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Izel
Levantó la mirada y de pronto vuelvo a ver a ese hombre de ojos bonitos en frente de mí. Me levanto un poco mareada después del golpe y volteo a mi alrededor para ver todo el desastre que se ha armado.
―¿Izel?, ¿estás bien? ― me vuelve a preguntar con esa voz tan melodiosa qué tiene.
―Creo que si― respondo mientras todo me sigue dando vueltas. En seguida veo que mi cena está sucia y aplastada de bajo de su pierna―¡Ay no!, mi cena de cinco euros― murmuro.
Enrique levanta la pierna y ve sus pantalones manchados de la comida― los acababan de lavar― expresa.
―¿Eso te preocupa? ― pregunto un poco molesta―¿por qué no te hiciste al lado?, te estuve tocando la campanilla y diciéndote: a un lado, a un lado, y no fuiste para moverte.
―Y, ¿por qué no me esquivaste?
―¡Lo hice! Pero resulta ser que no vi el tubo que había al lado.
Enrique voltea y ve un tubo amarillo que ahora tiene la marca de la rueda de la bicicleta. Sin poderse contener, comienza a reírse haciendo que todos volteen a vernos.
―¿De qué te ríes? ― pregunto.
―No sé, no sé ― dice entre risas y luego sigue riendo sin parar― hubieras visto tu cuerpo volar y…― Enrique no puede contener la risa y yo solamente me pongo de pie para ir guardando las latas de comida, el papel de baño y todo lo que se puede recuperar.
―No es chistoso ― respondo cuando veo en la bolsa de tela completamente rota y con ella tomo mi cena, la envuelvo para tirarla al basurero más cercano, después camino lejos de él.
Enrique se da cuenta de que no me estoy riendo con él así que para de inmediato y se pone de pie ―oye, oye, oye, no te vayas ― me dice y me toma del brazo y nuestras miradas se vuelve a cruzar ― lo siento, mi intención no es burlarme solo…―levanto la ceja― fue chistoso― murmura.
―Me agrada que te haya causado gracia, ahora si me disculpas debo regresar a casa y ver que cenaré ya que parte de mi comida está sobre tu pantalón.
Me zafo de se brazo y comienzo a caminar. Él corre hacía mi y se pone delante mío impidiéndome el paso ―espera, no te vayas.
―Sí que eres insistente, ves como tengo razón, te lo dije en la mañana y te lo digo ahora.
―Te invito a cenar― habla ignorando mi comentario.
Esbozo una ligera sonrisa y entrecierro los ojos porque no tengo idea de que lo que está pasando ―¿Cenar?
―Sí, a cenar. Mi piso está cerca y podemos pedir algo de cenar y…
―¿Piso?― pregunto.
―Sí, piso… ¿el lugar donde vivo?, ¿en un edificio?
―¡Ah! No, no, no, no…iremos a tu departamento, me “invitas a cenar” y luego me pedirás que me quite los zapatos y una cosa llevará a otra, no señor, yo no caigo en esos juegos.
―¿Quitarte los zapatos? ― pregunta y hace un ruido raro como si empezara a reír de nuevo ―¿de qué hablas mujer?
Apenada, me muevo el mechón de mi cabello hacia atrás de la oreja y me muerdo los labios ― mi papá decía que si iba a casa de un chico no me quitara los zapatos porque la demás ropa sale más rápido.
Ahora, es Enrique quien levanta ambas cejas y me sonríe ― Izel, yo sólo quiero invitarte a cenar. Mi intención es recompensarte por arruinar tu cena y hacer que te estrellaras y salieras volando, no para otra cosa más. Anda, es más, yo te haré de cenar.
―¿Tú?, ¿hacerme de cenar? ― pregunto y él asiente emocionado.
―Sí, ¿por qué no?, aunque no creas soy bastante bueno. Después te traigo de regreso a tu habitación y te prometo que tendrás toda tu ropa sobre ti y los zapatos también.
Mis ojos se clavan en la mirada de Enrique. Hay algo que me encanta de ella, es tierna, sincera, transparente y, aunque sé que es un mujeriego y fiestero sin remedio, me agrada.
―Ok, vamos, pero sólo a cenar, mañana tengo que despertarme muy temprano para ir a clases y no quiero desvelarme― hablo levantando la bicicleta.
―Prometido― responde y luego me ayuda a cargar las latas y el papel― ven, es por aquí sólo son unas cuadras.
Ambos caminamos en silencio por la acera mientras escuchamos las conversaciones de la gente que pasa al lado de nosotros y sentimos el viento fresco de finales del verano. Los hermosos árboles de la avenida se mezclan con las farolas que apenas nos alumbran al caminar y más arriba se pueden notar las estrellas. Al parecer, la noche de hoy está perfecta para caminar y disfrutar y no para estar encerrada en una habitación de cuatro paredes leyendo el libro de “Técnicas del metal: Esmalte, cincelado, engastado y monturas”.
―Es en aquel edificio― me dice y señala con la cabeza una estructura muy bonita con una puerta de madera protegida por una reja de color n***o.
―Se ve muy colonial― murmuro.
―Supongo― responde, creo que no tiene ni idea de lo que le estoy diciendo.
Llegando al edificio, la reja se abre automáticamente y luego un guardía abre la puerta, él lo saluda con mucho esmero. Enrique le regresa el saludo y me presenta para que yo lo haga por igual. Después nos dirigimos al elevador y ambos subimos ― presiona el último― me dice y yo presiono el botón con le número quince encima.
Las puertas se cierran y el elevador comienza a subir. Volteo a verlo y él me sonríe ―prometo que será la mejor cena que probarás en tu vida.
―Espero― respondo y luego volteo a ver al frente.
Las puertas del elevador se abren y lo sigo por el corredor hasta que llegamos a la puerta de su casa y él se acerca a mi ―¿crees que puedas sacar la llave del pantalón?, no tengo manos libres para hacerlo, ¿por favor?― me pregunta con una sonrisa simpática en los labios.
Me muerdo el labio inferior y después de poner mi mechón detrás de la oreja meto la mano con cuidado a su bolsa y saco la llave. Se la muestro.
―Ahora abre, cuando suene un click empuja la puerta.
Meto la llave en el cerrojo y al escuchar el click, empujo la puerta y las luces se encienden inmediatamente mostrándome el interior. El departamento de Enrique me da la bienvenida con un precioso recibidor, piso de madera que huele a recién pulida, una sala con comedor, balcones detrás de vénganles y una cocina amplia.
―Después de usted ― me murmura al oído haciendo que toda mi piel se erice― deja la bicicleta en el recibidor.
Avanzo hacia el recibidor y él entra haciendo las otras luces del lugar se enciendan. El lugar se ve bastante ordenado y limpio y cuando él abre el balcón principal de la sala camino hacia él para ver el paisaje.
―¿Te gusta? ― me pregunta.
―Es lindo.
―¿Ves esas luces que están allá? ― me pregunta y señala unas hacia el fondo.
―Sí.
―Allá está la universidad.
―¡Ah!― respondo y luego siento su cuerpo detrás del mío. No sé porque este hombre siempre trata algo conmigo cuando ni siquiera me conoce. Admito que es guapo, que su respiración y voz melodiosa me hechiza y me ponen nerviosa y por breves instantes me dejo llevar por eso. Sin embargo, recuerdo que mi objetivo aquí es sacar el mejor aprovechamiento de la escuela y no para andar ‘noviando’ por ahí. Me muevo a un lado y lo veo a los ojos―¿dijiste que sabes cocinar?
―¡Ah!, sí, sí… la mejor cena de tu vida― repite y se da la vuelta para volver a entrar hacia el departamento. Yo lo sigo.
―Es muy bonito este lugar.
―Lo sé― habla mientras toma dos copas de vino y una botella― tiene dos habitaciones, tres baños, sala, comedor, recibidor, balcones y está cerca de todo.
―Tal vez debas dedicarte a las bienes raíces ― respondo y él sonríe. Luego camina hacia mí y me entrega una copa vacía para llenarla con vino tinto. Luego llena la suya y cuando sobre un poco regresa a mi copa ―las gotas de la felicidad ― murmura y viéndome a los ojos deja caer cuatro gotas sobre mi copa. La deja a un lado sobre la mesa y levanta la suya ― ¿brindamos por algo?
―¿Por qué quieres brindar?― le pregunto.
―Porque salgas de aquí con los zapatos puestos― bromea y esta vez admito que me hace reír un poco, al parecer no puede superarlo.
Después de chocar las copas, tomamos un sorbo cada quien y siento el sabor del vino sobre mi garganta y hago una mueca que le hace reír ― es un poco fuerte― admito.
―Lo siento, me gusta el vino así, pero puedo darte también un poco de agua si quieres.
―No, está bien… me gusta probar cosas nuevas.
―Vale, entonces, ponte cómoda que yo te haré la mejor tortilla de patatas que has probado en España ― me dice seguro y luego se da la vuelta para dirigirse a la amplia cocina que tiene en frente y comenzar a sacar los ingredientes.
Yo observo el departamento con la copa de vino sobre mis manos y de vez en cuando tomo sorbos para irme acostumbrando al sabor. Se nota que Enrique es un hombre con dinero pero bastante sencillo. Su departamento a pesar de ser grande y con muy buen gusto, no es para nada ostentoso y no tiene mucha decoración, sólo uno que otro cuadro en la pared y un librero con libros y figurillas.
―Tú y yo hemos tenido encuentros accidentados últimamente ¿no crees? ― me pregunta y yo salgo de m trance para voltear a verlo.
―Pues tal vez si dejarás de andar siempre en las nubes o tomándome por sorpresa, no serían así― respondo.
―¿Dices que es mi culpa la patada en la ingle y el accidente de la bicicleta?
―Así es― hablo seguro mientras camino hacia la cocina donde él está pelando las papas y con mucha concentración ― creo que deberías andar con más cuidado. La próxima vez puede que tus actos te lleven a consecuencias que no se puedan revertir.
―¿Estás diciendo que soy un peligro para la gente que anda allá afuera o sólo para ti?― me pregunta coqueto y yo sonrío.
Observo como él parte las papas de una manera magistral y no sé si en realidad lo está haciendo para presumir o él sabe justo lo que está haciendo. Veo cómo saca el aceite de oliva, la sal y la pimienta y murmura unas palabras como si estuviera recordando algo.
―Si te digo la verdad, no te ves como un hombre que cocine o haga cosas del hogar― le comento.
―Y, ¿cómo qué tipo de hombre me veo?― me responde echando las papayas al sartén.
Lo observo con atención y él toma su copa de vino y le da un sorbo. Debo admitir que esa camisa se le ve genial sobre tofo ahora que se ha desabrochado parte de los botones del cuello y arremangado las mangas para poder cocinar mejor.
―Pues― inicio la frase ― te ves como esos hombres que entran a un lugar y llaman la atención de todos. Como, ya sabes, de esos que salen en los comerciales de perfume al lado de las modelos bien vestidas y elegantes, saludando a todos y sonriendo.
―¡Vaya!, eso no lo esperaba― me dice entre risas leves.
―¿Qué pensabas que diría?
―Pues, no sé, un hombre insistente e insoportable.
―Jamás dije que fueras insoportable, no pongas palabras en mi boca. Sí, eres insistente pero sólo es un defecto de todas las cualidades que sé conservas dentro de ti.
―¡Ser insistente es un defecto!, sí que aprendo cosas nuevas sobre mi persona contigo Izel― me dice entre risas mientras sigue cocinado―¿algún otro defecto que veas en mí?
Lo veo directo a los ojos y después de un segundo hablo ― creo que estás triste y lo escondes bajo ese porte coqueto y esa actitud desaliñada de que nada pasa, pero en realidad pasa todo.
De pronto Enrique suelta el sartén quemándose la mano y la torta de papanatas se caer sobre el suelo ―¡mierda! ― exclama y yo de inmediato voy hacia él para ayudarle.
―¿Estás bien?― pregunto asustada.
―Sí, sólo me distraje un momento y…― voltea a su lado y ve como la torta de patatas yace desparramada por todos lados.
Yo inmediatamente me pongo de pie para abrir el congelador y sacar un cubo de hielo, lo envuelvo en un trapo de tela y vuelvo a él para ponerlo sobre su mano.
―Esto te bajará el ardor ― le murmuro y de nuevo nuestras miradas se junta haciendo que todo a nuestro alrededor desaparezca. Con mi mano comienzo a curar la palma de la mano y él con la mano que tiene libre pone mi mechón de cabello detrás de la oreja.
―Creo que arruiné la mejor cena de tu vida― me murmura y yo me río bajito― mi plan era hacerte la mejor torta de patatas que hayas probado.
―La única que habría probado― respondo y él se muerde el labio.
―En verdad eres única― me murmura mientras su labios están cerca de los míos.
Dejo de pasar el hielo sobre la palma de su mano y cierro los ojos al sentir su respiración cerca de mi cuello ― Enrique― murmuro sintiendo todos los nervios sobre mi cuerpo.
―Lo sé, me dirás que no lo intente ― me murmura para luego darme un beso sobre la mejilla ― pero creo que mi defecto más grande no me deja. Él mueve el cabello que cubre mi rostro con un roce de sus dedos y nuestros ojos quedan frente a frente― ¿puedo besarte Izel? ― me pregunta cuándo sus labios rozan los míos.
―Sí que eres insistente ― le respondo para luego sentir su mano acariciando mi nuca y empujándome hacia su boca para caer en sus encantos.