—¿Cómo lo has hecho? —la voz de Raziel es de entera felicidad, sus ojos se abren con un brillo excepcional en cuanto me ve sacar de la mochila y entregarle el libro rojo. —Tuve un poco de ayuda, sabes…—mascullo nerviosa. —¿Ayuda? —Raziel sostiene el libro pero no lo abre. —Sí —respondo y pienso en el pequeño niño cabeza de hongo—, era un niño con un extraño corte de pelo. —Maudy. Raziel dice el nombre y una sonrisa se le dibuja en sus finos labios. Verle sonreír de esa forma me produce satisfacción y alivio. —Un viejo amigo, no puedo creer que siga aquí. —¿Lo conoces? —me asombro ante la idea, pero de inmediato recuerdo las palabras que me dedico antes de desaparecer: “asegúrate de liberarlo” —Sí. Y no puedo imaginar lo difícil que debe ser para él seguir aquí después de tanto t