Cuando el primer disparo atraviesa los ventanales de la casa como una daga. Ella aprieta mi palma con sus dedos pequeños, confundida, temblorosa, sus ojos enormes clavados en los míos, buscando una respuesta que yo no tengo. Puedo ver el miedo en sus pupilas. Así que me trago mi propio miedo y le doy una mirada segura muy lejos de lo que siento ahora, mimo. —No sueltes mi mano, ¿sí? —le digo, con voz firme, aunque siento que todo mi interior se está quebrando. Bajamos a toda prisa, los ecos de los disparos retumban en las paredes como un maldito tambor de guerra. Los ventanales del piso superior estallan en algún punto, el cristal cae como lluvia afilada. El pasillo se estrechaba mientras corremos, el mármol bajo nuestros pies. —¿Las personas de la cocina? —Inquiero a Prisca con la resp