CAPÍTULO 51: Te necesito

1464 Palabras
Tú si sabes quererme© Safe Creative Código 2109289374098 Enrique -Madrid- Ha pasado tiempo desde la última vez que vi a Izel, pero hoy por fin llegó el día. Mi padre, cada vez está mas enfermo, por lo que ya le es imposible viajar, así que ahora soy yo quien se mueve por todas partes y finalmente he llegado a Madrid, donde vengo a cerrar unos negocios y, principalmente, a verla a ella. No sé como reaccione ante mi presencia. Desde la vez del taller ni siquiera he podido hablar por móvil con ella, ya que la situación está tensa aún entre mi madre y yo, y siento que me espían por todas partes. Además, no tengo ni idea de como decirle a Izel que Carolina está enferma y, que el plan que tenía reservado para ella, ha fallado. Entonces, después de pasar todo el día encerrado en salas de juntas y entre desayunos y comidas, es momento de ir al piso de Izel, ese que le he regalado y que, según lo que me ha dicho Thalia, ocupa poco ya que se la mayoría del tiempo se la pasa en el taller trabajando; supongo que es su forma de lidiar con lo que sucede a nuestro alrededor. Así, entro al precioso edificio ubicado cerca del Retiro, cuyo fachada antigua parezca la casa de una artista; lo que Izel es para mí. Después de saludar al portero, subo el recién remodelado elevador y, al salir, camino por el pasillo hacia la puerta con el 6B, el lugar donde en este momento reside. Toco la puerta, me arreglo la corbata, ya que traigo un traje gris oxford, debido a las juntas que he tenido. Sin embargo, no veo respuesta alguna, por lo que golpeo la puerta con tiendo dos veces más para esperar una respuesta. ¿Qué pasa?, Thalia me comentó que Izel estaría aquí, pienso, mientras vuelvo a tocar otra vez. ⎯¿Izel? ⎯ pregunto su nombre, pegando mi boca a la madera ⎯¿estás por ahí? Pero el silencio es lo único que me responde. Así, de pronto, escucho como algo se cae detrás de mí, y, al voltear, veo a Izel al fondo del pasillo, con las manos sobre la boca expresando sorpresa, y las compras de víveres regados sobre el suelo. Nos quedamos unos momentos viéndonos a los ojos, como si ambos creyéramos que somos espejismos del otro o posiblemente una alucinación. ⎯Izel ⎯ pronuncio su nombre, casi en un murmullo. Ella corre hacia mí, y salta sobre mis brazos. La cargo, ella enreda sus piernas sobre mis caderas y comienza a besarme mientras las lágrimas corren por sus mejillas ⎯eres tú, eres tú ⎯ repite, mientras sus labios pasan por los míos, por mi frente, mi nariz, mis mejillas ⎯eres tú, regresaste. ⎯Soy yo ⎯ respondo. Ella se detiene por unos segundos y me ve a los ojos ⎯ no tienes idea cuánto esperé por este momento ⎯ confiesa, para una vez más desbordarse a besos sobre mis labios ⎯ te amo, te amo… ⎯ me repite. ⎯Yo te amo más ⎯ hablo bajito, porque solo quiero que ella me escuche. Izel deja de besarme y me abraza, se pega a mí como si no quisiera dejarme ir. Mi cuerpo recargado sobre la puerta, la carga recordando todo de ella, su peso ligero, su delicioso aroma, su piel tersa y esos labios carnosos que solo quiero besar. ⎯¿Entramos? ⎯ le pregunto. Ella asiente, para luego bajar los pies sobre el suelo y tocar mi mejilla ⎯Eres real ⎯ pronuncia. ⎯Lo soy, soy muy real. Izel saca las llaves de la puerta para, con las manos temblando, insertarlas en el picaporte y abrir la puerta que nos da paso extenso y vacío piso. Puedo ver que, a pesar de que le dije a Salvador que le comprara todo lo necesario, Izel solo compró lo que ella consideraba necesario y nada más. En la sala, solo había unos sofás sencillos de tela verde olivo, en la cocina un comedor para dos personas con un ramo de flores blancas en un jarrón. En lo que parecía un pequeño salón, una mesa de dibujo que cientos de materiales, bosquejos y pinturas y finalmente, la habitación, tenía una cama matrimonial un poco desarreglada. Yo, le compré este piso para que lo hiciera su hogar pero, al parecer, aún no había encontrado como. La puerta se cerró detrás de mí. Yo dejé las bolsas sobre la barra de la cocina, para luego ir hacia ella y detenerme de frente. Sus hermosos ojos negros brillan, y sin darme tiempo de decirle algo besa mis labios con unas ganas acumuladas por tanto tiempo. Sus manos viajan hacia mi saco y, en un movimiento, lo quita dejándolo caer sobre el suelo de madera. ⎯Te necesito ⎯ me murmura ⎯ te necesito ahora. Como si me hubiese dado las palabras secretas para abrir la caja del deseo. Me ato a los labios de ella con una pasión desmedida que eriza mi piel. Mis manos, inmediatamente viajan hacia sus ropas y, con facilidad, las quito, no, las arranco de su cuerpo desnudándola por completo en medio de la sala. Para esos momentos, Izel ya me ha quitado parte de la ropa, y sus labios no se han separado de los míos en ningún momento. Nos vemos a los ojos, ya nos hemos reconocido, ya no somos esos espejismos, somos ella y yo y nada más. La cargo entre mis brazos y siento que en tres pasos llego a esa cama distendida, la recuesto con cuidado aunque mis labios ya empiezan a besarla en otras partes del cuerpo que no sea su boca. La respiración de Izel comienza a agitarse y yo solo puedo seguir complaciéndola con mi tacto. ⎯Hazme el amor ⎯ me pide ⎯házmelo ya. Izel sabe que no tiene que pedírmelo, pero aún así seguiré sus órdenes y haré realidad sus deseos porque estos también son míos. En un movimiento, deslizo mis manos hacía la última prenda de ropa que todavía hay en mí, y cuando estoy completamente desnudo, entre en ella haciéndonos a ambos gemir. La ventana que da al pequeño balcón está abierta, pero no me importa que me escuchen hacerle el amor a la mujer que amo con locura. Ha pasado tanto tiempo ya desde la última vez que la tengo entre mis brazos y de nuevo, por algunas horas, la tengo para mí y nada más que para mi. Comienzo a hacer el amor a Izel de forma lenta, disfrutando de cada sensación que corre por mi cuerpo, de esa visión de ella excitada, cogiendo las sábanas con los puños, mientras su cuerpo se arquea ligeramente hacia arriba disfrutando de todo lo que le doy. Trato de mantener los ojos abiertos para recordar esto, para dejarlo en mi memoria y vivirlo una y otra vez cuando, de nuevo, estemos separados. Así, mis labios bajan a sus pechos, y beso esa piel canela que me vuelve loco desde la primera vez que la vi. Sus manos juegan con mi cabello rizado mientras yo me deleito con ella como si fuera un delicioso platillo que hace tanto tiempo no pruebo. ⎯Te amo, te extraño ⎯ me dice entre gemidos, mientras veo como su piel se transforma al erizarse con el primer orgasmo que yo también siento. No le respondo pero, me acerco a su cuello y lo beso, mientras mis movimientos siguen provocándonos ese placer que tanto añoramos. Verla así, tan feliz, tan excitada, tan entregada, me hace sentir el hombre más afortunado del mundo y sobre todo, no quepo de la alegría al sentirla tan cerca de mí. Memorizo todo de Izel, su cabello n***o, sus preciosos ojos, su piel, sus labios rojos. Esa expresión de placer, la manera en como huele y como me toca y, sobre todo, como disfruta, nadie lo hace como ella. Entre besos, murmullos, te amos y caricias, ambos llegamos al máximo placer, haciendo que el gemido más alto haga eco sobre las paredes de esta solitaria habitación. Después, caemos rendidos, cuerpo a cuerpo, sintiendo los corazones latiendo desesperados; solo hay amor en esta habitación. ⎯Dime que te quedarás ⎯ me murmura, acariciando mi cabello, mientras mi rostro está sobre su pecho ⎯ dime que te quedarás al menos esta noche. No te vayas, te necesito. Paso saliva, su tono lleno de nostalgia me hace sentir el peor hombre del mundo pero, sí, debo quedarme esta noche porque hay mucho que conversar, mucho que ella debe saber antes de que regrese a Euskadi. ⎯Me quedo ⎯ hablo, y levanto el rostro para ver sus bellos ojos ⎯ yo también te necesito ⎯ pronuncio, y esta frase no es más que la pura verdad… la necesito, la necesito siempre.
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