Cierro la maleta con un sonido seco, el zíper deslizándose con firmeza hasta llegar a la esquina. Es una maleta de buen tamaño, gris oscuro y resistente. Me quedo unos segundos en pie, contemplando mi departamento en silencio. Las luces cálidas resaltan los tonos crema del sofá, los libros bien alineados en la repisa, y la pequeña planta junto a la ventana que aún se niega a morir, como si resistiera conmigo. Suspiro. —No será por mucho tiempo… «O eso quería creer». Deslizo la maleta hasta el salón. Su arrastre contra el piso flotante que rompe el silencio del final de tarde como una señal de despedida. Ángel, el hombre de seguridad que Gedeón me había asignado, se adelanta en cuanto me ve. Sin decir palabra, la toma con facilidad y sale al pasillo. Detrás de él hay, por lo menos, otros