Izel no es como Eira— habla seguro mi esposo — y estoy seguro que lo que siente por mí va mas a allá de cualquier amenaza que puedas hacerle.
—¿En serio?, bueno, pues ya veremos cuanto te ama—Pastora vuelve a verme y con su mirada profunda recorre mi cuerpo de pies a cabeza para clavarse en mis ojos — si te quedas aquí, no voy a descansar hasta hundirte en la mierda de donde viniste. Perderás todo, absolutamente todo y siempre te acordarás de mí, todos los mugrosos días que vivas.
—No— murmura Enrique.
—Pero, si te vas en este momento de aquí, no solo recuperas lo que todo tu esfuerzo te ha dado, si no que tu otra escuela jamás sabrá lo que pasó y podrás graduarte y hacer de tu vida lo que se te pegue la gana.
—¿Cree que eso es un trato para mí? — pregunto sorprendida— ¿qué eso me va hacer irme de aquí?, me subestima señora. Porque no me iré, me quedaré al lado de mi marido como lo prometí hace días atrás.
Pastora sonríe — no estoy bromeado Izel…
—Y menos yo — respondo — si hizo todo esto para que yo me asustara y saliera huyendo hacia otro lugar, entonces lo siento por su esfuerzo — tomo la mano de Enrique y la aprieto con fuerza — porque no me iré, mi lugar es al lado del hombre que amo y eso, usted no podrá evitarlo.
Pastora toma su bolsa con fuerza y luego se acerca a mí intimidándome con el cuerpo — te has ganado un enemigo fuerte hoy, Izel.
Aprieto la mano de Enrique con fuerza — usted también.
La señora voltea a ver a su hijo — Pronto sabrás de mí.
Ambos vemos como la señora camina a paso firme hacia la puerta, sus tacones se sienten como dos grandes picos encajándose sobre la madera y haciendo un ruido tan molesto que me hace cerrar los ojos. Cuando el portazo nos anuncia que se ha ido. Enrique voltea a verme con una rostro que es una mezcla entre vergüenza y tristeza.
—¿Estás bien? — me pregunta.
Asiento con la cabeza y aún con el coraje corriendo por todo mi cuerpo, cierro los puños para poder sobrellevarlo y no soltarme a llorar ahí mismo. Sabía que la madre de Enrique era cruel, sabía que la hermana podría arruinarlo todo, pero jamás pensé que pudiese hacer tanto como lo hizo conmigo.
Él me abraza con fuerza y yo hundo mi rostro sobre su pecho — lo siento tanto, amor, no pensé que pudiese hacer eso, nunca pensé que actuara de esa forma. Él se despega de mi y me ve a los ojos — si te quedas, vas a pederlo todo Izel, todo el esfuerzo que has hecho para llegar hasta acá.
—Me dolería más perderte a ti— respondo, sin despegar mi mirada— esos solo son papeles y cosas, pero tú, eres el hombre que amo y pase lo que pase, te juro que me quedaré contigo.
Enrique suspira — entonces, vámonos…
—¿Qué?
—Si ya hemos perdido todo, vámonos de aquí. Hagamos nuestras maletas ahora mismo y vámonos de aquí… a México, a ese lugar tan mágico del que me platicas. Seamos felices allá lejos de todo esto y empecemos desde cero, ¿qué te parece?
Puedo ver en sus ojos toda esa esperanza que sobrepasa al miedo y al dolor. Enrique no está dispuesto a rendirse, pudo haberme pedido que me fuera y me alejara de él, pero se aferra a mí como yo me estoy aferrando a él. Soy una mujer fuerte, inteligente, aguerrida, podemos empezar de cero, podemos irnos.
—Está bien— murmuro— vayámonos lo más pronto posible de aquí — accedo, haciendo que él me regale una sonrisa que jamás voy a olvidar.
—¡Hagámoslo!, huyamos de aquí— recita, para después darme un beso lleno de felicidad.