La sangre no huele a nada. Más bien, quizás huele como el perfume de Esteban. El perfume de ese millonario que me robó el aliento desde la primera vez que lo vi. Quizás estoy muerta y su aroma es el paraíso. No siento nada, solo un zumbido molesto en mis oídos, y su perfume. De a poco siento algo caliente deslizándose por mi cuerpo, y su perfume. Tiemblo y me doy cuenta de que estoy bañada en sangre. Suelto un grito mientras unos brazos me rodean y me arrastran hacia algún lado. No puedo abrir los ojos, no puedo escuchar, solo me concentro en su perfume. Tomo varias bocanadas de aire, lucho por respirar. —Tranquila, tranquila, estás bien, la sangre no es tuya —dice una voz masculina que siento muy lejos. —¿De quién es? —logro preguntar. Silencio. El único que estaba a mi l