Una brisa helada me estremece. Abro lentamente los ojos... ¿habrá sido todo un sueño? No lo creo. Nunca he tenido “esa” clase de sueños. Unos brazos fuertes me abrazan contra un pecho musculoso. Pestañeo, y lo miro. Si, es él. Es mi Lucas Santiago. Nada fue un sueño. Está atardeciendo y nosotros estamos aquí, enredados en nuestro nido. Gracias a Dios ha hecho buen clima, o ya estaríamos congelados. Luego su tío nos encontraría como dos cubos de hielo, desnudos. Río ante la idea. —¿Qué es tan gracioso? —murmura contra mis cabellos. Elevo la mirada, y ahí está él. Su rostro cincelado, y sus ojos grandes observándome con curiosidad. —No querrás saberlo —respondo. —Ah que sí —me hace cosquillas y comienzo a patalear. Es automático. Graciela + cosquillas = patadas voladoras. —¿Crees