CAPÍTULO 37: Recuerda quien eres

1605 Palabras
Registrada en SAFE CREATIVE Bajo el código: 2011045801413 TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS © Izel -Tepoztlán, México- Sigo viendo atenta los papeles que Enrique mi mandó sin poderlo creer. Leo una y otra vez la carta, imagino sus palabras con ese acento español tan bonito que tiene, y acaricio la hoja como si fuera su piel. Lo extraño tanto, lo amo tanto y ahora, el único vínculo que tenemos es nuestro amor y nada más, ya ni siquiera soy su mujer. Después de que se fueron los abogados del restaurante, tuve que salir de ahí, alejarme de todos para en alguna forma poder llorar y desahogarme de todo lo que había pasado. Mi matrimonio con Enrique había durado un fin de semana y terminado un mes después con la noticia de que debía divorciarse de mí para volver a casarse con Carolina, la indicada. Sin embargo, él se las había arreglado para explicarme todo y darme el dinero para construir mi sueño, si ahora supiese que éste ha cambiado y lo único que quiero es estar junto a él, crecer juntos, amarnos, y olvidarnos de todos, encontrar nuestro rincón escondido y quedarnos los dos juntos, para siempre. Ahora me encuentro sola aquí, en casa de mis padres, fingiendo que estoy bien cuando, en realidad, estoy muy mal y necesito el consejo de alguien para saber cuál es el siguiente paso. Irme a España es luchar por Enrique pero, también me da miedo que sea la última vez que vea a mi familia, porque, ¿qué tal si la madre de Enrique hace algo y no puedo regresar?, no me lo perdonaría nunca; necesito ayuda. Así, tomo una taza de café de olla, me envuelvo en una de las mantas de algodón y me salgo a la terraza de la casa. Hoy, la luna está llena, el cielo brilla como nunca y al fondo, iluminado tenuemente se encuentra el Cerro del Tepozteco en todo su esplendor, haciéndome compañía. —Ojalá fuera igual de valiente que tú, Tepoztécatl— murmuro, para luego darle un sorbo al café. —¿Mija?— escucho la voz de mi madre y, al voltear, la veo salir por las puertas de la terraza—¡Dios mío, Izel!, me tenías sumamente preocupada. Te saliste del restaurante y ya no regresaste, ni siquiera tus tíos te vieron, ¿qué pasó? Volteo a ver a mi madre, de ojos brillantes y cansados, esa piel morena, de manos grandes que amasan muy bien la masa para las tortillas de maíz y su preciosa y larga trenza sobre su hombre izquierdo. Mi madre, esa mujer fuerte que siempre ha luchado, que no sabe rendirse, que ha sobrevivido las tragedias y las penumbras me ve directo a los ojos. —Ya no puedo mentirte más— le comento. —¿Mentirme?— pregunta. Le invito a que se siente en una de las bancas de adobe que hay en la terraza y ella lo hace de inmediato. Se cubre bien los hombros con el grueso reboso n***o con hilos dorados, su favorito, para que el frío no le dé en la espalda. A lo lejos escuchamos a los grillos que cantan felices porque ya es de noche. —Ma, no te he contado todo lo que ha pasado en Madrid— pronuncio. Ella se toma el final de la trenza y comienza a jugar nerviosa—¡Ay, vamos mija!, ¡me preocupas!, ¡qué pues!— me incita. Tomo un suspiro. Meto la mano por debajo de la manta tejida de algodón y meto las manos a mi pantalón para sacar una cadena de plata con los dos anillos que me dio Enrique al casarnos. —Me casé— confieso. —¡Ay Virgen de Guadalupe!, ¡cómo que te casaste! —Sí, me enamoré de un hombre, se llama Enrique de León, es… —sonrío— el hombre más tierno, bueno y lindo que hay. Nos casamos justo el fin de semana anterior a que regresara a México. —¡Ay bendito!, pero, ¿cómo?, y ¿dónde está?— pregunta con desesperación y, la entiendo, yo también estaría igual. Volteo a ver hacia el jardín, ese tan grande que parece que toca las faldas del cerro y sin poder evitarlo me pongo a llorar —¡Ay Mija!, pero, ¿qué te pasa?— y se pone de pie para ir a mi lado y abrazarme. —Su madre nos separó — murmuro— su madre no aceptó nuestra relación y, cuando veníamos los dos para acá, lo bajó del avión y… — trato de explicar, recordando el momento— Enrique me ama como soy pero, su familia no, por eso nos casamos en secreto para que no pudiesen separarnos pero, el destino lo quiso así. —Por Dios, mija— habla mi madre y me aprieta con fuerza— ¿por qué no nos dijiste? —Es que ni yo sabía qué hacer. Lo esperé un mes y hoy por la mañana vinieron esos abogados al restaurante y me hicieron firmar el divorcio. —¡Qué!, sin darte la cara—expresa—¡cobarde!, es un… —No ma, lo obligaron, si por el fuera ya se hubiese venido para acá. Teníamos esta fantasía de vivir en una pequeña casa, con vista al cerro y con un jardín para sembrar flores. Ahora él debe casarse con Carolina “no sé qué” y yo… —¡Ay, mi Izel!— me consuela mi mamá— no sabes lo que daría con tal de que no sintieras tanto dolor. Que pudiese absorberlo por tí. Me refugio en los brazos, fuertes, de mi madre y sigo llorando hasta que siento que los pulmones ya no dan más. Traté de ser fuerte, de defenderme, de no dejar que esto me afectara pero, al parecer, antes de poder tomar acciones necesitas tocar fondo. Cuando dejo de llorar, mi madre me limpia las lágrimas con su rebozo, y me tomo el rostro para verme a los ojos. —Y, ¿qué vas a hacer? — me pregunta. Suspiro—me llegó una carta de una amiga, Thalia Barceló, ella me está ofreciendo la oportunidad de que vaya a Madrid a trabajar con ella en su marca de ropa. Enrique, me dio el dinero que necesito para ir. —¡Pues ahí está!, vete, ¡qué haces aquí!— me alienta. —Pero… me da miedo— agrego. Mi madre se aleja y con un rostro de sorpresa, me dice— ¿Miedo?, ¿y eso por qué? —Porque, he visto el poder de la madre de Enrique, mamá, y me da miedo que haga algo que pueda perjudicarlos a ti, a papá, a mi hermano. No quiero que por mi culpa pierdan todo por lo que han trabajando durante años. —¡Ah chinga! Y, ¿por qué habríamos de perderlo?, ¿pues qué poder tiene esa mujer?, ¡ni que fuera el mismísimo Creador!— y al decir eso da una mirada hacia el cielo.—No tengas miedo, mija, vete. —¿En serio? — pregunto, aún con lágrimas en los ojos. —Vete, allá está ese hombre que amas, vete pa’ que estés cerca de él, pa’ que le demuestres a esa señora que eres mija, fuerte, decidida, luchona. Mira Izel, que yo no te eduqué para que te dejaras vencer tan pronto. —Pero, ¿y ustedes?, ¿qué pasa si no los puedo volver a ver en mucho tiempo?, ¿si les hace algo? —¡Nombre!, esa señora no nos hará nada… te lo juro. Y si no puedes volver en un tiempo, pues así son las cosas— mi madre suspira y acaricia la punta de mi cabello, que en este momento traigo suelto y reposando sobre mis hombros— Izel, yo te crié para que respetaras a la familia, para que fuéramos unidos pero, también te crié para que fueras una mujer libre, dueña de tus decisiones. Tú tienes lo que yo siempre quise y debes aprovecharlo. Si tu destino es vivir allá en España, pus vete pa’ allá, toma el sartén por el mango y cumple tus sueños. Nosotros vamos a estar bien, te vamos a apoyar. —¡Ay mamá!— expreso y vuelvo a llorar. —No me debes nada, Izel, no porque te vas pienses que me estás faltado al respeto o estás siendo malcriada, no, al contrario — acaricia mi rostro— sueña por mi, ve todo por mí, hazme orgullosa hija mía. Solo te voy a pedir una cosa. —La que quieras. —Jamás, óyeme, jamás olvides quién eres, o de donde vienes. Acuérdate de mi, de tu padre, de tu familia… de este lugar. Llévanos como escudo de protección y siempre recuerda, eres bienvenida aquí, en casa de tus papás, así triunfes o fracases, aquí tienes a tu gente—mi madre me cuelga la cadena con los anillos y los ve—ve por él, si sabes que es el indicado, vete. Asiento con la cabeza y la abrazo —no más me das tu bendición, porque creo que la voy a necesitar—mi madre se separa de mí y me hace la señal de la cruz en el rostro, yo tomo su mano y la beso— te amo, mamá. Te juro que jamás olvidaré quién soy. —Más te vale… si no iré hasta allá donde estés y te lo recordaré. Ahora a volar paloma, que naciste libre, ve y recupera lo que por corazón te pertenece— finaliza. Haciendo que mi sonrisa vuelva al rostro.
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